Cuando D10s volvió a la tierra
En su preparación para el Mundial '94, Diego se refugió dos semanas en un campo de La Pampa. Despojado de placeres y tentaciones, el dios del fútbol nacido en Villa Fiorito regresó a la nada para volver a ganar todo.
Por Manuel Montali | LVSJ
Diego venía rodando desde la cima. El mejor
jugador de fútbol de la historia, campeón mundial en 1986 y subcampeón en 1990,
el que obró el milagro de que su Napoli le plantara cara a los más grandes de
Italia y Europa, parecía estar despidiéndose del fútbol. Sin embargo, una meta
le removió la sangre: el Mundial '94 de Estados Unidos. Para Diego, no había
nada como el fútbol, mucho menos como el fútbol en representación de su país, mucho
menos como el fútbol y sus hijas mirándolo.
Diego siempre dijo que su refugio de la fama,
del acoso, de las presiones de ser Maradona, fue la cancha. Con la pelota en
los pies no era muy diferente al pibito de rulos que jugaba en Cebollitas.
Diego convocó al profe Fernando Signorini en
abril de 1994 y éste lo llevó a la estancia "El Marito" en la zona de El
Tropezón, La Pampa. Maradona había conocido al propietario Ángel Rosa en unas
vacaciones y éste le había ofrecido su casa de campo para cuando quisiera
usarla. El día que lo llamaron para aceptar la invitación, Rosa no lo podía
creer.
"¿Adónde me trajeron, hijos de puta?",
preguntó un Diego algo ofendido al bajar a ese terruño. El mejor del mundo
entrenó saltando entre ramitas, con alambrados como arco, corriendo por el
campo (de día y también bajo la luna), serruchando, haciendo elongaciones en
los árboles, jugando picados con gente del lugar en los que se divertía,
puteaba, gritaba... Regresó a Fiorito, al llano, para demostrar que podía
volver a entrar al cielo a patadas.
Las multitudes de hinchas y periodistas en el
aeropuerto de Santa Rosa, y en algunos entrenamientos eventuales en un gimnasio
(donde hacía guantes con el boxeador Miguel Ángel Campanino) y una pileta de la
ciudad, evocaban al Maradona célebre. Pero en el campo él no tenía lujos ni
mayores placeres. Apenas a su equipo de trabajo, su padre, las visitas de Claudia
y las dos hijas de ambos. Escuchaba la radio y leía el diario: la televisión, a
duras penas, enganchaba un canal que se veía llovido.
Diego derrotó a la droga y la abstinencia. Bajó
de peso. Encerrado y aislado de todo, recuperó el vuelo del barrilete cósmico
de México '86. Fue una de sus primeras resurrecciones.
Maradona, bajando a la nada, quiso volver a
tener hambre. Quiso volver a ser el dios del fútbol, y por un momento, desde su
grito desaforado frente a Grecia hasta que dejó la cancha de la mano de una
enfermera después de remontar el partido contra Nigeria, en esos dos partidos,
lo fue.
Diego siempre dijo que su refugio de la fama, del acoso, de las presiones de ser Maradona, fue la cancha. Con la pelota en los pies no era muy diferente al pibito de rulos que jugaba en Cebollitas.
Diego convocó al profe Fernando Signorini en abril de 1994 y éste lo llevó a la estancia "El Marito" en la zona de El Tropezón, La Pampa. Maradona había conocido al propietario Ángel Rosa en unas vacaciones y éste le había ofrecido su casa de campo para cuando quisiera usarla. El día que lo llamaron para aceptar la invitación, Rosa no lo podía creer.
"¿Adónde me trajeron, hijos de puta?", preguntó un Diego algo ofendido al bajar a ese terruño. El mejor del mundo entrenó saltando entre ramitas, con alambrados como arco, corriendo por el campo (de día y también bajo la luna), serruchando, haciendo elongaciones en los árboles, jugando picados con gente del lugar en los que se divertía, puteaba, gritaba... Regresó a Fiorito, al llano, para demostrar que podía volver a entrar al cielo a patadas.
Las multitudes de hinchas y periodistas en el aeropuerto de Santa Rosa, y en algunos entrenamientos eventuales en un gimnasio (donde hacía guantes con el boxeador Miguel Ángel Campanino) y una pileta de la ciudad, evocaban al Maradona célebre. Pero en el campo él no tenía lujos ni mayores placeres. Apenas a su equipo de trabajo, su padre, las visitas de Claudia y las dos hijas de ambos. Escuchaba la radio y leía el diario: la televisión, a duras penas, enganchaba un canal que se veía llovido.
Diego derrotó a la droga y la abstinencia. Bajó de peso. Encerrado y aislado de todo, recuperó el vuelo del barrilete cósmico de México '86. Fue una de sus primeras resurrecciones.
Maradona, bajando a la nada, quiso volver a tener hambre. Quiso volver a ser el dios del fútbol, y por un momento, desde su grito desaforado frente a Grecia hasta que dejó la cancha de la mano de una enfermera después de remontar el partido contra Nigeria, en esos dos partidos, lo fue.