Drogas, penurias y famosos: las historias que se escriben en los baños de la Terminal

Marta y Alejandro se ganan la vida limpiando los únicos sanitarios públicos de la ciudad que nunca cierran, ni cuando todos duermen. No tienen sueldo, se ganan la propina. Vieron pasar de todo por allí y también canalizar sus propias carencias.
Por Stefanía Musso | LVSJ
Partir o llegar. Estar de paso y sentir la necesidad de ir al baño. Si hay un lugar al que todos los sanfrancisqueños y muchos vecinos de la región fueron alguna vez ese es el baño público de la Estación Terminal de Ómnibus, ante la falta de otros sanitarios públicos.
En ese reducto de azulejos blancos donde el sonido del televisor de tubo está alto y suena el run run del extractor de aire, a diario se escriben historias, de día y de noche, porque es el baño que nunca duerme.
Las drogas, la violencia, la suciedad que dejan los usuarios del servicio son algunas de las realidades con la que Marta Benavidez y Alejandro "Jaime" Olmos deben convivir todos los días, un trabajo poco valorado.
"Permiso, buenas tardes". "Todo suyo señor". "Hola flaco". Los más simpáticos son los choferes de líneas de larga distancia que encuentran allí el alivio luego de largas horas arriba del coche. "Hola ídolo", le retruca Alejandro a un colectivero que arribó desde el norte argentino y seguirá viaje hasta Córdoba.
Olmos, de 44 años, es uno de los cinco cuidadores del baño de hombres de la Terminal y el más antiguo en la labor, lleva 27 años limpiando mingitorios, inodoros, pisos y azulejos.
El apodo no es azaroso. "Me llaman así por jodón y cayo, pero no es con maldad. Lo hago con amabilidad para que la gente se ría y entre en confianza", le contó "Jaime" a LA VOZ DE SAN JUSTO.
Las propinas por el uso de los baños son una clásica postal de las terminales.
La noche, un mundo aparte
En el sanitario masculino las estampitas, oraciones y rosarios decoran la mesada de las bachas, también se cuelan de las paredes y el mueble blanco donde está el papel higiénico y otros elementos de aseo personal. "Todo esto me lo fue regalando la gente a lo largo de los años y yo los conservo", dijo Alejandro sobre esa suerte de santuario de la relajación.
"Lo que sucede a la noche es muy diferente a lo que pasa en el día. Es un mundo aparte. La juventud está muy agresiva. Pasamos momentos difíciles, desde peleas adentro del baño hasta piñas en la puerta; separamos chicos en las plataformas y la policía llegó a tirar tiros al aire para persuadirlos. Nunca me pegaron pero sí sufrí el robo del dinero", recordó Alejandro.
Los baños también son centro de creencia y no falta nadie que no se persigne o haga un pedido así sea en silencio.
Custodiados
"Hoy es más peligroso que años atrás pero hay menos movimiento de jóvenes porque ya no hay presencia de boliches cerca y la presencia del destacamento policial en el ingreso a los andenes nos da más tranquilidad, nos sentimos seguros. De hecho, cuando algunos de los chicos empiezan a pegarse, les digo que se vayan de acá porque está la policía y van a tener problemas", señaló el cuidador y aunque reconoció que la ordenanza que limita a las 2 el horario de ingreso a boliches y pubs trajo más tranquilidad, "el problema más grave se da a 4 o 5 de la mañana cuando salen y están borrachos".
Los que se drogan
La droga también está. Alejandro llegó a encontrar hasta envoltorios con restos de cocaína. "A veces les medís el tiempo o te das cuenta qué vienen a hacer. Te piden papel, ingresan y si demora un poco más de lo habitual, les pregunto qué pasa pero me doy cuenta enseguida. No me meto en la intimidad de nadie y tampoco debo hacerlo pero no me gusta que lo hagan en un lugar público", dijo.
Marta Benavidez limpia el sanitario femenino. Es más que un trabajo, es un refugio para su dolor de madre. (Fotos: Manuel Ruiz)
Los famosos
No todo es hosco. Alejandro también tuvo sus noches buenas en el baño de la Terminal como cuando conoció a grandes del cuarteto y hasta charló con ellos mientras les daba el papel higiénico. "Por acá pasaron varios. Conocí a Gary, a El Negro Videla, Marcos Bainotti, Alejandro Ceberio, Sebastián, Cacho Garay... Pensá, lo primero que hacés cuando llegás de viaje en la Terminal es ir al baño, así, en este trabajo poco a poco vas haciendo amistades. Soy un poco amigo de todos", expresó.
Entre lavandina y naranjas
Reniega, porque siempre están los que no cuidan nada, ni lo más
mínimo. Pero Alejandro sigue limpia por
él -porque pasas más horas allí en su propia casa- y por los otros.
Además de desinfectar con lavandina, tiene un truco para combatir
el mal olor, que no sea nauseabundo: colocar media naranja en los mingitorios,
toda una curiosidad que despierta el asombro de los usuarios de paso. "Vos no
sabés cómo está de salud el que atraviesa la puerta, si está enfermo o no,
puede ser un verdadero foco de infección. La gente se descompone por los viajes
y hay que limpiar mucho". Sobre momentos difíciles, Alejandro tiene una larga lista de
anécdotas. "Me tocó ver de todo. Lo peor fue que tuve que lavar con cepillo y
jabón a un hombre mayor que se ensució
casi por completo. No me da vergüenza decirlo porque él necesitaba mi ayuda y
se la di". Pero ese no fue el único gesto. Alejandro también le salvó la vida
a un joven asmático que trabaja en el área de Informes en la Terminal. "Entró
al baño y se desplomó. De inmediato llamé a los servicios de emergencia y lo
asistieron. A los dos días me confesó que si no lo hubiera ayudado, se moría".
A combatir el mal olor, media naranja en los mingitorios
Ganarse la moneda
Alejandro, al igual que sus compañeros, vive de las propinas. "Nosotros no tenemos sueldo y dependemos de la colaboración de la gente. Lo que ellos aportan, es nuestro sustento", afirmó el hombre.
Con la crisis, a veces el montoncito de billetes -en su mayoría, de $10- se achica bastante en la cajita, donde también hay algunas monedas. Esos días, Alejandro se las rebusca con otra cosa.
"Hay gente que colabora y otra que no, pero eso depende del trato que uno le da porque nos tenemos que ganar la moneda y tratarlos bien, con respeto y estar atentos, por si necesitan servilleta o papel. Hay mucha gente que valora lo que hacemos, principalmente la más humilde".
"Puede pasar que en una noche no te dejen un peso o pasa un hombre y deja una propina que vale por diez. Lo que sí puedo decir es que la gente humilde es la que más colabora", insistió con empatía.
Con el dinero que junta también compra los productos de limpieza, los guantes, la lavandina, los rollos, jabonetas y el desodorante de ambiente. "Nosotros nos ocupamos de la limpieza". Del mantenimiento de los baños se hace cargo la concesionaria que ganó la licitación.
Alejandro consiguió este trabajo gracias a su padre Ángel, que hacía lo miso años atrás. "En algunas ocasiones pensé en dejarlo y buscar otro más redituable, pero soy asmático y eso dificulta todo. Entonces cerré los ojos, elegí seguir en esto y no me arrepiento porque en cierta forma es lindo, ves de todo pero principalmente, hacés amistades que nunca hubieras imaginado".
"Espero que todo el cariño y amabilidad, la gente se lo lleve consigo y cuando no me vean más, pregunten por mí y no me olviden; que me recuerden como el señor del baño de San Francisco", concluyó.
Marta en sus ojos vio pasar cientos de historias custodiando los baños.
Entre el dolor y soñar con la jubilación
El baño de mujeres de la Terminal es más austero. El televisor de tubo con la telenovela a todo volumen y la mesita sencilla donde está Marta Benavidez (57), sentada, silenciosa.
El mate está casi listo para recuperar energías y seguir trabajando.
Sobre la mesa blanca de bar están los rollitos de papel higiénico y la cajita casi vacía, como ella.
La mujer trabaja allí desde hace 14 años mientras y no pasa un día en el que no se le haga nudo el estómago para la angustia de la impotencia. A su hijo, Germán Benavidez (34), se lo mataron a tiros en barrio San Cayetano en 2017. Cada vez que una madre entra al baño "y cuenta lo que vive con sus hijos" la angustia regresa porque "compartimos el dolor", confesó la cuidadora del sanitario femenino que entonces se vuelve una especie de confesionario.
La fortaleza que Marta cuida
"Aquí se escuchan tantas cosas... Las mujeres se desahogan y cuentan historias como la mía; otras vienen a visitar a sus maridos o hijos a la cárcel; otras vienen a una misa. Las mujeres sienten una conexión pero también están las que no saludan", narró Marta.
"Lo lindo de este trabajo es que más allá de todo, la gente te toma como igual y comparte su vida". Aunque claro está el otro costado también. "Hay mujeres que son limpias y otras que no, es un trabajo difícil. A veces hay que hacer cosas que no son agradables. Estos son lugares muy infecciosos, donde circula mucha gente, pero ellos reconocen que nuestros baños son de los más limpios que vieron".
Marta lleva un rosario colgado en su cuello. Es muy espiritual y la Biblia la acompaña siempre. Quizá así se sienta más protegida; solo una vez fue víctima de la delincuencia cuando estaba ya fuera y le robaron toda la ganancia del día y la comida que llevaba para festejar con su único hijo el Año Nuevo. "Aquí dentro no tengo miedo pero cuando salís es un problema. Esa noche me quebraron una costilla y me llevaron hasta la comida. Tuve suerte", rememoró; ¿suerte?, la podrán haber matado de la golpiza, pero para ella, nada doloroso al lado de la muerte de un hijo.
Le faltan tres años para acceder a una jubilación mínima. Marta hace un enorme esfuerzo para alcanzar los aportes. "Este es mi único medio de vida y necesito trabajar para jubilarme. Es un trabajo insalubre pero me gusta porque conozco otras mujeres y no me siento sola con mi dolor", finalizó.