Análisis
Belgrano y la idea de libertad

Las lecciones de Manuel Belgrano lejos están de ser aprendidas. Mucho menos, aprehendidas. “¡Pobre patria mía!” expresó en el momento de su fallecimiento. Como dijo Marcos Aguinis en su libro, “esa frase resuena como un patético trompetazo. Por eso, debemos recordarla y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para revertirla”.
Se cumplen 205 años del fallecimiento del general Manuel Belgrano. Los análisis históricos sobre la figura del creador de la Bandera son tan disímiles como controvertidos. Se coincide en su extraordinario aporte en los tiempos de nacimiento de la Patria. Se discuten sus modos de pensar y sus acciones de acuerdo con concepciones actuales, sin reparar en las circunstancias del tiempo en el que vivió, lo que constituye un anacronismo que desvirtúa el sentido del relato histórico.
El error frecuente de moldear al personaje con el ropaje ideológico preferido lleva a excesos que no permitan una visión global del aporte que hizo con sus hazañas militares y sus obras de gobierno y, también, con sus reflexiones acerca de los aspectos más importantes de la vida de los hombres en su tiempo. Y en todos los tiempos.
Uno de ellos es el concepto de libertad. El prócer entendió que sin libertad no hay desarrollo posible para los pueblos. Ser y sentirse libre es el basamento de la vida personal y social. Para Belgrano “la vida es nada si la libertad se pierde”. Es una palabra repetida en sus reflexiones, pero no se trata de un concepto hueco. Sus luchas, sus afanes, su convicción, su pasión por alcanzar el objetivo de la independencia fueron impregnadas por ese ideal.
Para Belgrano, la idea de libertad se vincula con un profundo humanismo. Así, el desarrollo de las potencialidades individuales debe estar al servicio de una comunidad. En este marco, todos los ámbitos de la vida humana son alcanzados. Entonces, la libertad no solo implicaba para el prócer la emancipación de España. El desarrollo personal y social solo podía alcanzarse si se ejercía esta premisa básica.
Así, la política, la educación, la justicia, la economía, la comunicación, entre otros, deben ajustarse a parámetros concretos en los que la vigencia de la libertad es el sostén. Por ejemplo, el prócer creía en la competencia y el libre comercio como elemento del progreso económico; aseguraba que la educación era esencial, porque “un pueblo justo jamás puede ser esclavizado” y sostenía que la libertad de prensa es “la principal base de la ilustración pública”. Además, la idea de libertad belgraniana tenía un profundo contenido moral. Exigía que la conducta los hombres públicos “debe siempre presentarse, o para que sirve de ejemplo o de lección para fomentar el gran resorte del espíritu público”.
Las lecciones de Belgrano lejos están de ser aprendidas. Mucho menos, aprehendidas. Vivimos un tiempo en el que el concepto de libertad es tironeado. Algunos lo absolutizan, le quitan su contenido humano y lo degradan moralmente. Movidos por las circunstancias, otros anuncian que su acción política se dedicará a conseguir la libertad de un personaje político condenado por la Justicia.
“¡Pobre patria mía!” expresó Belgrano en el momento de su fallecimiento. Esa frase eligió Marcos Aguinis para titular un libro que retrata la decadencia nacional. Allí se lee: “Los argentinos tenemos la desgracia de no escuchar y a menudo ni siquiera ver. Por eso, esa frase resuena como un patético trompetazo. Por eso, debemos recordarla y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para revertirla”.