Entrevista
Cristian Bertinetti y la capacidad de manejar la energía
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El animador de la Estudiantina 2025, reflexiona sobre el arte de conectar con 4.000 adolescentes, la improvisación como pilar del profesionalismo y el desafío de convertir la energía del baile en el lenguaje del espectáculo.
A los 32 años, Cristian Bertinetti es un nombre reconocido en San Francisco. Con una academia de baile propia, RB Academia de Baile, su vida siempre estuvo ligada al movimiento y la energía. Sin embargo, su camino profesional ha mutado, y hoy se define como un animador en pleno ascenso, buscando expandir su labor junto a equipos de sonido e iluminación para ofrecer espectáculos más completos. Tras su reciente y exitosa conducción de la Estudiantina 2025, donde logró conectar con miles de jóvenes, nos cuenta lo que se esconde detrás del micrófono.
La habilidad para pararse frente a una multitud no es algo que se aprenda de la noche a la mañana, es un arte que se moldea con los años. "Yo creo que lleva años darse cuenta. La primera vez que trabajé de animación de verdad, al frente de gente, fue a mis 20 años en el Hotel Colonial de La Serranita. Después, en otros espacios como el parque Pekos, empecé a aprender a trabajar con las masas, con un montón de gente", relata Cristian. La dinámica con el público, especialmente con los adolescentes, ha cambiado radicalmente, obligando a los animadores a repensar su estrategia. "Tenés que saber hablar porque si no van a pensar que los estás tratando como unos niños y ellos no quieren eso. Es como que hay un montón de cosas que llevan a que uno tenga que pararse de una manera muy puntual frente a los adolescentes".
Desde el escenario, el animador debe ser un maestro de la observación, detectando dónde se concentra la energía para amplificarla. "Desde arriba del escenario vas viendo dónde está el foco más grande de fuerza, de energía. Y en base a ese foco vas haciendo el contagio y vas haciendo que llegue hasta el último de los presentes", explica. Este proceso, aunque parezca espontáneo, requiere de un gran esfuerzo físico y mental. "La animación para que sea fuerte tiene que tener energía y proyección. Es como el baile. Esa energía va contagiando para atrás y en un momento llegás a lograr una conexión grupal de 2.000 chicos. Cuesta un montón, cuesta mucho poder mantenerlo durante cuatro o cinco horas y poder mantener uno mismo esa energía".
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Para Bertinetti, la preparación de un animador va mucho más allá de la presencia escénica. "Un animador tiene que estar preparado no solamente anímica, sino que físicamente y tiene que tener una estructura de tiempos del evento a la cual respetar, pero tiene que saber improvisar. Porque puede pasar cualquier cosa. Yo creo que el animador es buen animador porque no solamente se encarga de animar, sino que se encarga de que en las cinco horas no haya pasado nada y haya salido todo bien". La prioridad, asegura, es siempre la seguridad del público. "Ponele en un momento donde una persona se desmaya y paramos todo. ¿Por qué? Porque hay que tener prioridades. Te contratan no solamente por el show sino por la conciencia moral que uno tiene arriba. Yo creo que tenés que aprender a manejar la pedagogía, la forma de decir las cosas".
La improvisación es, sin duda, la clave del éxito. En un evento masivo, lo inesperado puede surgir en cualquier momento. "En una animación donde está saliendo todo bien puede pasar de que, en el foco de la animación donde va a explotar el show, se tenga que cortar la música justamente porque una nenita desapareció. Como el otro día. En el medio de la animación donde estaba por explotar el show, vino el intendente y paró la música. Se perdió una nena. Y hay que parar y volver a llevar a la gente a ese lugar de alegría, ¿cómo hacemos?". Este tipo de situaciones enseña que el oficio es un 80% improvisación y un 20% de estructura. "Vos sabés que vas a trabajar con adolescentes, que vas a tener un horario, que el evento es un libro: introducción, desarrollo, nudo y desenlace. Pero a partir de ahí, pueden pasar un millón de cosas. La improvisación es parte de tu profesionalismo como animador".
La evolución del oficio de animador es constante. Aquellos que se estancan, quedan en el camino. "Este oficio va mutando. Y las personas que verdaderamente quedan, porque había un montón de animadores pero quedaron pocos ahora, son las personas que se actualizan. Hoy en día la animación en un boliche está trabajando en equipo con la música. Todo el tiempo". La clave está en adaptarse a lo que gusta a los jóvenes, para captar su atención y generar una conexión genuina. "Que los chicos me presten atención, me escuchen y me obedezcan, ¿me entendés? Entonces de ahí vamos a ir todos trabajando en equipo. Es muy importante antes de trabajar en una animación presentarte y que los chicos sepan de que vos estás ahí".
El desafío de animar varía según el público. "Una cosa es animar para 100 personas, otra cosa es animar para 500, para 1.000 como un ejemplo, Complejo Ibiza o Runa Disco. 4.000 personas como en la Estudiantina, y un festival sería un desafío hermoso". La energía que se exige a un animador cambia si el público está de pie o sentado. "El showman de la animación tiene que mutar, tiene que ser distinto. En el caso de los festivales, la estructura va a una velocidad importante y la gente que asiste está muy ansiosa por ver al artista por el cual pagó la entrada, entonces eso también es algo a manejar". Se trata, en definitiva, de un aprendizaje continuo que no se obtiene en ninguna universidad. "Es como que estamos en un mundo virgen, donde todavía hay muchas cosas por experimentar".
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Para Cristian Bertinetti, la animación es una vocación, un don que le permite conectar con la gente y sentir una plenitud única. "A mí me gusta estar en un escenario, al frente de la gente, generándole ese vínculo, ese ida y vuelta, que en casos como lo del fin de semana resulta clave, porque no tenés otra cosa más que un escenario, el público y vos. Y la música, obvio". La vergüenza, afortunadamente, no es un obstáculo para él. "Siento que es un don. Me hubiese encantado que haya sido el baile, pero fue la animación. Lo tomo como una vocación porque siento que en ese momento que estoy trabajando y que estoy animando hay algo que me llena adentro. Veo a toda esa gente gritando o cantando y digo: qué hermoso que se siente esa energía".
Detrás del brillo del escenario, Cristian también se apoya en sus cábalas y en su fe. "Manejo un par de locuras en la cabeza. Tengo dos o tres cábalas siempre. Trato siempre antes de trabajar en una animación de pedir a Dios. Una ficha de confianza, de fe. Eso me ayuda un montón". Y si algo sale mal, se aferra a una filosofía que lo impulsa a seguir adelante: "Si algo sale mal entiendo que lo que no te mata, te fortalece. Ese es el dicho con el que voy. Entonces cuando pasa algo malo, lo primero que hago es unir estas dos cosas. La fe te dice que si pasó esto, por algo tendría que haber pasado. Porque te va a dejar una enseñanza. Esa misma enseñanza es lo que no te mata y lo que te fortalece para poder aprender y seguir adelante". Para él, el riesgo es inherente al crecimiento, y cada evento es una oportunidad para demostrarse a sí mismo y al mundo que está capacitado para estar allí, sea frente a 100 personas o 4.000.
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