Dignificar y honrar la vida

La Virgencita lleva varios años cumpliendo su misión en silencio como tantos otros emprendimientos sociales. Pero ha crecido notablemente por la seriedad, el compromiso, la responsabilidad y el trabajo de personas que no tienen otro interés que el de devolver algo de dignidad a la vida de vecinos que sufren penurias y no caer en el mero asistencialismo.
Son miles las iniciativas solidarias que se despliegan en nuestra ciudad y la región para paliar los efectos tristes de la casi permanente crisis económica que vive el país. Una situación que sume en la pobreza y la marginación a millones de compatriotas y que el Estado solo cubre con asistencialismo en determinadas zonas más "atractivas" a la hora de procurar réditos electorales, mientras que a otras las ignora directamente y descansa en lo que puedan hacer organizaciones intermedias, algunos grupos de ciudadanos o voluntades individuales que intentan aliviar la realidad cruda de muchas familias.
Uno de estos emprendimientos lleva varios años cumpliendo su misión en silencio como tantos otros. Pero ha crecido notablemente por la seriedad, el compromiso, la responsabilidad y el trabajo de personas que no tienen otro interés que el de devolver algo de dignidad a la vida de vecinos que sufren penurias y no caer en el mero asistencialismo sino procurar ir cambiando la realidad, aunque a veces se transforme en una lucha de ribetes quiméricos.
En una extensa nota publicada en estas páginas quedó reflejado el espíritu de una obra que merece ser resaltada como ejemplar. Que, más allá de la referida nota periodística, no pretende tener prensa y cuyos impulsores pretenden "vivir para que su presencia no se note, pero que su ausencia se sienta", como afirmó Silvino Buraschi, uno de los impulsores del comedor La Virgencita, quien, con más de 90 años, continúa aportando a una obra que lo vio entre sus iniciadores.
Todo comenzó hace más de tres décadas cuando la idea fue colocar un plato de comida para ayudar a los vecinos más carenciados de barrio Parque y otros sectores aledaños. Se trataba de paliar los efectos de la caída de la producción y la falta de trabajo. Pero también con la premisa de no caer en una asistencia solo alimentaria, sino ir más allá: acompañar, ayudar, compartir el tiempo disponible, generar empatía, devolver la dignidad.
Con Cáritas Diocesana como entidad madre, fueron muchos los voluntarios que han aportado su trabajo para que La Virgencita se convirtiese en una comunidad que hoy, además de aquel plato caliente de comida, tiene una cooperativa de trabajo en la que sus integrantes se ganan la vida recogiendo cartón, un espacio en el que se contiene y ayuda a personas con adicciones y, en un futuro próximo, una sala cuna para que los padres puedan dejar a sus hijos pequeños en un lugar seguro y con alimentación adecuada mientras ellos trabajan.
La Virgencita es, como tantas otras, un ejemplo palpable de solidaridad y esfuerzo comunitario. De comunión en la búsqueda de una realidad mejor para más de 60 familias sanfrancisqueñas. Es una iniciativa que, con esfuerzo y compromiso altruista, aporta para que la dura realidad pueda sobrellevarse. Y merece resaltarse porque deja en evidencia que las pequeñas buenas acciones consiguen siempre frutos provechosos que dignifican y honran la vida.