Sociedad
Del caos de los 200 perros a los 30 de la esperanza: el Refugio contado por sus voluntarias
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De un refugio colapsado a un espacio con mayor organización y menos animales en espera de adopción. La transformación fue posible gracias al compromiso de un grupo de voluntarias que sostienen el lugar desde hace más de una década. Sus testimonios reflejan el camino recorrido, las mejoras alcanzadas y los desafíos que aún persisten: desde la necesidad de tránsitos y donaciones hasta la concientización sobre la adopción responsable.
Cuando se habla del refugio, lo más revelador es escuchar a quienes participan a diario de su trabajo. Carolina Fogel, de 43 años, comentó que comenzó a colaborar en 2016 y que desde entonces no dejó de asistir. Lucía de Ramos Salomón, de 18 años, se incorporó hace relativamente poco y explicó que, aunque su participación fue intermitente, ya lleva dos años formando parte del grupo. Noelia Vivas, de 34 años, es una de las voluntarias más veteranas y señaló que comenzó en 2013, hace casi 12 años. Por su parte, Melisa Orellano, la más reciente, indicó que se sumó este año y que ya se siente parte del equipo.
Ellas, junto con otras voluntarias, ponen cuerpo, tiempo y corazón en un lugar que cambió radicalmente a lo largo de los años. Y el contraste entre aquel “antes” y este “ahora” se vuelve inevitable en cada recuerdo.
El antes: un caos difícil de olvidar
Quienes conocimos el refugio en sus inicios sabemos que era un lugar hostil. El barro, los baldes de agua cargados a mano, los perros desesperados, el descontrol en los caniles.
Carolina así lo recordó: “Antes, cuando entrábamos, teníamos que hacerlo con palos literalmente. Cada vez que escuchaban un ruido, se agarraban a pelear entre 10 o 15. Había muchas muertes, era re difícil contenerlos. Yo cuando entré era un desastre, sinceramente”.
Los números impactan: había más de 200 perros. Muchos sueltos, otros amontonados en caniles donde podían convivir hasta 15 animales grandes. Era casi imposible contar cuántos había realmente.
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El ahora: un refugio más tranquilo
Hoy el predio cambió. Hay agua potable, canillas en todos los caniles, limpieza y orden. Y lo más importante, menos perros. Es decir, más adopciones.
Noelia se muestra mucho más aliviada y señaló: “Ahora hay más o menos 30 perros, cuando yo arranqué había 200. Era una locura, muy distinto. Hoy están cuidados, más tranquilos. Cuando hay tantos, ellos se estresan, viven en alerta. Ahora los veo más contentos”.
Es cierto, todavía los inviernos son crueles y los veranos agobiantes, y los perros pasan muchas horas solos. Pero la diferencia con aquel caos inicial es enorme.
El quiebre social
Para Noelia, el cambio también se dio afuera. “Creo que hubo más concientización, más empatía. Las redes sociales ayudaron un montón para viralizar casos, alertas, situaciones de abandono. Y los tránsitos hicieron mucho también”, argumentó.
Hoy, llegan al refugio los casos más críticos, perros rescatados del maltrato, animales enfermos que necesitan medicación y cuidados. Ya no es, como antes, un depósito donde cualquiera podía desechar a su mascota.
En este sentido, Carolina aclaró: “La gente tiene que entender que no se puede venir y tirar el perro. Solo recibimos casos de emergencia. Si alguien dice ‘no lo quiero más y lo traigo’, no. Eso no es posible”.
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El corazón del voluntariado
Cada una de ellas tiene un motivo íntimo que la trajo hasta acá. “Desde chica siempre rescaté animales. Una perra con cría, un gatito atropellado. Hasta que un día encontré la Protectora. Y ver a otras personas con el mismo amor que yo me hizo sentir que no estaba sola”, remarcó Carolina.
Esa compañía es lo que permite sostener el trabajo en el tiempo. “Porque mantener un voluntariado tantos años es imposible si no hay amor y compromiso verdadero”, agregó Noelia.
Lo que falta y lo que se necesita
Aunque el predio mejoró, para Melisa aún hay necesidades urgentes. “Lo que más necesitamos hoy son tránsitos y traslados. Parece una pavada, pero un perro necesita una radiografía y no siempre la hacen en la veterinaria de siempre. Hay que llevarlo a otra, acompañarlo. Y no siempre tenemos cómo hacerlo”, explicó.
También se requieren donaciones y socios. “Las cirugías y tratamientos son carísimos. Al menos ahora, con menos animales en el predio, podemos repartir mejor el balanceado. Eso nos da un respiro. Pero sigue faltando”, agregó Noelia.
Adoptar con conciencia
En cada charla aparece la misma preocupación, la falta de responsabilidad a la hora de adoptar “Hoy mucha gente cree que adoptar es tener un perro porque sí. Pero no, es cuidarlo, tener paciencia, ser responsable. Un perro que sale de acá no es lo mismo que uno que siempre estuvo en una casa. Necesita adaptarse, y eso requiere tiempo. No es que ‘no se adaptó, lo devuelvo’. No. Adoptar es para siempre”, indicó Lucía. Esa frase podría ser un lema del Refugio: la adopción es un compromiso de por vida.
Una cita con los perros adultos
El próximo 28 de septiembre, de 16 a 18, en la Plaza Vélez Sarsfield, habrá una nueva jornada de adopción de perros adultos. En este marco, Carolina invita a la sociedad y remarcó: “La mayoría de los perros que viven acá tienen un promedio de 10 años. Queremos que la gente los conozca. Ellos merecen pasar sus últimos años en una casa, no en un canil”.
Habrá desfile de disfraces, y la consigna clara: todos los perros con correa y bolsita para juntar la caca. Será un espacio de encuentro, pero sobre todo una oportunidad para transformarles la vida a ellos.
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El refugio somos todos
Cuando cierro los ojos pienso en esa frase que quedó flotando de boca de Noelia: “Que adopten, no se van a arrepentir. Y que lo hagan con conciencia, con responsabilidad. Porque un animal es un compromiso de por vida”.
Y entonces entiendo que el Refugio no es solo un predio con caniles. El refugio es una red de manos, de voces, de miradas que se cruzan en un mismo amor. Es un acto de resistencia contra la indiferencia.