Con inflación no es posible ser un país normal
La inflación se devora los salarios, acrecienta la informalidad y destruye la competitividad, además de generar cada mes nuevas porciones de pobreza en el país.
Los datos de la inflación del mes de marzo pasado superaron las expectativas de los funcionarios de gobierno y volvieron a preocupar. El índice de precios al consumidor medido por el Indec se ubicó en 2,4 por ciento, el registro más alto desde octubre si se excluye el 2,5 de febrero. Si bien existía algo de pesimismo en torno a que en marzo se produjeron aumentos de tarifas y alzas en otros rubros sensibles, el guarismo fue motivo de numerosos comentarios porque se aguardaban porcentajes más bajos.
Para peor, laprovincia de Córdoba registró una inflación mayor a la que informó el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos en el mes de marzo. De acuerdo al gobierno provincial el índice de precios al consumidor se ubicó en 3,4 por ciento y acumula un 7,36 desde diciembre del año pasado. Los mayores niveles de aumento en territorio cordobés se notaron en educación (8,57%), transporte y comunicaciones (5,62%), propiedades, combustibles, agua y electricidad (5,43%).
Estos números lejos están de apaciguar los vaivenes de la realidad y ya se cuentan en la lista de saldos en rojo que el actual gobierno no ha podido todavía solucionar o, al menos, contener. Si bien todavía los discursos oficiales hablan de que se puede alcanzar la meta inflacionaria del 17 por ciento para todo el año, lo cierto es que los datos de la realidad parecen desmentir a cada paso esta expresión de deseos.
Con ello, el aumento de las presiones sectoriales en materia de salario y el fortalecimiento del peso por el que el país se hace más caro cada mes son circunstancias que necesariamente deben ser atendidas de manera urgente. Y los especialistas en Economía no ayudan a aclarar hacia qué rumbo se dirige el país en esta materia. Mientras unos afirman que el gobierno tiene controlas las variables y que los índices serán mucho más bajos en los próximos meses, otros señalan que determinadas medidas antiinflacionarias -como la suba de las tasas de interés para "secar" de pesos al mercado- acrecienta las expectativas en el ámbito financiero, pero no en lo productivo.
En este marco se desenvuelve la vida de los argentinos, acostumbrados como pocos pueblos a convivir con el flagelo de la inflación y a adaptarse a la realidad casi perenne de precios que suben cada mes en porcentajes que serían escandalosos para otras sociedades. Esta suerte de naturalización del fenómeno inflacionario también conspira. Porque de la indignación que suponen los aumentos constantes se ha pasado a una especie de resignación.
El problema es que los actuales gobernantes, como tantos otros a lo largo de la historia reciente, han prometido acabar con el desfasaje y devolver racionalidad a la economía. Al mismo tiempo, aunque suene repetitivo, es necesario remarcar que la inflación se devora los salarios, acrecienta la informalidad y destruye la competitividad, además de generar cada mes nuevas porciones de pobreza en el país.
Un artículo publicado en un diario español sobre este tema hace pocos días, comenzó con una frase lapidaria: "Argentina se resiste a ser un país normal. La particularidad más autóctona, la mayor inflación de América Latina después de Venezuela, y una de las mayores del mundo, se niega a desaparecer".