La bestia humana

Un nuevo capítulo de nuestro ciclo "San Francisco, cuna de la mafia". Plaza Clucellas, 1940. La masacre de una familia horroriza a todo el país. El único sobreviviente acusa a su tío y a su primo. Ellos se declaran inocentes. El móvil de robo parece poco factible. ¿Qué fue lo que pasó en este pequeño pueblo en el que nunca pasaba nada? Ahí, en el funeral de la familia, entre los deudos o entre los vecinos, se esconde una bestia humana.
La noche del jueves 21 de marzo de 1940, en el pueblito de Plaza Clucellas, vecino a San Francisco, Alfredo Borda Bossana fue a visitar a la familia de su hermano. Supo que algo no andaba bien cuando en la entrada se cruzó con su sobrino Altieri, gritando enloquecido que acababa de llegar de ver a su novia y que se había encontrado con que algo terrible había ocurrido en su casa. Ambos fueron rápido hacia la policía y, cuando volvieron, se encontraron con una escena terrible: Lorenzo Borda Bossana, su mujer Ana Calvo y la hija menor, Iris, asesinados a escopetazos y culatazos. La casa estaba revuelta, con algo de dinero y joyas desparramados.
El caso conmocionó a todo el país. El joven Altieri recibió la condolencia de todos sus vecinos en el funeral. Alguien le susurró su convicción de que el asesino estaba en medio de ellos.
-Hay muchos asesinos que parecen gente decente -contestó Altieri.
El muchacho dijo a los investigadores que faltaba un pagaré a favor de su padre firmado por Alfredo, el tío. Pero el cuadro no encajaba. ¿Iba un ladrón a dejar dinero y joyas tirados? El móvil de venganza tampoco era factible. Los Borda Bossana eran respetados y queridos. Su apellido ya tenía una larguísima tradición en la provincia de Santa Fe.
Aparecieron entonces unos zapatos con manchas de sangre debajo de un mueble de la casa. Y alguien notó arañazos en el cuello de Altieri. ¿Podría ser...?
Este diario guarda amplias coberturas que se hicieron sobre la masacre de Plaza Clucellas.
Cuando los investigadores presionaron un poco, el joven empezó a hundirse en contradicciones. Surgieron otras pistas, como manchas de sangre en la ropa que Altieri había mandado a lavar esa noche al hospedarse en casa de su tío.
El joven no soportó muchos escrutinios más hasta admitir su culpa frente a su novia y, de allí, frente al juez. Intentó involucrar al tío y a un primo como instigadores (logró que los detuvieran unos días), dijo también que sus padres no lo dejaban casarse con su novia, pero todas sus versiones se fueron cayendo hasta asumirse como único culpable, diciendo al fin que había premeditado el crimen un mes atrás, bajo el móvil de quedarse con la herencia familiar... aunque esto también podía ser una fantasía más.
Un caso que horrorizó a todo el país y lo mantuvo en vilo hasta su resolución definitiva.
Al muchacho parecía gustarle hablar. Daba una versión, luego otra. Narraba los sucesos con frialdad, luego lloraba. Cronistas, psicólogos y público en general recibieron muchísimo material durante los días que duró esta circense novela policial. Cada día era una nueva entrega. Altieri se las rebuscaba para que el caso diera permanentemente algo nuevo de qué hablar.
Hasta participó de una rocambolesca reconstrucción del crimen, contando al detalle cómo había sorprendido a su padre disparándole por la espalda y luego se había trenzado en una lucha (de allí los arañazos) hasta matarlo. Contó también cómo luego había perseguido a su madre por toda la casa ("fue una persecución dantesca", dijo) hasta derribarla a tiros y romperle el cráneo con la culata de la escopeta. Su última víctima fue su pequeña hermana, que casi ni atinó a defenderse. Desde la prensa, sobre todo bajo el estilo sensacionalista que imperaba en esos años, no se daba crédito a que ese joven tan afable escondiera a un ser capaz de tamaño horror. Se lo tildó de "demente precoz" y "bestia humana".
El pueblo que le había prestado el hombro a Altieri para llorar, pidió a las autoridades que se lo entregaran para ajusticiarlo. El joven fue derivado a la cárcel de Las Flores, bajo máxima seguridad, para protegerlo de un linchamiento y también para proteger a los demás. Porque los facultativos que analizaron a Altieri aconsejaron que la Justicia lo retirara inmediata y definitivamente de la sociedad, no como castigo, sino como prevención: por inconsciente, peligroso y degenerado.