Espectáculos
Cien funciones después, seguimos creyendo

Desde su reapertura, el Teatrillo ya recibió a miles de espectadores y consolidó su nueva etapa.
Por Bautista Dutruel | LVSJ
A veces una sala no es solo una sala. Es un latido. Una posibilidad. Un pacto silencioso entre quien entra y quien espera del otro lado del telón.
En San Francisco, el Teatrillo volvió a abrir sus puertas hace 212 días. Y aunque eso se puede decir así, sin énfasis, el que estuvo adentro sabe que no fue solo una reapertura. Fue una reparación. Una forma de volver a creer.
Después de años con su cartel apagado, ese espacio volvió a llenarse de voces, de cuerpos, de luces encendidas, de historias que no están en ninguna plataforma y que solo ocurren ahí: en vivo, con la fragilidad y la potencia que solo el teatro puede ofrecer. Desde su reapertura a fines de 2024, ya se hicieron más de 100 funciones. Y no hay una que haya sido igual a otra.
No se trató de un número redondo, ni de una racha. Se trató de una ciudad reencontrándose con un escenario que supo ser suyo. De un proyecto que no solo remodeló butacas o camarines, sino que volvió a poner el teatro en el centro de la vida cultural local. Fue la oportunidad de vernos otra vez desde un escenario, de contar lo que nos pasa, lo que somos, lo que soñamos.
La historia no es menor: el Teatrillo nació en los años 70, funcionó con esfuerzo desde 1991, y se sostuvo durante décadas como uno de los pocos espacios para el arte en San Francisco. Pero el tiempo, la falta de inversión y cierta idea de que lo cultural puede esperar lo fueron apagando. Hasta que alguien, más de uno, en realidad, decidió apostar fuerte: el municipio, a través de una concesión, acompañó una inversión integral para devolverle vida. Hoy, bajo la dirección de un equipo artístico que piensa en la programación como un servicio, no como un calendario, la sala volvió a latir.
Y lo hace con un estilo propio: funciones todas las semanas, artistas locales y de otras ciudades, obras consagradas, nuevas apuestas, propuestas familiares, música, humor, poesía, encuentros, charlas. Y público. Público que se emociona, que aplaude, que pregunta, que vuelve.
Hay algo difícil de explicar, o mejor dicho algo difícil o imposible de escribir, pero fácil de sentir cuando uno entra al Teatrillo. Es como si en el aire quedara flotando todo lo que ya pasó. Cada función deja una capa nueva, invisible, pero presente. Las risas, los silencios, los aplausos, las confesiones a media voz. Lo que pasa ahí, queda ahí. Pero también se multiplica, porque nos transforma.
Cada función es una pequeña ceremonia. Se encienden las luces, alguien acomoda la sala, se abre la puerta, se escucha una voz que dice: “su atención, por favor”. Y entonces, empieza.
Quizás esa sea la mayor conquista de estas cien funciones. Haber recuperado la certeza de que en esta ciudad el teatro es necesario. Que no es un lujo ni un entretenimiento de paso. Que es un lugar donde nos entendemos un poco mejor. Donde todo puede cambiar.
El Teatrillo no volvió como estaba. Volvió mejor. Con más luz, con más sonido, con más cuidado. Pero, sobre todo, con más amor. Y eso se nota. En quienes lo gestionan, en quienes actúan, en quienes aplauden. En quienes barren después. En quienes miran parados al fondo. En quienes se enamoran en una butaca.
No se trata solo de celebrar un número. Se trata de honrar todo lo que nos pasa cuando alguien se anima a contar una historia y alguien más se queda a escucharla.
Cien funciones después, el telón volvió a abrirse. Lo que viene ahora es todavía más importante: seguir creyendo. Porque esto recién empieza.