Black Friday de almas: la historia del Fausto de la guitarra

A Robert Johnson lo admiran muchos, lo conocen pocos. Dicen que fue el mejor que el blues y la guitarra no serían nada sin él. Nadie sabe mucho, todos lo admiran. Se fue rápido, vivió así también pero su leyenda fue más grande, más importante que ser parte del "Club de los 27".
Por Manuel Montali
De Robert Johnson se sabe poco pero se dice mucho. Se sabe que nació en 1911 en Hazlehurst, en el sur profundo de Estados Unidos, entre colonias campesinas atravesadas por las aguas del Mississippi. Se sabe que era descendiente de esclavos. Se sabe que se volvió muy bueno en la guitarra y que entre 1936 y 1937 grabó un puñado de canciones de enormísima influencia en la historia del blues.
Se sabe que una de esas canciones se llama "Crossroads" y que trata sobre un hombre de rodillas en un cruce de caminos, pidiéndole a Dios que se apiade de su alma. Se sabe que otro tema es "Me and the devil blues" y que habla de él y el demonio caminando juntos a la par. Se sabe que murió poco después, en 1938, en circunstancias no del todo claras (la teoría más firme es que fue envenenado por el marido de una de sus amantes), en lo que podría considerarse la primera membresía del extenso "Club de los 27".
Hasta allí lo que se sabe. Pero lo que se dice, a veces, es más trascendente, o al menos termina definiendo una vida y su legado.
De Robert Johnson se dice que al principio era un guitarrista más, amontonado por la corriente del delta, hasta que en ese cruce de caminos (para el turismo, el de las rutas 61 y 49) le vendió el alma al diablo. Solo así se explica que un negro mediocre y maleducado empezara de repente tocar la guitarra como un genio.
Hay un par de películas y documentales sobre el tema. Una de las más recordadas es... "Crossroads" (1986), por supuesto. Conocida en estas pampas como "Encrucijada" (bastante bien, si se tienen en cuenta las aberraciones a las que nos someten los traductores) puede resumirse como un Karate Kid pero con guitarras. De hecho, el protagonista es Ralph Macchio, el mismo actor que puso la piel para el Daniel LaRusso de 1984.
Este filme trata también sobre un joven saltamontes que aprende el arte milenario de un Señor Miyagi devenido en morocho y anciano bluesman. Y lo más memorable es nuevamente la grulla, que en este caso no es una patada, sino una versión del Capricho Nº 25 de Paganini que nuestro héroe toca para ganar en el mano a mano contra el lugarteniente del diablo, interpretado por un genial Steve Vai (que es quien en verdad grabó esta pista de guitarra, porque parece que en la vida real Macchio no es un astro del karate ni de la guitarra).
Johnson cuenta con un documental en Netflix donde se ahonda sobre las causas de su muerte.
De Fausto hasta acá, las historias sobre Black
Friday de almas son recurrentes. Hace unos diez años, una publicidad que innovó
en el uso de Internet y las redes sociales instauraba la leyenda de que un tal Javier
Mascherano también era al comienzo un mediocre en lo suyo (patear una pelota),
pero que después de una ausencia sospechosa había vuelto a su club convertido
en una máquina. En este caso, se sugería que al futuro "jefecito" le habían
puesto un motor en el pecho.
Y el diablo mete mucho la cola en los primeros blues que, de tanto hundir las raíces en la cultura musical primigenia norteamericana, cruzan caminos con el country, el jazz y hasta el rock and roll. Si se va más abajo, se llega hasta los Negro Spiritual de los esclavos. Esas canciones rústicas nacían y se cantaban en campos minados de invocaciones, leyendas, suspicacias y maldiciones. El demonio siempre anda en esos caminos rotos por camiones, en los campos, ríos y casuchas, así como en el origen de borracheras, peleas, llantos y abandonos. Huele a azufre y suena con slide y punteos que se meten a golpes de uñas largas dentro del tímpano. El diablo se oye como una púa arañando viejos discos de pasta.
Se dice mucho. Se sabe menos. Eric Clapton, Keith Richards e infinidad de guitarristas son hijos de ambos, porque lo que se dice se entrecruza con lo que se sabe hasta que ya no puede escindirse a uno del otro. Quizá, si no fuera por lo que se dijo y dice, de Robert Johnson no se hubiera sabido nada.
Otro blusero de los primerísimos, Curley Weaver, es quien tiene la última verdad: maldito o no, dueño de tu alma o sin ella, "has nacido para morir". Mientras tanto, mientras la voz te dure y los dedos te respondan, podés hacer algo de música. Y nosotros, disfrutarla desde YouTube, Spotify y demás reproductores, al derecho y al revés también, no sea cosa que el diablo también esté en lo subliminal.