La imposición del lenguaje inclusivo
La dinámica de los cambios de la lengua no puede ser impuesta por un grupo social, sino por el habla cotidiana. La obligación por la fuerza a utilizar lenguaje inclusivo en documentos académicos o de cualquier otra índole, aunque sea "políticamente correcta", pretende romper con modos de hablar enraizados en la cultura, las raíces, la identidad y las tradiciones de una sociedad.
El Consejo Superior de la Universidad Nacional de Córdoba aprobó hace pocas semanas, por unanimidad, el proyecto que impulsó un grupo de consiliarios estudiantiles para la aceptación y la recomendación del uso del lenguaje inclusivo en esa casa de altos estudios. De esta manera, las 15 facultades y los dos colegios preuniversitarios de la UNC van a tener a su disposición una Separata del Manual de Estilo con alternativas para usar términos inclusivos y evitar las expresiones y las palabras excluyentes en comunicaciones oficiales, en producciones académicas y en el desarrollo de tesis.
La noticia no sorprende. Es manifiesta la ola de intentos por imponer una manera de hablar y escribir que supuestamente deje de lado modos sexistas y discriminadores. Y se inscribe en una tendencia liderada por grupos extremos en lo ideológico que no son tolerantes con quienes disienten con su posición, pero califican con el mismo adjetivo -o incluso peores- a quienes entienden que el idioma castellano no contempla, por ejemplo, "la letra e como marca de género porque, de acuerdo a la Real Academia Española, "el cambio lingüístico, a nivel gramatical, no se produce nunca por decisión o imposición de algún colectivo de hablantes". Es decir, la dinámica de los cambios de la lengua no puede ser impuesta por un grupo social, sino por el habla cotidiana. Por ello, los esfuerzos notables de estas agrupaciones para dictar normas que obliguen al uso del mal llamado lenguaje inclusivo en organizaciones de todos los ámbitos sociales.
La pretensión tiene un costado ideológico manifiesto. El pensamiento del italiano Antonio Gramsci asoma en el horizonte como el germen de esta situación. Afirmaba este filósofo que la hegemonía es cultural, por lo que la lucha de clases implica también borrar valores, ideas, creencias y visiones antropológicas sobre lo que son el hombre y la sociedad. Por lo tanto, deben destruirse esas concepciones. Para ello, nada mejor que modificar el instrumento humano más importante: el lenguaje.
La obligación por la fuerza a utilizar lenguaje inclusivo en documentos académicos o de cualquier otra índole, aunque sea "políticamente correcta", se acerca al totalitarismo. Porque pretende romper con modos de hablar enraizados en la cultura, las raíces, la identidad y las tradiciones de una sociedad. Borrar de un plumazo estas condiciones parece ser la premisa. Y para esto no se ahorran medios o estrategias, muchas de las cuales parecen provenir de tiempos de la Inquisición para convertir a los "infieles".
En este marco, la lucha de Julieta Lanteri, la primera mujer que logró ser admitida en el Colegio Nacional de La Plata en 1886 y la primera persona del sexo femenino en votar, presenta un detalle esclarecedor sobre el uso del lenguaje. En 1911, la Municipalidad de Buenos Aires llamó a actualizar el padrón ante las inminentes elecciones para concejales. El voto femenino aún no existía; recién fue aprobado en 1947. La convocatoria se hizo "a los ciudadanos residentes en la ciudad que tuvieran un comercio o industria o ejercieran una profesión liberal y pagasen impuestos". Como nada decía sobre hombres o mujeres, Julieta se basó en ese detalle y pidió a la Justicia Electoral ser incluida en el padrón para votar. Y ganó el pleito.
Es decir, la acción por los derechos de la mujer liderada por una de las más reconocidas feministas de la historia del país tuvo como argumento central que el término "ciudadanos" se refería a los dos sexos.
Por cierto, tienen derecho a hablar y escribir "inclusivamente" quienes así piensan. El problema es que pretenden imponer que todos lo hagan obligados, instalando con fórceps las modificaciones al maravilloso instrumento del lenguaje.