Diario de la vida en la Antártida Argentina

Héctor Amalfi Acosta participó de la Campaña Antártica XIX entre 1987 y 1988 como integrante de la Fuerza Aérea y estuvo en el continente blanco 15 meses. Tuvo una larga carrera en el Edificio Cóndor, pero sus raíces siempre estarán en Miramar.
Por Ivana Acosta | LVSJ
Gélido, helado, glacial, enfriamiento, helor ¿Qué sinónimos usarían para describir a la Antártida? Ese lugar tan lejano, especial, arraigado para la Argentina, ese pedacito de continente blanco que el país tiene como responsabilidad proteger. Un privilegio, un derecho que se hace valer día a día con los ciudadanos que trabajan en las bases, algunos de ellos son parte de las Fuerzas Armadas y plantan bandera nacional allí.
Le pregunté a mi hermano Amalfi, Héctor Amalfi, cómo era la Antártida, siempre quise hacerlo desde que escuchaba a nuestro papá decir que él tenía a su hijo en el Edificio Cóndor, que trabajaba en la Fuerza Aérea. Nos llevamos muchos años de diferencia, pero estábamos unidos por esos relatos, no recordaba quizás su rostro ya que vivimos lejos, sin embargo, para mí siempre fue gigante. La hermandad al fin y al cabo es algo difícil de explicar.
¿Entonces? Sí. El sinónimo, la descripción. Bueno Amalfi dijo que es hermoso y que iría sin dudarlo de vuelta, de hecho, lo intentó. Hacía una década que vestía con orgullo el uniforme como miembro de la Fuerza Aérea (FA) y un poco menos de su misión en la Guerra de Malvinas. Tenía una familia en desarrollo, hace mucho ahora consolidada, una inteligencia admirable y amor por ser integrante de ese cuerpo.
En esa época él tenía unos 27 años, era la Campaña Antártica XIX que se seleccionó para el período 1987 - 1988, por aquellos años no sabía que íbamos a ser hermanos porque no había nacido y no teníamos idea de que contaría su historia para todos y todas.
Amalfi decidió ingresó a la Fuerza Aérea a los 16 años.
Del pueblo al Edificio Cóndor
Amalfi, cuyo nombre remite a la famosa costa italiana, tenía 16 años cuando ingresó a la FA y llevó ahí por vocación, con voz calma dijo: "Siempre me gustó el tema de los aviones y la Fuerza Aérea, se dio que tenía muchos parientes en Córdoba y entré, se dio gracias a Dios". Con esa convicción dejó su pueblo natal de Miramar de Ansenuza, se desprendió de la familia entre las que se contaban su madre y otro hermano además de nuestro padre.
En Córdoba ingresó exitosamente a la Escuela de Suboficiales de la Fuerza Aérea (ESFA) donde estuvo dos años y medio hasta egresar y luego su destino lo llevó aun más lejos, al mítico Edificio Cóndor sede de esta división en Buenos Aires. Su tarea allí era ocuparse del mantenimiento permanente de los vehículos de todos los comandantes en jefe, brigadieres y aparte los movimientos, es decir, de todo lo que dependía del movimiento terrestre. Por eso pasó largas horas en el taller más prestigioso.
"Eso fue en la escuela de córdoba, la ESFA, Escuela de Suboficiales. Ahí hice dos años y seis meses y después me dieron de pase cuando egresé a Buenos Aires, al edificio Cóndor. Cuando egresé fui un miembro común (de ese taller), después cuando tenía cerca de 30 años era encargado en el área y ahí me quedé hasta que me fui. Tenía a todos a cargo. Ahí se hacía mantenimiento y arreglo de todos los vehículos, de la flota de comandantes, brigadieres, comodoros y los de transporte para movimiento de la gente", relató de forma pausada.
Con 27 años llegó a la Base Marambio.
Acosta, seleccionado
Ya se dirimía entre los 26 y 27 años y ostentaba el cargo de cabo principal cuando se animó a participar de la convocatoria para la Campaña Antártica. Todos los años seleccionaban gente con este objetivo y era importante tener el legajo limpio y el comportamiento perfecto, no tenía que haber "ninguna cosa rara" y por ende "no se podía ser una persona conflictiva".
Así fue como apareció en la lista de las personas que enviarían para la Campaña XIX del período 1987 - 1988. Su destino lo alejaría como mínimo 365 días de la familia y pese a eso partió con la misma emoción del Amalfi de 16 años, pero esta vez a la Base Vicecomodoro Gustavo Marambio llevando en su corazón y mente a la esposa Noemí y el pequeño Nicolás que tenía 3 meses.
"Yo fui a hacer campaña tenías que pasar mínimo un año sin venir acá (al continente). Por legajo me eligieron, hice la prueba y estuve 15 meses mínimo - relató ya más suelto - era encargado y viajábamos 3 meses antes para organizar las cosas, después llegaba la dotación que se quedaba todo el año y cuando tenía que volver sucedió que había mucha tormenta, el avión no podía entrar y estuve más".
Su tarea era la misma que en el continente, estaba como encargado del grupo dedicado a la reparación y mantenimiento de todos los vehículos el cual era permanente ya que por las temperaturas debían tener capacidad de remover la nieve. Además, había que mantener la pista de aterrizaje de aviones siempre despejada tanto para que entre un avión C130 Hércules o el Twin Otter que tenían en la base.
Una doble postal: arriba el "Twin" que tenían en la base y debajo un Hércules C130
¡Ahí está!
Ese joven se fue a la Base Comodoro Marambio y describió el clima del lugar en base a las estaciones del año, así comentó que el verano es bastante agradable en cuanto a temperatura, hay sol en esa época y ahí se aprovecha a hacer las descargas con el rompehielos. En cambio, el invierno es muy duro: "Es casi siempre noche, tenés un ratito de día, muy poquito y el sol casi no sale, además de las bajas temperaturas. Hay que trabajar igual, aunque esté así".
Uno de los grandes escollos sucedía por las tormentas de nieve porque era difícil el acceso y la salida desde la base al taller, a veces podían pasar al menos tres horas solo para sacar la nieve. Por eso su día empezaba muy temprano y no tenía horarios.
"Hay que levantarse temprano para calentar los vehículos si no los rompés porque está todo congelado. Cuando salieran todos a trabajar tenían que estar listos, así que me levantaba muy temprano y si se rompía algo me tenía que quedar hasta arreglarlo porque al otro día sí o sí tenía que estar listo", describió sobre su tarea. Además aclaró: "Allá no tenés noción del tiempo, te olvidás de todo porque es la misma rutina, lo peor de todo es estar lejos de la familia y cada vez que va pasando el tiempo se hace peor hasta por cosas muy chiquitas".
Esta situación abre la posibilidad de que algunos no aguanten y se vuelvan: "No te obligan a quedarte, pedís volver y si el avión entra volvés. Por eso yo considero que para mí fue más duro mentalmente que físicamente".
Además de ver diferentes animales, Amalfi recorrió las otras bases argentinas.
Una familia
Amalfi estaba todo el día afuera, pero cada grupo tenía trabajos distintos: "Los operadores de radio no salían nunca, los encargados de la usina tenían un viaje de ida y vuelta, dependía de la especialidad. A todo el mundo se lo llamaba para descargar el camión o la basura, allá no se puede dejar nada así que hay incineradores y turnos para cada uno".
Si bien la rutina existe eso no exime de que tengan días de franco, en torno a eso explicó que "el sábado a la tarde era de descanso, los domingos también teóricamente no se trabajaba, salvo que por ejemplo llegaran víveres, venía el avión o había que usar el "Twin".
Había una gran camaradería entre los compañeros, lo cual es clave también para que las cosas funcionen, el ahora suboficial principal retirado narró: "Hay dos grupos, uno de tareas que se relevan cada tres meses y después los de la campaña que estamos todo el año juntos. Imaginate, era muy cercano con todos, éramos comohermanos, hasta el día de hoy nos hablamos, cuando sé que están nos juntamos, comemos un asado y charlamos un rato".
La supervivencia tenía otro aditamento: la comunicación con sus familias. "En esa época sin internet, ni nada, nos dejaban hablar por radio, hacían un enlace con el teléfono los compañeros y cada 15 días hablábamos un rato, yo no tenía teléfono acá así que mi señora iba para la casa de un compañero mío y ella se comunicaba", manifestó.
Era la única forma de tener comunicación y decirle lo que necesitaba, si bien les dan todo allá, siempre se necesita algo. Entonces Noemí ante el pedido llevaba las cosas al avión que iba una vez por mes o mes y medio (allí influía el clima) y salía de Palomar.
El rompehielos ARA Almirante Irízar solo ingresa en verano.
Recuerdos y consecuencias
Estar tanto tiempo a la intemperie le pasó factura a Amalfi, en especial porque a pesar de tener el equipo la inmensidad de la nieve le causó problemas en su visión al quemársele la retina en un ojo. Incluso quisieron que volviera al continente y se negó. "Tuve serios problemas, tenía que andar con lentes hasta adentro. Pero los equipos son muy buenos, todo está bien equipado, hay equipos para trabajar, para estar adentro y la calefacción en todos los lugares de trabajo", indicó.
Entre sus recuerdos está la pingüinera que fueron a visitar y a la que llegó en helicóptero, también visitó las otras bases que tiene el país y fue descubriendo otros animales. La Antártida de esta forma le ofrecía un paisaje único, irrepetible, maravilloso.
¿Y la comida?"No había problemas por la comida, hemos comido de todo. Las verduras lo único se comía menos porque eran tres días después que entraba el avión y ya después había que esperar un mes, un grupo se encargaba de esa tarea", completó.
Esa experiencia le dio una gran maduración que se acrecentó a través de su trayecto en la FA. Al volver recibió una distinción que obviamente aprecia, empero lo más importante fue encontrarse con los suyos.
"Lo más importante es reunirte con tu familia. A pesar de esto a algunos les costó adaptarse, al ruido o manejar de nuevo. Aconsejan no manejar rápido porque te tenés que acostumbrar de nuevo. Imaginate yo que estuve más de 15 meses, era terrible la diferencia era que siempre estuve en contacto con los vehículos", rememoró.
Una postal de su paso por la base Marambio.
El anhelo de regresar
"Sin pensarlo iría de vuelta, me seguí enlistando, pedí volver y no se dio, hay gente que ha ido dos o tres campañas, o que iban como parte del grupo de descargas cuando entra el rompehielos. No se dio lo mío de ir de vuelta, pero hubiera ido", dijo sin titubear.
Ya hace 10 años se retiró, todavía extraña mucho a los compañeros y hay muchas razones para ello: "No solo trabajás ahí, a mí me pasaron muchas cosas, fui a Malvinas, la Antártida, he recorrido el país yendo en comisión adonde nos mandaban porque nos precisaban. Yo elegí la Fuerza Aérea, era lo que más me gustaba, más que Ejército y Marina que no me gustaba".
No le han quedado deudas, hizo todo lo que le tocó en su camino incluso la participación en aquella guerra siendo un joven cabo que terminó como suboficial principal. Amalfi estaba a cargo de que esos aviones o vehículos estuvieran listos, no aprendió a volar porque eso lo hacen los oficiales que eligen tal carrera, claro a los 16 años y viniendo de un pueblo él solo sabía que los aviones le gustaban no las divisiones que existen.
No le afectó en nada eso, está orgulloso de su servicio y reforzó sus dichos con una sentencia fundamental: "En la Fuerza todos dependen de todos, eso se comprobó en Malvinas. El piloto del mecánico, el mecánico de su equipo y así, todos tienen su función en la fuerza, es un grupo que se apoya en todos, sin el grupo no andaría".
El porcentaje de personas que tienen posibilidades como la de pasar 15 meses en la Antártida es muy pequeño, Amalfi fue uno y para él simplemente es hermosa y seguro gigante, tanto como la costa italiana a la que remite su nombre, tanto como él para mí.
Amalfi logró conocer diferentes partes de la Antártida, algunas de ellas le fue posible acceder por medio de helicóptero.
Día de la Antártida Argentina
El Día de la Antártida Argentina conmemora la inauguración, el 22 de febrero de 1904, del Observatorio Meteorológico en la Isla Laurie, Orcadas del Sur, que luego sería la Base Orcadas, un hito histórico que marcó el inicio de la permanencia ininterrumpida de la Argentina en la Antártida.
En diciembre de 2019 el Tratado Antártico celebra los 60 años de su firma. Este instrumento ha generado otras normas específicas que hoy integran el "Sistema del Tratado Antártico", conforme el cual la Antártida es un continente dedicado a la paz y a la ciencia por medio de la cooperación internacional, y tiene a la protección del medio ambiente como uno de sus pilares.
Esta política de Estado no solo abona al desarrollo de la ciencia nacional allí, también permite el despliegue de personal y medios de las Fuerzas Armadas -coordinados por el Comando Conjunto Antártico- para brindar el apoyo logístico necesario, y posibilita la consolidación de un rol activo de la diplomacia argentina en el Sistema del Tratado Antártico.