Análisis
Descenso de la natalidad: suenan alarmas

No puede ser visto como un fenómeno anecdótico. Es un hecho que interroga al presente y amenaza el futuro. Si se mantiene esta tendencia, el equilibrio entre población activa y pasiva se volverá insostenible.
El 57% de los hogares argentinos no cuenta hoy con niños o adolescentes. Hace solo 25 años ese número era del 44%. Este dato fue difundido recientemente por el Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad de la Universidad Austral y refleja una caída pronunciada de la natalidad en la Argentina.
El informe que retrata la actual situación demográfica del país no puede ser visto como una mera curiosidad estadística ni como una información aislada. Constituye una señal de alarma que exige un abordaje urgente por parte de quienes tienen capacidad de decisión, ya sea en los ámbitos gubernamentales, económicos o sociales.
Porque esta realidad es más que un cambio demográfico: es la expresión de una modificación profunda en las estructuras sociales y culturales del país. Este fenómeno se inscribe dentro de una dinámica más amplia, que afecta a todo el mundo occidental, y que da cuenta de una transición demográfica con derivaciones problemáticas. La tasa de fecundidad en Argentina descendió a 1,4 hijos por mujer, muy por debajo del nivel de reemplazo generacional estimado en 2,1. Esta cifra no solo habla de una reducción en la cantidad de nacimientos, sino que proyecta un futuro inmediato con una población envejecida, una fuerza laboral menguante y una presión creciente sobre los sistemas de salud y jubilaciones.
Las causas de esta transformación son múltiples, pero en su raíz se encuentra una modificación de las pautas culturales que impactan sobre la economía, los estilos de vida y los vínculos familiares. La postergación de la maternidad, el descenso del embarazo adolescente, la reducción en el tamaño de los hogares, el aumento de los hogares unipersonales y la prevalencia de la jefatura femenina en hogares monoparentales revelan una nueva configuración social que debe entenderse y atenderse. No se trata de revertir o cuestionar estos nuevos patrones, sino de adaptarse a ellos con políticas públicas innovadoras, integrales y sostenibles.
Como dato alentador, vale consignarse que, a diferencia de lo que ocurre en varios países de Europa donde la falta de niños se debe, muchas veces, a cuestiones que rayan la frivolidad, la evidencia empírica en la Argentina establece que, en un porcentaje importante, la decisión de no tener hijos o de tener menos está condicionada por las penurias económicas, el acceso desigual a servicios de cuidado infantil, la crisis del sistema de salud, la falta de vivienda adecuada y, en último término, la dificultad de conciliar la vida laboral con la familiar.
No obstante, en un mundo donde la esperanza de vida crece -y donde se estima que en 2030 el 12% de la población mundial tendrá más de 65 años-, es imprescindible reformular los modelos de protección social, los sistemas previsionales y la forma en que las sociedades se organizan para cuidar a sus miembros más vulnerables. Si se mantiene esta tendencia, el equilibrio entre población activa y pasiva se volverá insostenible.
Por eso, esta caída en la natalidad no puede ser vista como un fenómeno anecdótico. Es un hecho que interroga al presente y amenaza el futuro. Requiere de políticas familiares que bien podrían contemplar incentivos económicos para la natalidad, así como también el rediseño de políticas educativas, sanitarias, laborales y sociales.