Curanderas: una forma de sanación en vías de extinción
Trabajan con males como culebrilla, insomnio, dolor de espalda, de estómago, entre otros. Dicen que cuesta que mujeres jóvenes aprendan a "curar".
"Está empachado hasta las orejas" o "se le salieron todos los nervios". Frases populares que no prescriben y hasta hoy se siguen oyendo en la voz de aquellas mujeres "curanderas", a quienes solemos acudir cuando nos duele la panza, estamos insolados o tenemos otros males. Claro que para todo esto existe el médico, sin embargo, en muchas oportunidades se suele acudir en primera instancia a un rezo, un centímetro o tan solo un vaso de agua. Creer o no creer, esa es la cuestión.
La curación a través del rezo es de antaño. Las bisabuelas y abuelas recurrían al centímetro, a "tirar el cuerito", a la cinta bebé, al vaso de agua, al plomo o a la sal para curar el empacho, el mal de ojos, la pata de cabra, el fuego, los nervios, los parásitos o la culebrilla. Aunque para algunos resulte una especie de "chantaje", la modalidad no pierde vigencia. Aunque el problema actual es que las curanderas ya son mayores y los más jóvenes no quieren aprender sus maniobras. De esta manera, la curandería parecería estar en peligro de extinción.
Muy concurridas
Alicia Quiroga tiene 75 años y cura el empacho, el hígado y los nervios. Lo hace a través del rezo y utilizando un sencillo centímetro. "Son muchos los que me llaman pidiéndome que los cure. Creen en lo que hago", asegura a LA VOZ DE SAN JUSTO.
Ella solo pide el nombre de la persona dolorida y comienza a rezar. "Hay muchas personas que vienen. Desde jugadores de rugby que me llaman desde la ciudad de Córdoba; jugadores de fútbol que se lesionan los nervios, hasta médicos que me traen a sus hijos", confía.
Mirta también es curandera. Prefiere no dar a conocer su identidad por el temor al qué dirán. Su fuerte es curar la culebrilla, y también reza y en su caso utiliza cristales de sal. Cuenta que son oraciones especiales y siempre invocando o teniendo presente a Dios. "Se necesita saber solamente el primer y segundo nombre de la persona, concentrarse y pensar en ella si se la conoce, mientras se pronuncian las oraciones del caso", aclara.
Ambas explican que algo se siente en su interior luego de hacer un trabajo: "Siento algo en el estómago, como un calor pero después se va rápido", sostiene Alicia, quien explica que con las más chicos hay que tener cuidado: "Si hay fiebre, no siempre es el empacho. Siempre después de curarlos les digo a las mamás que los lleven al médico porque puede haber dolor de garganta u otra enfermedad", expresa.
Manos y palabras que curan. Alicia tiene
75 años y aún conserva las ganas de seguir "sanando" con la oración a quien lo
necesite.
¿Cobrar
o no?
Otra de las cuestiones que se debate a la hora de la curación no convencional es si se cobra o no por la curación. Según pudo averiguar este medio, algunas curanderas cobran la sesión alrededor de $150, otras aceptan donativos y están las que lo hacen gratuitamente, como los casos de Alicia y Mirta: "A mí no me gusta cobrar, aunque hay muchos que me ayudan. Mi mayor satisfacción es que me llame la persona a la que ayudé y me diga que se siente bien", sostiene Alicia.
Para Mirta es imposible vivir de esto, aunque en su caso lo hace como un servicio para sus conocidos.
Una curación que se transmite
Las curanderas aprenden esta forma de sanación de parte de mujeres que lo hacían en sus pueblos o lo heredan de sus parientes. En el caso de Alicia, ella aprendió en su pueblo natal en Sastre y Ortiz, gracias a una señora que era curandera en su pueblo. "Una señora que era vecina mía me enseñó. Yo era muy jovencita y no lo practicaba en el pueblo porque todos recurrían a ella. Cuando me vine a vivir a San Francisco comencé a hacerlo".
Así era en los pueblos. Cada cuadra tenía a su "nonita" que curaba el empacho con el centímetro; el sol con el vaso de agua; el dolor de muela con la imposición de un cuchillo o la culebrilla con sal. Pero todas, sea cual fuere su elemento de "trabajo", rezaban. La oración lo es todo para ellas.
Poco a poco en San Francisco se empezó a correr el rumor y los vecinos comenzaron a acercarse a la casa de Alicia para que les cure. "La gente me pedía que los cure, que los ayude y yo lo hacía sin ningún problema".
Mirta reconoció en su caso que cada vez son menos las que se dedican a la curandería. "Con las mujeres que curamos siempre decimos que somos las que estamos y nadie más". "Pareciera que los jóvenes no quieren aprender. Dicen que no tienen paciencia, que no les gusta o simplemente no creen. Pero si les duele la panza o algo, nos consultan", agrega entre risas.