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La ciudadanía de Chile rechazó el texto de la nueva Constitución dejando la la lección de que es posible derrotar al maximalismo político que lleva, sea por derecha o por izquierda, a la radicalización y a la vigencia de regímenes en los que la intolerancia le gana por goleada al pluralismo.
Con una diferencia de casi 24 puntos porcentuales, la ciudadanía chilena rechazó el texto de la nueva Constitución redactada por la convención constituyente. Con una participación de votantes como nunca antes vista en el país trasandino, el resultado del plebiscito del pasado domingo 4 de septiembre es un viraje trascendente en la marcha de la vida política de Chile y se transforma también en una vidriera para mostrar a varios países que enfrentan desafíos similares.
La Constitución de Chile es una rémora del régimen de Pinochet. No hay dudas, entonces, de que modificarla era un imperativo. Salvo algunas posturas nostálgicas de la dictadura, todas las corrientes políticas del país hermano coinciden en que es necesaria la reforma. Sin embargo, el proceso que dio inicio al trabajo de la convención constituyente nació en los violentos episodios de protesta que se produjeron en octubre de 2019 que fueron aprovechados por algunos sectores radicalizados que vieron la ocasión para imponer una hegemonía que terminó resultando falsa, porque partió de un diagnóstico errado de los reclamos ciudadanos y no tuvo en cuenta la realidad social y política o la representación de las distintas fuerzas democráticas.
Quedó demostrado en Chile que la utilización o el aprovechamiento de la violencia no alcanza para alcanzar ningún fin, aunque sea el más legítimo. En este sentido, "es inobjetable que la mayor parte del país ha rechazado en forma categórica el proyecto refundacional y maximalista que presentó la Convención Constitucional, fracaso que es responsabilidad directa de grupos como el Partido Comunista, el Frente Amplio y los núcleos radicalizados que dominaron dicha Convención, los que hicieron oídos sordos a la necesidad de dar cabida a visiones más moderadas y que reflejaran en el proyecto constitucional un sentir mucho más amplio de la sociedad", expresó en su editorial el diario La Tercera de Santiago.
En el razonable esfuerzo por cambiar la Carta Magna, rémora vigente desde el fin del régimen militar allá por finales de los años 80, se pretendió imponer la refundación de un país desde lógicas extremas y diseñar un texto que pretendía un nuevo modelo de sociedad desde una mirada de tintes autoritarios que dominó la convención y que impidió el arribo a consensos que podrían haberlo enriquecido.
En este punto, incluso con cierta envidia a la luz de lo que ocurre de este lado de la cordillera, se puede calificar como valorable el discurso del presidente Boric luego de la derrota en el plebiscito. Dijo que iba a escuchar a todas las partes, transmitió la necesidad de abrirse al diálogo todos los sectores y trabajar en un clima de unidad, dando inicio a una nueva etapa política que debería terminar en la redacción de una Constitución que sea fruto de consensos y no de imposiciones. El voto del pueblo chileno deja la lección de que es posible derrotar al maximalismo político que lleva, sea por derecha o por izquierda, a la radicalización y a la vigencia de regímenes en los que la intolerancia le gana por goleada al pluralismo.