Entrevista
“Antes que deportista, hay una persona”: la mirada de Santiago González sobre el básquet y la salud mental
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El psicólogo deportivo y exjugador de San Isidro repasa cómo la palabra, el trabajo en equipo y la salud mental atraviesan el alto rendimiento.
Santiago González vivió el básquet desde dos lugares que pocas veces conviven tan bien: el de jugador profesional durante más de veinte años y el de psicólogo clínico y deportivo, rol que hoy ejerce en San Isidro. Esa doble experiencia le permitió ver el juego desde adentro, sentirlo en el cuerpo y pensarlo en la cabeza. Por eso habla con una mezcla de sensibilidad, oficio y realismo que atraviesa toda la charla: “Hace 22 años que hago terapia. Varias veces ni tocaba lo deportivo, pero igual me ayudaba a ordenarme
para jugar”, cuenta casi como quien revela una herramienta que siempre tuvo al alcance.
En el club ya está transitando su tercera temporada. Trabaja a distancia, con sesiones individuales y encuentros grupales donde la palabra —dice— sigue siendo el gran vehículo. “Obviamente la virtualidad tiene sus límites: no es lo mismo verse la cara en una pantalla que estar sentados en una sala. Pero los chicos tienen un compromiso enorme y eso hace que funcione. Y sobre todo entienden que el espacio es abierto: no hablamos sólo de concentración o presión, también de pareja, familia, estudios, miedos… Antes que deportistas, son personas”.
Para él, que una institución apueste por la salud mental es más que un gesto: es un mensaje. “San Isidro me da autonomía, confidencialidad y respaldo total. Eso genera un clima muy sano. Ojalá no sea algo raro dentro de unos años, sino algo natural: ‘tenemos un PF, un médico, un psicólogo deportivo’”.
González cuenta que, cuando era jugador, no existía ese acompañamiento. Él hizo su propio camino terapéutico por fuera, casi a pulmón, cuando todavía no era normal hablar de estas cosas en el vestuario. “Nunca fui a un psicólogo especializado en deporte hasta después de dejar de jugar. Pero igual lo usaba para todo: mi vida personal, mis vínculos, mis frustraciones, mis duelos. Y lo veía en la cancha. Había días que necesitaba esa hora de hablar para poder entrenar sin tener la cabeza en otro lado”.
Ahí empezó a entender algo que hoy repite como un mantra: el juego colectivo te ordena en un lugar que el ego no siempre quiere aceptar. “En un equipo, vos resignás cosas tuyas para que algo funcione en conjunto. No todo de lo que querés hacer va a ser útil. Y eso desafía: querer tirar más, jugar más, ser más protagonista… pero entender que quizás tu rol hoy es otro. Y que ese rol también tiene valor”.
Esa habilidad mental —sostiene— sirve igual o más cuando se apaga la luz del estadio. “Después del básquet te vas a encontrar con jefes, compañeros, estructuras. Todo es trabajo en equipo. Lo que aprendés en un plantel te acompaña en cualquier lugar”.
El otro gran tema que aparece fuerte en su análisis es el choque generacional. González trabaja con muchos adolescentes y jóvenes, tanto en el club como en su consultorio, y detecta un patrón nítido: “Hay poca tolerancia a la frustración. No porque sean peores, sino porque viven en una sociedad donde todo tiene que ser ya. No existe la demora, no existe equivocarse. Y si algo no sale, sienten que se termina el mundo”.
También observa que la tecnología alimenta esa idea de inmediatez permanente: tutoriales, fórmulas, promesas de felicidad instantánea, cuerpos supuestamente perfectos. “Compran una receta que no existe. Después la realidad aparece, porque somos humanos, y ahí viene el golpe. And claro que frustra”.
Esa presión les pega de lleno cuando dejan su casa para empezar una carrera profesional. “Muchos llegan y quieren jugar ya, sin haber pasado por el proceso. Y cuando no pasa, se angustian al punto de querer dejar el deporte sin haber dado el primer paso. Hay chicos que se alejan cientos de kilómetros y se exigen que todo funcione desde el día uno. Es demasiado”.
Para él, el trabajo pasa por ayudarlos a frenar y mirar hacia adentro: “Que se pregunten qué desean, qué temen, qué los pone ansiosos. Que ganen autonomía emocional. Que entiendan que equivocarse es parte del proceso. Que disfruten el camino y no sólo el resultado”.
González cree que el deporte tiene que volver a humanizar a sus protagonistas. Lo dice desde la experiencia, no desde un eslogan. “Hay una idea social de que el jugador no puede tener problemas porque cobra, viaja, hace lo que le gusta. Y te aseguro que sí los tiene. Muchas veces, muchos”.
Por eso insiste en que la salud mental no es un lujo, sino una necesidad tan concreta como la preparación física: “Si la persona no está bien, el rendimiento no va a estar bien. Es así de simple”.
Y ahí resume su filosofía en una frase que atraviesa todo lo que hace:“Antes que deportista, hay una persona. Y si esa persona no está bien, el equipo tampoco va a estarlo.”
