Análsis
Drogas: una deuda estructural

Las adicciones no se resuelven solo con más centros de atención, sino con políticas integrales que ataquen las causas estructurales del consumo.
Por décadas, el consumo problemático de sustancias fue tratado en la Argentina como un tema sanitario de segundo orden. Relegado a las márgenes del debate público, abordado por políticas fragmentarias o respuestas focalizadas, su expansión fue progresiva y silenciosa. Los últimos diagnósticos oficiales no solo alertan sobre el crecimiento sostenido del consumo, sino que exhiben una deuda estructural del Estado y la necesidad urgente de repensar los modos de atender este fenómeno.
Un reciente informe presentado por la Agencia de Prevención de Consumo de Drogas (Aprecod) de Santa Fe expone un dato inquietante: entre 2023 y 2024 las situaciones de consumo abordadas aumentaron un 43%. Aunque esta cifra no equivale a un crecimiento equivalente del consumo, sí pone en evidencia una “demanda histórica insatisfecha” de atención a las adicciones. Que no es nueva. Simplemente estaba oculta en los pliegues del sistema.
Algunos datos estadísticos de Córdoba también reflejan semejanzas con lo que ocurre en la vecina provincia. En el interior provincial conocemos que el consumo de drogas es una de las preocupaciones principales de las distintas comunidades. Las redes de contención existentes, tanto estatales como comunitarias, así lo certifican. Las consecuencias devastadoras de la adicción se expresan cada vez con más fuerza en los núcleos urbanos, independientemente de la cantidad de población.
En este contexto, los datos del Observatorio de Aprecod en Santa Fe refuerzan una lectura estructural del problema: el 64% de las personas asistidas tienen más de seis años de consumo, lo que indica que el pedido de ayuda llega tarde, cuando los lazos sociales y familiares ya están profundamente deteriorados. El fenómeno atraviesa edades, pero es particularmente significativo entre los jóvenes de entre 21 y 38 años. Un par de años atrás, los datos recabados a nivel universitario señalaban que, en Córdoba, el alcohol y la marihuana eran las sustancias más consumidas por los estudiantes, con un inicio promedio a los 19 años y una baja percepción del riesgo.
Pero el consumo es, ante todo, un síntoma social. La droga aparece donde fallan los vínculos: en familias fragmentadas, barrios empobrecidos, juventudes sin horizontes claros, adultos sin contención afectiva. El consumo no distingue edades, tampoco niveles socioeconómicos, pero sí encuentra mayor arraigo donde se profundiza el aislamiento, la exclusión o la desesperanza.
Son destacables los esfuerzos que se hacen desde los organismos del Estado para atender la cuestión. No obstante, en ocasiones parece que corren detrás del problema. Por ello, se impone comprender que las adicciones no se resuelven solo con más centros de atención -aunque estos sean indispensables-, sino con políticas integrales que ataquen las causas estructurales del consumo. Entre ellas, la pobreza, la falta de oportunidades, la violencia urbana, la precarización del empleo juvenil, la crisis de los vínculos en cualquier estamento social y el debilitamiento de la vida comunitaria.