Entrevista
De Perú con amor
Royli Cajaleón encarna una historia más de lucha y superación. A poco de celebrarse el Día del Inmigrante, dialogamos con esta batalladora incansable.
Por Gabriel Moyano I LVSJ
Royli Cajaleón Satalalla, o simplemente “la Royli” es una inmigrante peruana que desde que llegó a la ciudad no dejó de luchar por sí misma y por quien necesite una mano. Una historia de amor y superación.
“Yo me siento una más de esta ciudad. Más allá de que estoy nacionalizada, no me siento inmigrante. Es verdad, mi corazón está repartido entre Argentina y Perú, y como creo que todo el que se va de su país, extraño muchas cosas. Principalmente a la parte de mi familia que está allá”, cuenta Royli Cajaleón en su humilde morada de barrio La Milka, durante un breve descanso entre todas las actividades que lleva a cabo a diario.
“Hay veces que uno desea estar cerca de su familia y no puede. Tengo una hermana que está bajo un tratamiento contra el cáncer y quisiera estar con ella. A la distancia una se siente impotente al no poder ni siquiera darle un abrazo. Tenemos comunicación virtual, es verdad, pero la necesidad del contacto, de una caricia, siempre está”, expresa con esa voz abrazadora que la caracteriza.
La historia de Royli es la historia de miles de inmigrantes que en los últimos años llegaron a nuestro país buscando un trabajo, un futuro. Y, como en muchos casos también, las cosas no se dieron como esperaba.
Llegó detrás de su marido desde Perú hasta Neuquén. Pero un problema de salud de su suegro le trastocó los planes y, en poco tiempo, quedó sola con sus hijos en San Francisco. Con lo poco que le quedaba alquiló un garaje en Frontera, pero a los pocos días el dueño la dejó en la calle quedándose con los tres meses de depósito que había adelantado.
Habiendo tocado fondo y sin otro recurso que salir a “cirujear”, llegó la ayuda de donde menos la esperaba. “Un día estaba sentada en la Plaza General Paz, llorando porque no tenía para darles de comer a mis hijos y se me acercaron los ‘chicos’, que ‘ranchaban’ ahí y desde entonces fueron mis amigos. Ellos salían a pedir a los negocios y me traían comida. Me decían Perú. También me enseñaron cómo ir a pedir ayuda a Desarrollo Social, hacían la cola por mí. Desde entonces fueron mis amigos, las primeras personas que me ayudaron en San Francisco”.
La ayuda sirvió para mantenerse a flote, pero necesitaba darle un techo a sus hijos. Allí también apareció un alma caritativa: “Me encontró un señor que me dijo que tenía unos departamentos en La Milka. Yo le expliqué que no tenía un peso, pero me dijo ‘ustedes los peruanos son gente muy laburadora, cuando consiga trabajo me paga’. Estaba frente a la plaza de La Milka, nos pasamos un día entero limpiándolo y al otro día nos instalamos”.
La historia de encontrar gente que le ofrecía una mano desinteresadamente se volvió a repetir: “Mi hijo me decía ‘mami tengo hambre’ y yo no tenía qué darle. En la plaza estaban festejando algo, pero yo no sabía quiénes eran. Le dije que se cruce, que vaya a ver si le daban algo. Era tanta el hambre que fue, se acercó una chica que resultó ser Guillermina de La Poderosa. Ellos también me ayudaron, me consiguieron contactos, me hicieron hacer notas para que yo pudiera dar a conocer mi situación, vender mi comida, o conseguir trabajo”.
Con la exposición llegó más ayuda, de mucha gente que no conocía. Más trabajo, más manos solidarias. Pero también llegaron comentarios maliciosos de “gente que habla sin saber del sufrimiento que uno está atravesando”.
“Ahora no se me cae una lágrima, pero en ese momento cuando yo contaba lo que estaba atravesando me bañaba en mocos. Hoy siento que todo eso me hizo más fuerte”, asegura a modo de mensaje
Hoy a Royli no le sobra nada. Vive de “changas” y en las condiciones que sus ingresos le permiten, con limitaciones pero con el orgullo de que Fredi, su hijo más grande, se encamina a lograr un título universitario en la UTN.
Pero nunca, ni en el más ocupado de sus días deja de dar una mano. Cocina en dos comedores comunitarios y ayuda en todo lo que puede. “Ahora tengo una compañera de un comedor, que la conocí en Cáritas, que está enferma de cáncer. Cuando tengo un tiempo voy a acompañarla, le hago masajes porque está muy flaquita y no puede pararse. Me gustaría poder ayudarla con otra cosa, darle algo más, pero no puedo. En su lugar le doy mi tiempo, a veces un abrazo llena más que algo material”.
“Donde voy, ayudo”, repite durante la charla.
La pandemia y una oportunidad para ayudar
La pandemia del coronavirus sacó a relucir quizás lo peor y lo mejor de los seres humanos. Royli se destacó por su voluntad y recibió un reconocimiento a nivel ciudad que fue un antes y un después.
Cuando todo estaba parado, lo que no cesaba era la necesidad de quienes menos tienen, por eso ella nunca dejó de acudir a los comedores a cocinar.
“Nos exigían barbijo pero no teníamos para comprarlos. La señora del comedor, Estela, me consiguió tela y Carina Salvático me prestó una máquina de coser. Hice barbijos y los repartí, hice batas para la Asistencia Pública”, recuerda.
En tiempos en que los barbijos escaseaban, Royli era la más solicitada: “Me la pasaba cosiendo, me pedían 4 de acá, 5 de allá. Me traían más telas y yo cose y cose hasta la madrugada. Tal es así que a través de Silvia Colores me llamaron de Singer para mandarme una máquina nuevita”.
Siempre mejorar
En Perú, Royli había estudiado cosmetología, fisioterapia y kinesiología. “Ningún trabajo se me va a escapar”, dice entre risas.
Pero su verdadera pasión es otra: “Me gusta mucho cocinar, desde que tengo uso de razón. No solo comida peruana, yo te cocino de todo el mundo. Ahora hice un curso para aprender a hacer sushi”.
Para dar un paso más allá en este emprendimiento, Royli realizó y completó el curso de gestión en gastronomía que se dictó en el Centro Empresarial.
“Siempre me estoy capacitando, la cocina siempre va innovando y yo siempre quiero estar actualizada. Dios quiera que siga con salud para seguir aprendiendo porque yo no me quiero quedar estancada”, cuenta.
El sueño de Royli es contar con un lugar propio, pero no quiere que nadie se lo regale: “No quiero que nada me caiga del cielo. Quiero ganármelo. Me gustaría tener mi casa propia. Un terreno que pueda pagar en cuotas y poder hacerme una casa, en un espacio que sea grande para poder llevar adelante mis emprendimientos y ayudar a toda la gente que pueda”.
Sus pilares
Fredy, Pedro y Umma son sus tres hijos que la acompañan desde su llegada a la ciudad. Fredy estudia para ser ingeniero, Pedro quiere ser gendarme y Umma doctora. Royli lucha día a día para verlos cumplir sus sueños.
Su pasión
A Royli le encanta cocinar, lo hace desde que era pequeña allá en la zona de la selva baja de Perú. Con la receta original, ofrece desde su Facebook platos tradicionales peruanos. Su deseo es algún día tener un stand propio en la Fiesta de la Buena Mesa.
Volver, solo a visitar
Royli ya siente que su lugar en el mundo es San Francisco. Sus hijos tienen sus vidas armadas en la ciudad, con estudios, deportes y amigos. Por ello asegura que solo volvería a Perú para visitar a su familia.