Sociedad
Cómo celebró San Francisco el final de la Segunda Guerra Mundial
Así reflejaron las páginas de LA VOZ DE SAN JUSTO en la década del ´40, el final de la segunda gran guerra.
El próximo miércoles 7 se cumplirán 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Del momento en el que se rindió el aborrecible régimen del nacionalsocialismo alemán, tras más de 5 años de una guerra sangrienta que marcó el siglo XX, dejó huellas dolorosas en la humanidad toda y reconfiguró el orden geopolítico.
Significó un antes y un después en la historia del hombre. Rediseñó fronteras, germinó los derechos humanos y revalorizó la democracia. Abrió la puerta a la debacle del colonialismo, creó nuevas organizaciones internacionales y determinó el inicio de una impresionante revolución tecnológica. Pero, fundamentalmente, demostró una vez más que el espíritu de libertad prevalece incluso frente a los más horrendos y despóticos tiranos.
La huella imborrable de la osadía totalitaria se mantiene vigente. Y puede crecer si no existe cooperación internacional para resistir al extremismo y sin reforzar la vigencia plena de los derechos del hombre, quizás el mayor legado que surgió luego del triunfo aliado.
Ocho décadas atrás, el final del nazismo dejó lecciones todavía vigentes en un tiempo en el que los tambores de guerra parecen volver a sonar con fuerza, en el que las tensiones no se disipan. El presente no se entiende sin comprender el impacto de la Segunda Guerra Mundial. Y el futuro obliga a que aquellas lecciones impregnen el accionar de las nuevas generaciones.
Por todo ello, es un buen ejercicio recordar la algarabía y las exteriorizaciones de alegría que se vivieron en San Francisco cuando se anunció el final de la Segunda Guerra Mundial. Lejos de la Europa en la que habían nacido muchos habitantes de la ciudad en 1945, la noticia de la liberación congrego a una multitud dispuesta a celebrar el cese de una larga pesadilla.
En efecto, en la hemeroteca de LA VOZ DE SAN JUSTO se halla el testimonio de la algarabía popular que significó el final de la Segunda Guerra. Tras conocerse la noticia, caracterizados vecinos de la ciudad pidieron permiso a Nicolás Aroza, titular de la Jefatura Política del departamento, (institución hoy derogada) para llevar a cabo un acto que exprese “el júbilo y la adhesión a esta luminosa fecha que abre para la humanidad nuevas esperanzas a la ciudadanía democrática del mundo”. Entre los firmantes de esa solicitud se contaban Enrique J. Carrá, Raúl G. Villafañe, Arturo Taglioretti, Oscar Boero, Natalio Ludmer, René Bazet, Simón Libedinsky, Roberto Torres, Horacio Boero, Federico Bianchi, Enrique Mangiaterra, Héctor Mántaras, Arturo Pairola, Tomás Areta, Pericles Dentesano, Plácido García Rodríguez, Ernesto Gutiérrez, Marcelo Amsler, Luis Bianco, Carlos Martinez Maritorena, Alfredo Bonetto, Romualdo Chiavassa, Domingo Alisio, Antonio Paolasso, Mario Dante Agodino, Omar Areta, José Verdiell, Julián Niño, Alfredo Pavone, Juan B. Fasi, José Cassataro, Eugenio Odetti, Guillermo Denegri y Enrique Venturuzzi.
La crónica del acto concretado el 8 de mayo de 1945 a partir de las 18, frente al mástil municipal sobre bulevar 9 de Julio exhibe el espíritu alegre y la alegría por la conclusión de la pesadilla que significó la contienda bélica. “Una extraordinaria cantidad de personas, entre las que se destacaba la presencia de numerosas damas, se reunió frente a la municipalidad”, expresó la crónica.
Y continuó: “En un ambiente de vivo entusiasmo avanzó por el bulevar 9 de Julio en dirección al mástil, un grupo de señoras y señoritas portadoras de la bandera de las Naciones Unidas, las que eran presididas por la Bandera argentina. El paso de la columna fue saludado con cálidos aplausos por la multitud, escuchándose frecuentes vivas a la democracia, a la libertad y a las naciones que intervinieron en la guerra contra el totalitarismo. Llegada la columna frente al mástil se colocaron al pie del mismo varias ofrendas florales. Luego se entonó el Himno Nacional y, a continuación, La Marsellesa”.
Más adelante, “el público renovó sus exteriorizaciones de entusiasmo cuando la bandera fue izada al tope del mástil. De tal manera, al amparo de la enseña patria, que es un símbolo de libertad, adquirió más profunda significación el homenaje que se tributaba a quienes habían sabido luchar y morir contra la tiranía totalitaria. Finalmente y en momentos en que se procedía a arriar la bandera, la multitud guardó un minuto de silencio en honor de los muertos en la guerra, con lo que se dio por terminada la ceremonia frente al mástil dentro del mismo ambiente de entusiasmo que la caracterizó desde el comienzo”.
Luego de ese sencillo acto, “la multitud, formada en manifestación y siempre encabezada por la Bandera argentina y las enseñas de las Naciones Unidas, desfiló por el bulevar 9 de Julio, doblando por Lisandro de la Torre y siguiendo después por el bulevar 25 de Mayo hasta frente al Banco de la Nación, donde se dispersó, siempre dentro del más perfecto orden”.
Posteriormente, en una cena desarrollada en el Hotel Ferrazzi, hizo uso de la palabra Enrique Venturuzzi, quien formuló votos por el “afianzamiento de la victoria aliada y el pronto restablecimiento de una paz justa y duradera”. También pronunciaron breves alocuciones los doctores Victorio Elkin y Simón Libedinsky. Asimismo, Gustavo Mallat pidió un minuto de silencio por los caídos en la guerra y en memoria del ex presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt.
Por otra parte, en aquellas históricas jornadas del fin de la Segunda Guerra Mundial, este diario publicó dos notas editoriales en las que se reflejaba la ansiedad porque llegue “la hora de la paz” y “el final de la guerra”, tal como se titularon. Algunos de los conceptos vertidos en estas columnas son los siguientes:
La hora de la paz
“Estamos viviendo momentos trascendentales de la historia humana. Con un breve respiro entre las dos grandes conflagraciones de este siglo, el mundo ha vivido durante 30 años bajo el signo de la guerra. Ahora suena, por fin, la hora de la paz, de una paz que, según se ha dicho, será mejor, más segura y duradera que las que el mundo disfrutara anteriormente y organizada sobre bases tales que impedirán que la humanidad sucumba otra vez bajo el peso de las contiendas armadas.
Los hombres libres de la Tierra celebran con íntimo júbilo la derrota de las fuerzas oscuras y regresivas que quisieron cambiar el curso de nuestra civilización para condenarla a un destino de oprobio. Pero se advierte, sin embargo, que aún no ha terminado la lucha en defensa de la dignidad y la libertad de los hombres y los pueblos.
En los campos y ciudades de la devastada Alemania, donde las naciones unidas asestan los últimos golpes al enemigo común, finaliza una etapa del tremendo drama de nuestro tiempo. En la conferencia de San Francisco, donde se ha iniciado el estudio de los planes de ordenamiento para la posguerra, comienza una nueva etapa. Con ella, el momento de aprovechar y hacer de algún modo fecunda la trágica experiencia que ha ensangrentado al mundo”.
El final de la guerra
“Alemania ha capitulado. La buena nueva de la paz resuena en todos los ámbitos de la Tierra como el eco largamente esperado del lacerante clamor que durante más de cinco años se ha estado elevando en el corazón desgarrado de la humanidad.
La paz ha llegado y, con ella, el momento de la destrucción total de la absurda concepción ideológica que pretendió quebrar el espíritu del hombre para realizar sus aspiraciones de hegemonía universal. Era la pretensión de un nuevo orden que encerraba la promesa de un futuro de esclavitud y de ignominia. El culto de la fuerza, la raza superior, el espacio vital, los mitos raciales y religiosos, el sometimiento de todos los valores morales y espirituales a la ley de las cavernas, la brutalidad de la guerra exaltada a la categoría de máxima aspiración de los pueblos, eran los elementos de una alquimia bárbara con la que se quería transformar la naturaleza del hombre para convertirlo en un ser sin conciencia ni voluntad.
Pero los dictadores, estos falsos dioses de la destrucción creadora, nunca han sabido apreciar la verdadera sustancia de que está hecho el hombre. Aunque hubieran llegado a manejar todo el poder, siempre se habrían estrellado contra esa fuerza indefinida a inasible que es el espíritu del hombre libre. Ese espíritu es el que los derrotó esta vez, como tantas otras en la historia. Y gracias a ese espíritu es que podemos saludar hoy, emocionados, el advenimiento de la paz anhelada. Se ha escrito una nueva página en la historia del mundo, que es la historia de la lucha por la libertad y por el perfeccionamiento de las instituciones del derecho y la justicia. Detrás queda un mundo en ruinas en el que costará mucho borrar las cicatrices de la tragedia y aligerar la carga de dolor y de angustia aposentada en los corazones que conocieron de cerca el espanto de la matanza increíble. Habrá que reconstruirlo todo con el propósito de que todo sea mejor.
Será esta una fecha cumbre en la historia humana. Los hombres libres han ganado una guerra contra las fuerzas del mal. Reanimada su fe, la humanidad reanudará su marcha hacia un futuro mejor, para que el hombre pueda disfrutar integralmente, en el derecho, la justicia y el bienestar, los beneficios de esta paz por la que ha pagado tan duro precio”.