Análisis
Dependencia tecnológica
Aunque resuelven casi todo, los avances del ingenio humano nos exponen cuando dejan de operar con normalidad.
Recorrieron el mundo las imágenes de los trastornos para la vida cotidiana de españoles y portugueses que generó el apagón del pasado lunes 28 de abril. Se conocen los tradicionales perjuicios que un corte de energía causa en cualquier hogar. Pero que un país haya quedado a oscuras determinó que el caos se apoderase de todos los sitios públicos. Además, miles de personas quedaron varadas, no hubo posibilidad de realizar transacciones comerciales y la gran mayoría de las actividades se paralizaron.
En España, también se paralizó el gobierno. Durante casi seis horas no hubo ninguna comunicación oficial sobre lo que estaba sucediendo. “El silencio del Estado, representación gráfica y máxima de un caos cuya magnitud fue creciendo, fue la peor señal para una nación sobrecogida por la incertidumbre y desconectada de las comunicaciones –familiares, laborales, informativas– que proporcionan seguridad y estabilidad a los ciudadanos, que en la emergencia se depositaron en un Ejecutivo a cuyo prolongado silencio se suma la desconfianza que el propio presidente del Gobierno ha generado en los últimos años con sus comparecencias públicas”, editorializó el diario ABC de Madrid.
Fue la gente la que brindó una lección de cómo afrontar una emergencia de semejante magnitud. Los ciudadanos tuvieron muchísimos más reflejos que sus gobernantes para diseñar una estrategia personal o grupal que les permitiese sobrevivir durante un período en el que nada funcionó. En ese contexto, a la orfandad creada por la falta de información oficial, el mundo entero constató una cruda realidad: la dependencia tecnológica ha llegado a extremos tales que provoca enormes contratiempos ante cualquier eventualidad, sea accidental o provocada.
Desde nimiedades como no recordar números telefónicos, no poder hacer una simple compra por carecer de dinero físico o no tener la capacidad de resolver una división de dos cifras sin calculadora hasta graves problemas que ponen en peligro la vida de las personas, son derivaciones perniciosas que el apagón español dejó al descubierto. Y que muestran una paradoja: mientras la tecnología más avanzada nos soluciona problemas de toda índole, más vulnerables nos volvemos si dejan de funcionar esos portentos generados por la mente humana.
Las contingencias del apagón español y portugués exhibieron en su real dimensión la fragilidad humana frente a una realidad interconectada, henchida por un flujo de información inconmensurable y expuesta a fallos o ataques que desorientan, son riesgosos y provocan el colapso. Al mismo tiempo, permitieron comprobar que algunos gobernantes se apagan también cuando las circunstancias imprevistas destrozan sus calculados esfuerzos discursivos cargados de hipocresía y de tácticas proselitistas.
Hace varios años, cuando se profetizaba que la tecnología iba a determinar la desaparición del libro físico, el escritor Marcos Aguinis aconsejó no desarmar las bibliotecas porque cuando la energía falle, tomaremos esos libros y saldremos a leer al rayo del sol. A la luz de lo ocurrido, quizás se trate de una reflexión profética.