Análisis
Bajo el “efecto” Colapinto

El retorno de Franco Colapinto a la Fórmula 1 no solo destaca en lo deportivo, sino que refleja una dinámica de polarización y adhesiones que también se observa en la política nacional. El gobierno aceleró con varios anuncios luego de su triunfo en la ciudad de Buenos Aires. La carrera electoral todavía tiene varias curvas.
Por Fernando Quaglia | LVSJ
El regreso de Franco Colapinto a la Fórmula 1 representa una de las noticias deportivas más sobresalientes del año. Más allá de sus virtudes como piloto, su figura se ha instalado en el imaginario colectivo como un fenómeno cultural, capaz de movilizar emociones y generar adhesiones que trascienden lo estrictamente automovilístico. Dueño de un carisma particular, encarna ciertos rasgos del estereotipo porteño —simpatía, espontaneidad, calidez y un dejo de soberbia— que lo convierten en un personaje mediático de gran alcance.
En apariencia, establecer una analogía entre el impacto generado por el bonaerense y la dinámica de la política nacional podría parecer forzado. Sin embargo, al analizar aspectos del llamado “efecto Colapinto”, es posible identificar elementos reflexivos comunes sobre los modos en que la sociedad argentina construye adhesiones, expectativas y rechazos tanto en el plano deportivo como en el político.
Para algunos es el nuevo Fangio. Para otros, un pibe que “vende humo”. En este punto, se puede advertir la creciente dificultad social para matizar, para reconocer zonas grises. Desde hace tiempo, la política nacional no escapa a esa lógica: se impone la polarización, el antagonismo y el diálogo constructivo se vuelve una rareza.
El recorrido del piloto argentino en las pistas ha sido hasta ahora irregular. Ha mostrado talento, pero también ha cometido errores. En términos políticos, el actual gobierno ha cosechado algunos logros significativos, pero también ha incurrido en tropiezos innecesarios que sembraron dudas sobre su capacidad para sostener el rumbo.
No obstante, muy entusiasmado por su desempeño en las recientes elecciones legislativas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y sus módicos éxitos en algunas provincias, el oficialismo pisó el acelerador. Convencido de que todo el país se teñirá de violeta, el ritmo de su accionar se intensificó. Bajo esta lógica, la “motosierra” encendió el DRS. Así, la semana transcurrió con el gobierno extendiendo la frenada en las curvas. Pisando los pianitos, hizo anuncios de fuerte impacto: reducción de aranceles a la importación de celulares, declaración de servicios esenciales a actividades como la educación y los que abren la puerta a los “dólares del colchón”. Agua helada para algunos. Oleada refrescante para otros.
Mochila toxica
Colapinto tiene una mochila pesada: porta las enormes -a veces desmesuradas- esperanzas que depositan los argentinos en cada uno de sus grandes deportistas. Una carga que no está exenta de la toxicidad de los fenómenos de comunicación de este tiempo. Y que contiene dosis de la misma toxina que se inocula en la política nacional a través del accionar de los barrabravas de las redes sociales. La violencia simbólica, la manipulación informativa y el hostigamiento virtual se convirtieron en moneda corriente. Tal fue el caso de Jack Doohan, víctima de “fakes” infundados, similares a los que circularon en la veda electoral porteña. La agresión digital y la banalización del debate público son instrumentos usuales. Con una diferencia significativa: mientras el mismo Colapinto y todo el espectro de la Fórmula 1 las repudiaron, en la política nacional se relativizan o incluso se celebran.
Es posible que los rivales del piloto argentino estén sorprendidos por sus dotes conductivas en las pistas y por su personalidad extrovertida fuera de ellas. Similar estupor vive la oposición que no acierta a encontrar las claves para desentrañar el nuevo tiempo ni para sintonizar con las preocupaciones sociales. Un ejemplo es el intento de restituir la posibilidad de reelección indefinida para los intendentes bonaerenses, lo que implicaría un retroceso institucional grave.
Con Colapinto, los argentinos redescubrimos la Fórmula 1. Desde los tiempos de Reutemann no dedicábamos varias horas domingueras para ver competir a uno de los nuestros. Quizás ése sea el tiempo que la mitad de los ciudadanos de Buenos Aires no utilizó para participar en las últimas elecciones. La dirigencia debería tomar nota de que la apatía es un síntoma de la lejanía y desinterés.
Mientras se acercan las últimas vueltas de la carrera electoral, la política acelera. Todavía quedan varias curvas riesgosas. Los cimbronazos se sienten más sin un casco protector. El repartidor de compras online no llegó todavía.