Cinco años
Por más avances que haga la investigación judicial, por más pericias de expertos que se lleven adelante, las discusiones y los interrogantes siguen siendo los mismos de hace cinco años. El escepticismo tiene fundamentos lógicos. Los tuvo desde el mismo comienzo.
Se cumplen hoy cinco años de un caso que sacudió a la Argentina y que aún aguarda resolución. Un día antes de que debiera presentarse ante el Congreso Nacional para dar cuenta de sus investigaciones sobre el pacto con Irán por el atentado a la sede de la mutual judía -ocurrido en 1994 y todavía sin justicia-, el fiscal especial para ese suceso, Alberto Nisman, aparecía muerto en su departamento.
En un país en el que las sombras envuelven a prácticamente todas las situaciones en las que se pretende investigar al poder, no asombra que hayan transcurrido cinco años sin que se conozca la verdad sobre los hechos que desencadenaron el fallecimiento del fiscal. Una causa politizada casi al instante, con reacciones chapuceras de la política de todas las vertientes ideológicas, y contaminada desde el principio parece destinada a continuar en la incertidumbre y en la falta de definiciones.
Lamentablemente es posible pronosticar que tendrán que pasar muchos eneros más para conocer, si algún día ocurre, la trama que envolvió las últimas horas de un funcionario judicial que en los días previos había cobrado una notoriedad manifiesta por haber acusado a la entonces presidenta de la Nación de liderar una operación de encubrimiento para evitar que se siga alimentando la prueba en la pista iraní en la búsqueda de los autores del sangriento atentado ocurrido hace más de 25 años y todavía impune.
La columna editorial de este diario del 23 de enero de 2015, a pocos días del sangriento hecho, presagiaba, desde el vamos, el sendero transitado por esta causa en este lustro. Se señaló en aquella circunstancia tan dolorosa para el país que "no sorprende que en la Argentina actual todo se busque acomodar al relato. De una parte y de la otra. Y las preguntas asoman sin solución de continuidad, mientras las respuestas escasean de manera alarmante. Basta recorrer las páginas de todos los diarios para encontrar interrogantes de la más variada catadura y planteados según el cristal con el que se observe la realidad del caso. La mayoría de estas preguntas nacen sospechadas de intencionalidad, por momentos de condición aviesa inocultable. Sin embargo, la certidumbre de lo que realmente ocurrió sigue en la nebulosa y la percepción general es que casi con seguridad no saldrá de las sombras, en virtud de los intereses que están en juego, de las escaramuzas políticas y de la batalla que al parecer se ha desatado en el seno de los servicios de inteligencia del país".
Ha pasado un lustro. Los nubarrones espesos, teñidos de suspicacias y sospechas, reafirmaron aquella sensación de que pasará mucha agua bajo el puente antes de que se esclarezca la muerte del fiscal Nisman. La búsqueda de la verdad y la atribución de responsabilidades no es prioridad. Por más avances que haga la investigación judicial, por más pericias de expertos que se lleven adelante, las discusiones y los interrogantes siguen siendo los mismos de hace cinco años.
El escepticismo tiene fundamentos lógicos. Los tuvo desde el mismo comienzo. "Lo verdaderamente lamentable es que la verdad quizás no muestre nunca su cara. De ser así, la cultura de la impunidad habrá ganado la porfía de manera definitiva. Se habrá consagrado como la única realidad", se señaló en esta columna hace cinco años. Casi un centenar de víctimas del atentado a la Amia y la memoria del fiscal Nisman no merecen tan descomunal atropello.