Sociedad
De San Francisco a Idaho: la experiencia Au Pair de Lucía

Lucía Lomi, una joven sanfrancisqueña de 23 años, regresó a la ciudad tras vivir dos años en Idaho, Estados Unidos, como parte del programa Au Pair. Su historia combina desafíos, aprendizajes y una intensa conexión cultural.
Por María Laura Ferrero | LVSJ
Lucía Lomi, de 23 años, acaba de regresar a San Francisco tras una aventura de dos años en Estados Unidos como parte del programa Au Pair. Su experiencia, que comenzó como un deseo de perfeccionar el inglés y vivir algo nuevo, terminó convirtiéndose en una vivencia transformadora, llena de desafíos y descubrimientos.
“Empecé con la idea de probar una experiencia, de cambiar un poco cuando terminé el secundario”, contó Lucía, quien asegura que siempre sintió curiosidad por conocer otras culturas y tener un intercambio directo con personas de otros lugares.
Su primer paso fue comenzar a estudiar inglés. “De chica no tuve la oportunidad de estudiar idiomas, así que apenas terminé el colegio me anoté en un curso. Ahí encontré a mi profe, Julia Wigley, que me acompañó de una manera increíble en todo el proceso. Ella fue clave para darme confianza y saber que estaba lista para lo que se venía”, destacó.
A través de las redes sociales, Lucía conoció el programa Au Pair. Se trata de un intercambio cultural en el que jóvenes viajan a otro país para convivir con una familia anfitriona y cuidar a sus hijos, a cambio de alojamiento, comida y una pequeña remuneración. “Me contacté con una empresa reclutadora de Villa María, aunque yo estaba en San Francisco, y empecé a seguir todos los pasos”, recordó.
La preparación incluyó varios requisitos: “Tenés que tener un nivel de inglés conversacional, experiencia en el cuidado de chicos y licencia de conducir. Fue un trabajo en equipo con mis amigas de acá, sin ellas no lo hubiera logrado. Giuli hasta me prestó el auto para sacar el carnet”, dijo emocionada.
Una vez aprobados los requisitos, Lucía armó su perfil online: fotos, un video de presentación y una carta de motivación. “Ahí las familias ven tu perfil y te mandan solicitudes para entrevistarte. Es como un proceso de selección mutuo”, explicó.
Así llegó a Idaho, un estado al norte de EE.UU., límite con Canadá. Su primera familia anfitriona estaba compuesta por mamá, papá y tres pequeños. Aunque el inicio fue bueno, Lucía sintió que necesitaba un cambio y recurrió a su coordinadora, Daria. “El programa siempre tiene a alguien para ayudarte si no te sentís cómoda o algo no funciona. En mi caso, Daria fue una gran contención”, señaló.
Su historia tomó un giro inesperado cuando la propia coordinadora, de origen mexicano, la invitó a vivir con ella y su familia. “Me fui a su casa y estuve seis meses cuidando a sus dos nenes, Sebastián y Julián. Pero cuando los chicos empezaron la escuela a tiempo completo, tuve que buscar otra familia para seguir con el programa”, recordó.

Fue entonces cuando encontró a la familia con la que más tiempo compartió. “Era una mamá embarazada de mellizos y tenían un nene de dos años. Cuando llegué, la panza era chiquita y en poco tiempo ya estaba enorme”, relató Lucía.
Durante los primeros tres meses, la mamá estuvo de licencia por maternidad, y Lucía la ayudaba con el pequeño mayor, llevándolo a actividades afuera. Cuando la licencia terminó, quedó al cuidado de los tres chicos. “Fue la locura más linda de todas. Acompañar el crecimiento de los mellizos desde que nacieron fue algo muy especial”, confesó.
La red de contención
Lucía se sorprendió con muchas cosas del estilo de vida estadounidense. “Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de tiendas y negocios. Todo está pensado para el consumo. No hay veredas ni casas como allá; son rutas inmensas que conectan todo”, describió.
En cuanto a la rutina, su día comenzaba temprano. “Arrancaba a las siete de la mañana y estaba con los peques hasta que se dormían la siesta. Después, aprovechaba para conectarme con mi familia o amigas de Argentina, o para salir a caminar un rato”, relató.
Uno de los aspectos más valiosos de esta experiencia fue la comunidad que encontró en otras chicas Au Pair. “La empresa organizaba reuniones mensuales para que nos conozcamos y nos ayudemos entre todas. Ahí conocí a Yari, una amiga colombiana, y a dos argentinas, Anto y Azul. Nos convertimos en un grupo muy unido, las tres contra todos”, recuerdó con cariño.
Estas amigas fueron su cable a tierra en momentos de nostalgia o cuando el idioma y la cultura la desbordaban. “Hay algo que pasa cuando estás lejos: el sentido de pertenencia se siente más fuerte. Yo extrañaba mucho el mate, la música que escucho, compartir una comida. Por eso, con mis amigas allá armamos una especie de ‘mini Argentina’ para sentirnos más cerca de casa”, dijo.
El valor de la comunicación
Lucía subraya que la clave para que todo funcione es la comunicación. “Cuando uno convive y trabaja en la misma casa, hay que poner límites claros y hablar mucho. Siempre les preguntaba si necesitaban algo o si había algo que querían cambiar. También me gustaba que ellos me digan si había algo para mejorar. Era como un ‘tira y afloje’ constante, pero siempre con respeto”, contó
El rol de la familia anfitriona fue fundamental. “Ellos siempre respetaron mi personalidad y entendieron que yo era muy activa, muy ruidosa, con música siempre. A los nenes también les encantaba y nos llevamos bárbaro”, aseguró.

Siempre mate
Una de las cosas que Lucía nunca dejó de lado fue su amado mate. Las familias que la recibieron entendieron rápidamente que era un “tesoro nacional” y siempre se aseguraron de que ella tuviera yerba disponible. El mate no era solo una bebida, era su cable a tierra, un puente con sus raíces y una forma de mantener viva su cultura.
“Sabían que era algo imprescindible para mí. Me decían: ‘Lucy necesita mate’, y hasta los peques que cuidaba lo entendían”, contó entre risas. Incluso los niños imitaban a Lucía y se sacaban fotos intentando tomar mate, compartiendo ese ritual tan característico de nuestra cultura. Los momentos de descanso después de las largas jornadas laborales estaban siempre acompañados por el mate. “Terminábamos de trabajar a las 5 o 6 de la tarde, pero a las 10 y media ya estábamos tomando mates de nuevo, yendo a la plaza o juntándonos en la casa de alguna amiga para cortar el día. Eso era todos los días, incluso los fines de semana”, recordó.
La energía de las amigas
La conexión con otras chicas argentinas también fue clave. Lucía recuerda con cariño las juntadas donde parecía que “la energía nunca se acababa”. Todas se apoyaban mutuamente y, en cada casa, eran bienvenidas y queridas. “Las familias decían que era como que nunca nos cansábamos. Siempre estábamos juntas, charlando, cocinando, riendo”, contó.
Además, la cultura argentina se hacía presente de muchas formas: desde la música en español hasta las empanadas que conquistaron a sus anfitriones. “La última familia con la que trabajé se hizo fanática de las empanadas. Incluso crearon sus propias versiones para el desayuno con panceta y huevo. Logré mi misión cultural ahí”, dijo Lucía con orgullo.
El invierno, el desafío
Uno de los principales cambios que enfrentó Lucía fue adaptarse a los inviernos duros del norte de Estados Unidos. “El primer invierno fue algo que nunca había visto. Tenía que palear nieve cada vez que sacaba el auto del garaje, tirar sal gruesa para derretirla. Era un proceso larguísimo antes de llevar a los peques a la escuela”, contó.
Las nevadas eran tan intensas que a veces cancelaban las clases por semanas enteras. “Ahí tenía que sacar creatividad de donde no había para entretener a los peques”, recordó. Con humor, dijo que tiene un “récord Guinness en armar muñecos de nieve” y que se volvió profesional en el tema.
Lucía explicó que para moverse en la nieve había que tener la ropa adecuada: “Botas de nieve, camperas especiales… porque si no, te vas. Literalmente, te ibas”. Esa adaptación al frío extremo fue uno de los grandes desafíos, pero también una parte fundamental de su experiencia.

Choques culturales y ajustes
Lucía notó grandes diferencias culturales, como la hora de la cena. “Allá cenan a las 6 de la tarde, que para nosotros es la merienda. Me costó mucho adaptarme a eso. Muchas veces me quedaba tomando mate mientras ellos comían y después comía más tarde, a las 10 de la noche como hacemos acá”, relató.
A pesar de esas diferencias, Lucía siempre intentó integrarse y compartir lo mejor de la cultura argentina: “Ponía música en español, les hablaba a los chicos en nuestro idioma. Ellos aprendían rapidísimo y me encantaba ver cómo empezaban a incorporar palabras”.
La situación de los inmigrantes
Sobre la situación de los inmigrantes, Lucía explicó que no notó grandes problemas o tensiones durante su estadía en Idaho. “Es un estado muy familiar, muy tranquilo. Nunca vi nada malo ni escuché malas experiencias. Siempre me sentí segura y bien recibida”, contó.
También destacó la importancia de cumplir con las normas migratorias. “Nunca tuve problemas porque siempre respeté los tiempos de la visa y me amoldé a las reglas. Allá, los procesos para quedarse son muy caros y tienen sus condiciones, pero no es algo que me afectó directamente”, explicó.
Crecimiento y aprendizaje
La experiencia como au pair le permitió a Lucía crecer mucho a nivel personal. “Aprendí a poner límites, a defender mis decisiones. Fue muy importante para mí y lo agradezco. También fue sanador trabajar con niños: ver su inocencia, su alegría… eso me ayudó a frenar un poco el ritmo loco del mundo laboral y enfocarme en darles una infancia feliz y divertida en los momentos que estaba con ellos”, dijo.
También destacó que todo lo que aprendió lo traslada a sus relaciones personales: “Ahora elijo con el corazón a las personas que quiero tener en mi vida. Aprendí que poner límites también es una forma de amor”.
Puede interesarte
¿Recomienda esta experiencia?
Lucía no duda en recomendar esta experiencia a otros jóvenes. “Creo que es una oportunidad increíble para desarrollarte, para aprender el idioma y para crecer como persona. Pero también depende de la personalidad de cada uno y de qué estás dispuesto a aceptar. Es una primera experiencia que te marca para siempre”, afirmó.
Al regresar a Argentina, Lucía se está tomando un tiempo para recargar energías, reflexionar y decidir sus próximos pasos. “No sé qué se viene ahora, pero estoy tranquila y agradecida por todo lo que viví”, concluyó.