Análisis
¿Dónde estamos?
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El escándalo de los audios expone la fragilidad de la confianza en el gobierno y reaviva un peligroso fuego político. Entre teorías conspirativas, cálculos electorales, piedras y trompadas que vuelan, la política argentina parece encaminarse hacia algo similar a la gran irritación que describió Thomas Mann en “La montaña mágica”, que contiene una profunda crítica política de la Europa de principios del siglo XX.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
La confianza en los gobernantes es un elemento determinante para el éxito de cualquier gobierno democrático en cualquier parte del mundo. Porque la confianza no se impone, no se decreta: se construye. Es el cimiento que sostiene a las instituciones y otorga previsibilidad política y económica.
El desapego evidente entre la vida política y las preocupaciones de la ciudadanía es una realidad que demuestra la debilidad de este insumo esencial. El reciente escándalo de los audios de Spagnuolo, que revelan presuntas coimas en un área tan sensible como la atención a la discapacidad pone en jaque y amenaza con derrumbar el relato anticasta y anticorrupción del mileísmo. La reacción oficial -estupor, largo silencio, negación, atribución de culpas ajenas, acusaciones cruzadas y teorías conspirativas- repite el libreto clásico de la política acorralada.
Las teorías conspirativas se esparcen. Son, entre otras variables, la consecuencia de que el sistema de inteligencia es, desde hace mucho tiempo, un hormiguero pateado. Las flechas viajan en todas las direcciones. La confusión se acrecienta. El cinismo político refuerza el deterioro.
Desde el kirchnerismo se celebró el desconcierto oficialista como prueba de que la promesa de terminar con la corrupción era falsa. La conclusión es brutal en su simpleza: todos son iguales. Es la estrategia de igualar hacia abajo. Sin embargo, el cálculo político puede ser un búmeran: si el gobierno pierde votos por corrupción, difícilmente éstos irían a parar a las huestes kirchneristas, afectadas por las mismas sospechas y varias comprobaciones.
Desde el oficialismo se afirma que el escándalo no tendrá incidencia electoral. Y que la elección del domingo próximo en Buenos Aires será pareja, mientras que en octubre se prevé un triunfo libertario contundente. En este punto, los gobiernos menemistas y kirchneristas son ejemplos que demostrarían que, si el bolsillo no está afectado, la corrupción tiende a pasar a un segundo plano. ¿Se repetirá esta situación? La apuesta del gobierno a que la ruleta electoral les brinde un pleno es, por lo menos, osada.
En este contexto, admitiendo la tesis de que puede ser probable que el audiogate no impacte en los guarismos de las próximas legislativas, puede advertirse, no obstante, que está dejando huella en lo que el gobierno consideraba una fortaleza: la confianza de la sociedad.
El filósofo coreano Byung-Chul Han explicó en su libro La sociedad de la transparencia: “En una sociedad que descansa en la confianza no surge ninguna exigencia penetrante de transparencia”. Pero no vivimos en esa sociedad: “La potente exigencia de transparencia indica precisamente que el fundamento moral de la sociedad se ha hecho frágil”. sostiene. En la Argentina, esa fragilidad se ha convertido en regla. No se exige transparencia porque se confía, sino porque no se cree.
“Urge un revulsivo”
El panorama electoral, especialmente en la provincia de Buenos Aires, refuerza la sensación de comedia de enredos con candidatos testimoniales que autoperciben populares, pero solo buscan preservar privilegios. En paralelo, la violencia vuelve a emerger como herramienta política: piedras, agresiones, denuncias y acusaciones cruzadas reeditan un juego peligroso que la historia argentina ya conoció en versiones más trágicas.
Refiriéndose a la actualidad conflictiva de la política española, el escritor Javier Cercas, en un artículo publicado en La Nación, lanzó una advertencia que parece escrita para la realidad argentina: “¿Son conscientes nuestros políticos del riesgo palpable que corremos o, cegados por el sectarismo patológico de los partidos y la lujuria del poder, no ven más allá de sus propios intereses?”. Y añadió: “Urge un revulsivo y quizá, antes que político, ese revulsivo debería ser moral: tal vez habría que restaurar el vínculo roto entre moral y política, abolir el prestigio repugnante del cinismo y devolverle a la política la limpieza y el idealismo que nunca debió perder”.
Quizás no sea la única causa, pero la tensión preelectoral que impide el debate y habilita la violencia deriva de la actitud de quienes, en la política, no ven más allá de sus propios intereses. Lo que asfixia es la pérdida del sentido moral y, con ello, el crecimiento de la desconfianza y la irritación ciudadanas.
Precisamente, “La gran irritación” es el título del último capítulo de La montaña mágica, novela en la que el alemán Thomas Mann hizo una profunda crítica de la Europa de principios del siglo XX, reflejando el surgimiento de las fuerzas totalitarias. En el final del libro, -ante la inminencia de la guerra- se pregunta: “¿Dónde estamos? ¿Dónde nos han transportado los sueños?”.
Interrogantes que bien pueden graficar el actual panorama político.