Confianza Ciega: un desafío para los sentidos

Una propuesta que invita a comer a oscuras y a dejar volar la imaginación. Una experiencia en la que se entrelazan historias, como la de Carolina, una docente no vidente, que viajó para compartirla con sus amigas.
Por Gabriel Moyano/LVSJ
Una invitación a escaparse de la rutina. Una interpelación a los preconceptos y buenas costumbres. ¿Qué sentimos cuando nuestros ojos dejan de guiar los pensamientos? ¿Qué pasa cuando ya no vemos ni somos vistos? Una noche en que los sentidos se agudizan y las historias se entrelazan. Una noche de Confianza Ciega.
La propuesta que este jueves alteró la calma del Bistró del Talio seguramente habrá dejado reflexionando al puñado de privilegiados que la vivenció, incluso a aquellos que no se sintieron a gusto. Porque, cuentan los propios organizadores, incomodar es una de las premisas.
Están los que fueron por curiosidad y aquellos que aceptaron a regañadientes una invitación. Está también el grupo de Caro, que en un homenaje a la amistad viajó desde Castelar para que eso de ponerse en el lugar del otro deje de ser un cliché.
Están los que no lograron relajarse y aquellos que se entregaron al disfrute. Hubo hasta gemidos de placer resonando en la penumbra, en el mismísimo centro de la siempre correcta San Francisco. ¡Quién lo hubiera imaginado!
El ritual
El plan suena simple: cenar a oscuras, con los ojos vendados. Pero es mucho más que eso. Los chicos que llevan adelante el evento se esmeran para que la experiencia vaya mucho más allá de una degustación gastronómica.
Hay música, poesía, efectos sonoros y hasta algún soplido o caricia con una rama de hinojo para sorprender al comensal. Los elementos de la naturaleza funcionan como un eje, entre plato y plato. Los ingredientes no son de los más habituales, otro desafío para los sentidos.
Antes de ingresar, unas palabras de bienvenida y algunas indicaciones. Los antifaces aparecen y el invitado quedará "ciego" por las siguientes dos horas. La concurrencia ingresa haciendo trencito, y allí nomás la primera sorpresa: los grupos son divididos y las mesas formadas al azar.
Esa incomodidad genera tensión y algunas risas nerviosas, que se irán difuminando con el correr de los minutos.
Maga hace de maestra de ceremonia, guiando ese viaje misterioso que ocurre dentro de la mente de cada individuo, único e irrepetible.
En un momento, la ausencia de cubiertos despierta el lado más primitivo de comer con las manos. Y el postre funciona como el disparador del clímax.
El té del final llegará con las primeras luces de las velas. Ya en la claridad, los comensales se quitan los antifaces y descubren con quien compartieron la mesa. Luego se acercan al sector donde se prepararon los platos para terminar de reconocer qué habían comido.
Un homenaje a la amistad
Entre los asistentes estaba Carolina Vignolo, profesora de historia no vidente que llegó junto a sus amigas desde Castelar. Cuando una de ellas se enteró del evento, pensó que era una oportunidad única para compartir.
Caro contó que "el 15 de octubre fue el Día del Bastón Blanco. Yo les compartí un video que me habían mandado y justo Marianela me pasó la invitación de este evento. No dudamos en que era una linda oportunidad. Primero invitamos a los maridos, pero no se engancharon. Así que nos vinimos solas".
Sobre sus expectativas contó que "no me imaginaba mucho, sabía que la comida era sorpresa. Me sorprendió la cantidad de gente, creo que tuvo mucha aceptación. Me gustó que la gente se enganche, porque por ahí es como ponerse un poco en el lugar de la persona que vive las 24 horas del día sin ver".
Esta profesora de historia, que alegró a todo Castelar cuando se recibió en 2014 decidió contar en la mesa que era no vidente: "Uno de los chicos con quien compartí la mesa dijo que un momento había sentido la necesidad de preguntarse cómo hace la persona que no ve. Entonces ahí les conté que yo soy no vidente".
"No había planeado decirlo. Me surgió en el momento. 'Entonces vos estuviste súper relajada', me dijeron en tono de broma", agregó.
El plan de compartir la experiencia con amigas se vio un poco alterado al mezclarse la mesas, pero no fue un impedimento para disfrutar: "Entendí que cuando uno está con gente conocida, por más que estés con los ojos vendados, la conversación fluye, y eso hace que se pierda atención en lo que dicen los chicos, en el ambiente que proponen crear".
Marianela, la amiga de la ida, expresó: "Fue un poco olvidarse del sentido de la vista y aprender a usar los otros sentidos. Usar más el tacto, el olfato, el oído. Los olores se hacen más intenso: sentía un perfume diferente por cada persona que venía a traer el plato, el olor de la comida, me encantó la experiencia".
"En todo momento pensaba en Caro", dijo entre lágrimas.
Mónica y Guillermina destacaron la valentía Caro para imponerse a pesar de las limitaciones: "No solo su día a día es increíble, toda su vida lo es. Es una persona muy especial y en el pueblo ella es una más. Vos pasás caminando y ella te saluda, sabe quién sos. La queremos mucho y por eso queríamos venir a compartir esa experiencia con ella".