Un baile más
Bailar, incluso cuando duele
A los tres años supo que quería bailar. Desde entonces, su cuerpo no dejó de moverse. Renata Palladini tiene 17, una vida hecha de giros, ensayo y constancia. Esta es la historia de una bailarina que eligió su destino desde el primer paso.
Por Bautista Dutruel | LVSJ
Renata Palladini tiene 17 años y un cuerpo que ya vivió muchas danzas. No muchas coreografías: muchas danzas. Porque cada paso es más que un paso, es una forma de vivir.
Empezó a los tres, por decisión propia. “Yo le pedí a mi mamá. Le dije: ‘Yo quiero ir a danza’”, recuerda. Como si ya supiera sin saber lo que el baile iba a significar para ella. Como si el cuerpo ya intuyera su camino, antes que las palabras.
Desde ese momento no paró. O, mejor dicho: paró solo una vez. Cuando el mundo se detuvo. En 2020, la pandemia volvió intangibles las cosas que más queremos: la cercanía, el abrazo, la sala de ensayo. Las clases se volvieron pantallas, y el deseo, una promesa aplazada. “Ese año dejé, no tenía motivación para sumarme a hacer cosas en mi casa”, dice. Y aunque no fue fácil, entendió que una pasión verdadera puede dormirse, pero no se apaga.
Volvió al año siguiente, con dudas, con miedo, con un cuerpo desorientado que ya no recordaba todo. “Volví en 2021 y había un montón de cosas que no entendía. Fue un año frustrante”, cuenta. La danza, que antes era puro impulso, se volvió una reconstrucción paciente, paso a paso, clase a clase. Pero volvió. Y volver fue también reafirmar algo: que ahí, en el movimiento, en la música, en el cuerpo, estaba lo que verdaderamente la hacía feliz.
Mientras transita sus últimos años en el IPET N° 50 “Emilio F. Olmos”, la Escuela del Trabajo, Renata organiza sus días entre talleres técnicos, cuadernos, ensayos y clases. La doble escolaridad no siempre es fácil: a veces llega cansada, con poco tiempo para descansar o para dedicarle a la danza todo lo que quisiera. Pero incluso en la exigencia, reafirma su deseo. “Me frustra no poder ir a danza por el colegio, pero también me confirma que esto es lo que más me gusta.”
Desde entonces, su camino fue hacia adelante. A veces más lento, otras con vértigo, pero siempre con la certeza de que ahí, en la danza, estaba su lugar. “Cada día era querer ir a danza. Y si no podía por el colegio, me frustraba muchísimo. Ahí me di cuenta: esto es lo que a mí me gusta. “Quiero vivir de la danza.”
Hoy no solo baila: también enseña. Su mirada como profe le permite ver con distancia algo que también fue: esa nena que entró por primera vez a un salón y empezó a descubrir su cuerpo. En sus alumnas reconoce el juego como motor. Y en su propia historia, la evidencia de que la técnica llega, pero la pasión es el cimiento. “Al principio uno no es consciente de lo que hace. Pensás que lo estás dando todo y después mirás y ves cuánto tenías que mejorar. Pero para mí ese es el proceso. Si te gusta, lo volvés a intentar hasta que te salga.”
La constancia, para Renata, no es una consigna, sino un pilar fundamental. “Meterle, meterle, meterle. Si de verdad te apasiona, no hay otra forma”, dice. La frase tiene una fuerza que no necesita explicación. Es lo que hizo, es lo que hace, es lo que va a seguir haciendo.
Hubo un momento, sin embargo, en el que pensó que tendría que abandonar. Una lesión. Una amenaza. Un diagnóstico que le hizo temblar. “Me dijeron: ‘capaz tenés que dejar de bailar’. Fue muy chocante.” Su cuerpo, su herramienta de trabajo y de expresión, se volvió incierto. Pero pudo seguir. Y desde entonces, nada es dado por hecho. Cada ensayo, cada clase, cada secuencia de pasos, también una forma de agradecer.
Renata se reconoce carismática. Y no es solo una percepción personal: se lo dicen. “Soy de meter mucha cara en todo, mucha presencia”, afirma. Baila jazz, contemporáneo y danza clásica. Disfruta del primero y el segundo por su libertad, su intensidad, su energía escénica. Ama el tercero por su disciplina, su historia, su lenguaje exigente. “El clásico es mi base. Me encanta el lento, la pose. Pero el theater jazz me parece una bomba. Me divierte muchísimo. Siento que ahí mi carisma llega más.”
Incluso cuando no baila, su cuerpo no se detiene. “Estoy en mi casa limpiando y me voy girando. No puedo estar quieta”, dice entre risas. Su naturaleza es esa: moverse. Sentir. Improvisar. Transformar el día a día en danza. Hasta los recreos de la escuela fueron espacio para marcar pasos, repasar coreografías, aprovechar cualquier lugar para transfórmalo en su propio estudio de baile.
Y cuando sube a un escenario, lo siente todo. La danza también es actuación, dice. Es saber contar con el cuerpo. Interpretar una emoción. “Por más triste que esté, bailo. A veces me dicen: ‘este baile es tristeza’, y yo lo intento interpretar. Pero siempre hay algo de alegría, de orgullo. Estar ahí parada, ver toda la gente que paga una entrada para ver un show… te llena.”
El futuro es una promesa que la entusiasma. Quiere formarse en Buenos Aires, estudiar, hacer castings, hacer cursos. Ser rechazada. Volver a intentar. “Si me dicen que no, hago otro casting. Así hasta que quede en algo que de verdad me guste.” No sueña con abrir una academia. Sueña con bailar. Con vivir bailando. “Sé que me falta un montón de camino por delante, pero tengo ganas. Muchas ganas.”
Se imagina en otros escenarios. En otros países. En otros idiomas. Y también en algunos bien propios. “Me gustaría algún día pisar el escenario del Colón. No sé, si como parte del cuerpo estable, pero, aunque sea una vez. Sería fantástico.” También le ilusiona formar parte de un ballet, bailar con artistas. “Ambas realidades me encantan. Me encantaría ser parte de las dos.”
Si tuviera que mirar atras a la Renata de tres años, esa chiquita que entró por primera vez a un salón de danza, de la mano de su mamá, le diría algo simple:
“Lograste cosas que no pensabas que ibas a lograr. Y vas a lograr muchas más.”
Renata Palladini tiene 17 años. Baila desde que tiene memoria. Y todo lo que sueña, lo sueña bailando.