Análisis
Dependencia tecnológica
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La creciente delegación en algoritmos de corporaciones globales expone a la humanidad a una posible parálisis tecnológica y a preguntarse si en los próximos diez años el ser humano volvería a pensar, sentir y decidir sin depender del flujo ininterrumpido de información y de las “decisiones” de los dispositivos digitales inteligentes.
“Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después de la muerte no existía ataño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”.
El genial cineasta español Luis Buñuel finalizaba con esta reflexión el libro de sus memorias, titulado “El último suspiro”, obra en la que se refleja su curiosidad por no saber hacia dónde camina la humanidad en un mundo “en pleno movimiento”, aunque también hace una mueca de pesimismo, puesto que sostiene que leería “los desastres del mundo”.
El pleno movimiento de la realidad actual está marcado por la impronta de la tecnología en todos los aspectos de la vida. Y es posible que, aun sin periódicos de papel, Buñuel se enterase de que los desastres bien pueden provenir de la falta de previsión y el uso no ético de estos dispositivos extraordinarios que hoy pueblan el planeta. Hace pocas semanas, el apagón de Amazon Web Services (AWS) fue un trastorno para muchos, un desastre para varios otros y una severa advertencia para la humanidad en su conjunto. Más acá, un componente clave de la infraestructura de internet, generalmente oculta, sufrió una interrupción global. Cloudflare, cuyos servicios incluyen la defensa de millones de sitios web contra ataques maliciosos, experimentó un problema no identificado que impidió a los usuarios acceder a algunos sitios web.
Por el primer caso, un editorial del diario El País de Madrid, titulado “Amazon desenchufa Internet”, señaló que “el apagón de los servidores del gigante tecnológico es un inquietante recordatorio de la dependencia que imponen unas pocas empresas”. La dependencia tecnológica en todos los ámbitos determina que los problemas pueden ser mayúsculos si se caen los servicios de la nube o no pueden funcionar plataformas que necesariamente debemos utilizar para satisfacer casi todas las necesidades. Por ejemplo, en una economía completamente digitalizada, el cese temporal de estos servicios -que prestan solo un puñado de compañías- causa pérdidas multimillonarias.
Experiencias recientes demuestran que estamos frente a un sistema altamente productivo, pero extremadamente sensible a cualquier fallo tecnológico. “Si cae la nube, caemos todos”, se titula otra nota del citado periódico madrileño en el que se afirma que “estamos vendidos a las grandes tecnológicas por nuestra dependencia de la conectividad” y se formula una pregunta inquietante: “¿Quién controla a las empresas que sostienen la infraestructura digital del planeta?”.
El haber delegado cada vez más tareas a los algoritmos que controlan unas pocas grandes corporaciones es el germen de la dependencia. Cuando los sistemas fallan o tiene errores, literalmente se ingresa en la era de la parálisis tecnológica, con las consecuencias nefastas que son fáciles de suponer en un mundo donde la alfabetización digital no está generalizada y no se conoce con claridad cómo operan las plataformas, quien las controla y qué riesgos pueden presentarse.
Volviendo a Buñuel, el primer “desastre” que constataría es que ya casi no quedan kioscos donde se vendan periódicos, como consecuencia de la revolución digital de estos años. Y si le toca regresar justo en el momento en el que se produce algún apagón regresaría al cementerio preocupado y no satisfecho, preguntándose si en los próximos diez años el ser humano volvería a pensar, sentir y decidir sin depender del flujo ininterrumpido de información y de las “decisiones” de los dispositivos digitales inteligentes.
