Adiós al último “conventillo” de San Francisco: la historia de estos lugares icónicos

La vieja edificación de Deán Funes al 1100 fue la última en mantenerse en pie. A través de un documento aportado por el Archivo Gráfico y Museo Histórico, recordamos sus orígenes y los secretos que albergaban dentro de esas paredes.
El último "conventillo" que se mantenía en pie en nuestra ciudad comienza a ser parte del pasado. Su demolición le cambió la fisonomía al barrio y ya son pocos quienes recuerdan sus épocas de apogeo.
Sinónimos de inmoralidad para unos y de bohemia para otros, estas edificaciones tienen su historia, emparentada con el progreso de la ciudad y la llegada de personajes que por años le impregnaron un ambiente turbio a la nocturnidad sanfrancisqueña.
Este tipo de viviendas se multiplicó entre fines del siglo XIX y principios del XX, para albergar a la gran ola de inmigrantes que llegó a la Argentina.
A propósito de la desaparición del último "conventillo", en calle Deán Funes, reeditamos un texto aportado por el Archivo Gráfico y Museo Histórico de San Francisco y la Región, escrito por Rolo Paolantonio en 2000 y que repasa de manera pintoresca el nacimiento y esplendor de estos lugares en nuestra ciudad.
Se titula "Nuestras casas de diversión de antaño" y a continuación lo reproducimos:
"Las poblaciones que se fundaban en nuestra patria en el transcurso de la segunda mitad del siglo pasado, crecían y se desarrollaban con la contribución generosa principalmente de los muchos inmigrantes que llegaban buscando con su trabajo un destino mejor, con el apoyo al mismo tiempo de los ferrocarriles que abrían en estas llanuras sus caminos de acero.
En el año 1905 tres líneas de transporte, F.C. Central Córdoba, Central Argentino y Santa Fe habían ya convergido sus ramales en este San Francisco, que toma pronto la fisonomía do próspero lugar, al resultar un centro conveniente para viajes rápidos y seguros de personas y envío de los frutos que producía la región hacia los lugares de consumo y embarque.
Tal situación hizo que nuestro San Francisco en aquellos días se concentrara la mayor actividad mercantil de la zona, siendo recepcionista y remitente de un importante caudal de producción cerealera.
El último conventillo por dentro, símbolo de una época en la que estos lugares nacieron para albergar a la ola inmigratoria. (Marcelo Suppo | LVSJ)
Atraídos por la prosperidad económica que vislumbraba la ciudad que nacía, como también por la vinculación con los puertos del litoral, y en especial el de Rosario, donde se volcaban en barcos cargueros de ultramar y a diferentes destinos el grano de cereal cosechado en estas tierras, fueron llegando desde esa zona trabajadores con el deseo de probar fortuna y ganarse la vida laboriosamente, acompañando la colonización de inmigrantes piemonteses, que eran gente de capacidad y de una férrea voluntad para las tareas rurales.
Pero como no podía ser de otra manera, junto a los humildes trabajadores, también llegaron, como en las viejas películas de Far-West norteamericano, atentos a los comentarios de las riquezas que se generaban en estas tierras, los infaltables personajes profesionales en el arte de embaucar incautos.
Jugadores de naipes con ardid para ganar con ventajas, no solo en las retas formadas en los boliches, sino también en las reuniones nocturnas de los clubes sociales fundados en el medio, donde había alta competencia y mayor capacidad monetaria.
Con su accionar estos ladrones de guantes blanco, no solo perjudicaron al inocente colono que llegaba los fines de semana al poblado para pasar un rato de esparcimiento, sino a caracterizados vecinos que cayeron en la trampa sutil de estos hábiles delincuentes de la época.
La floreciente situación de la ciudad fue asimismo conocida por la gente vinculada al más antiguo y triste comercio: la prostitución. Y surgen ahí los tratantes de blancas, que llegaron para instalarse en el suburbio de la zona poblada para evitar problemas ante una sociedad que se regía con sanas costumbres y normales reglas de moralidad.
La organización del vil comercio adquirió terrenos alejados, al norte de la población, pasando las vías de trocha ancha del F.C. Central Argentino (hoy Mitre). Levantando una edificación especial y adecuada para esa actividad.
Siendo una zona descampada en aquel tiempo, desde lejos y a lo alto del terraplen ferroviario podía distinguirse en la soledad del chato paisaje, interrumpiendo la línea del horizonte, el perfil de aquellas casas terminadas sin revoque entre caminos de tierra.
Allí se instalaron tres casas de tolerancia, una de origen y dirigida por rufianes polacos (que eran señalados como judíos), otra bajo el control de elementos franceses, y la restante que llamaban "el matadero" que era al prostíbulo atendido por mujeres criollas explotadas por "cafishios" del país y que eran las de "servicios" más baratos, porque las "franchutas", vocablo sinónimo de francesa y prostituta, eran sin duda por su belleza y comportamiento de otra categoría, y por lo tanto las más cotizadas en ése sórdido ambiente.
La fachada de la vieja
edificación de Deán Funes al 1100 (Manuel Ruiz | LVSJ)
Las mujeres francesas y polacas en su mayoría, ingresaban al país clandestinamente desde el Uruguay, algunas traídas engañadas en su inocencia con falsas promesas de casamiento o trabajo honrado, y muchas venían huyendo de la miseria instalada en Europa luego de la gran guerra (1914-1919) y concientes que eran esclavas de organizaciones de caftens polacos y macró franceses, mafias que las explotaban imponiéndoles vircuitos de operaciones en diferentes ciudades, donde "trabajaban" corto tiempo para pasar luego a otra casa de tolerancia, siempre bajo una estrecha y rigurosa vigilancia de la "madame" (mujer entrada en años con mucha experiencia en el oficio) que regenteaba el lugar, para evitar que por amor u otros motivos se fugaran, desertando del plantel, en cuyo caso se castigaba a la ramera a veces hasta con la muerte. Porque cada mujer tenía dueño y un valor monetario, que según su imagen y atracción sexual, le proporcionaba a su propietario pingues ganancias.
De aquella época infame San Francisco conserva aún, cosa rara y curiosa, en una ciudad donde mucho se ha perdido y casi nada queda de su edificación de antaño, las casas donde se divertían nuestros antepasados.
Allí, en calle Dean Funes a la altura del número 1100, están todavía las paredes de ladrillos que guardan en su interior lo que conformaban los salones y piezas a lo largo de una galería abierta donde se recibían a los parroquianos que iban buscando la emoción de lo prohibido comprando la ilusión del amor y la diversión con la música surgida de un rayado disco que giraba en un fonógrafo de amplia bocina o de la voz de un trasnochado cantor guitarrero que invitaba a completar la "farra" con baile, alcohol y la alegría a veces fingida de alguna "pupila" que escondía el sufrimiento de su triste destino.
Aquella turbia e indeseable actividad que arrastraba corrupción en varias esferas, porque para el manteniniento y desvíos de controles era necesario cumplir con la entrega de "la cañota" o "el retorno", término para siempre su existencia en el año 1935, cuando se clausuraron las casas de tolerancia después de la sanción de la ley 12.331.
Quizás al pasar por esa calle, al observar lo que queda de aquel edificio en su estado actual, con sus muros lastimados y teñidos por la mano despidada de los tiempos, traerá muchos recuerdos, y puede todavía arrancar una pícara sonrisa en alguno de nuestros abuelos, que en su entonces avidez de placeres juveniles, alcanzaron a conocer esos burdeles en los momentos de su esplendor.
La historia de los "conventillos", símbolos de un pasado poco conocido (Marcelo Suppo)
Casas viejas que son, a pesar de todo, la realidad de un ayer que no se puede disimular, porque es la muestra de una época distinta, que aunque no resulte agradable su recuerdo, pertenece a un pasado real y cierto, que por comentarios y relatos de veteranos memoriosos, tuvo particulares episodios de diversos matices emotivos, desde lo gracioso a lo dramático, y una infinidad de anécdotas propias del lugar donde se generaron.
Hechos vividos que hacen a la existencia de un pueblo en marcha que ha dejado en su camino pequeñas cosas que representan el lado obscuro del transcurrir de los años. Es una hebra de distinta tonalidad con la que también se va tejiendo la historia de nuestra joven y pujante ciudad".