Vuelan bajito, el país no despega
Desde arriba la realidad adquiere otras proporciones. De tanto subirse a aviones y helicópteros, los funcionarios dejan de tener los pies sobre la tierra.
Muy comentadas han sido las imágenes del vuelo rasante que un helicóptero del gobierno de la provincia de Buenos Aires hizo sobre una playa de Villa Gesell. Las sombrillas volando por el aire, alguna desesperación en los veraneantes y la "estirpe" del funcionario que se asomaba desde el aparato para constatar que no había una pelea entre jóvenes, sino que solo estaban bailando.
El bizarro episodio fue protagonizado por un personaje también de esa condición. El ministro de Seguridad de Buenos Aires, Sergio Berni, se "mostraba" de este modo, pretendiendo que la gente "compre" su imagen de funcionario que está en todos lados y cumple con su cometido. Esta vez, su campaña propagandística que lo promueve como un Rambo criollo le jugó una mala pasada. Porque empezaron a llover críticas de todos los sectores y también debido al modo cómo explicó su accionar.
El ministro debió explicar por qué volaba desoyendo todos los procedimientos de seguridad aérea para evitar una supuesta pelea de jóvenes en una playa. Y también tendría que argumentar la razón por la cual él debía protagonizar este hecho cuando con una simple planificación hubiese dispuesto agentes del orden en las cercanías, en el marco del promocionado y, desde hace décadas, ineficaz programa de seguridad veraniega bonaerense.
No lo hizo. Todo lo contrario. Como es habitual en toda la dirigencia política, comenzó a distribuir culpas a los demás. "Tendríamos que partir de que una sombrilla en la playa es un elemento peligroso. Hay que preguntarse si el que puso la sombrilla no evaluó que una ráfaga de viento se la podía levantar", sostuvo. Claro que ni se preocupó en pensar que a ningún turista se le pasa por la cabeza la posibilidad de que pueda ser casi atropellado por un helicóptero. Nunca se preguntó si el peligro real era ese vuelo rasante que protagonizó.
El columnista Luciano Román, en La Nación, fue muy gráfico al respecto: "Tal vez sea el "efecto helicóptero": desde arriba la realidad adquiere otras proporciones, las cosas se desdibujan y los ciudadanos parecen apenas puntos diminutos e insignificantes sobre un territorio amorfo. De tanto subirse a aviones y helicópteros, los funcionarios dejan de tener los pies sobre la tierra".
Abusando de las enseñanzas de la semiología, podría afirmarse que las imágenes de las sombrillas volando junto a una intrépida aeronave oficial constituyen un signo tangible de la realidad del país. Ni siquiera en el "recreo" veraniego, ni aun surfeando la "tercera ola", pueden los ciudadanos sentirse seguros y protegidos. Porque mientras las sombrillas se alejan por el aire al igual que los sueños de progreso, buena parte de los gobernantes exhiben conductas destinadas a dar una falsa imagen de que "funcionan", pero mantienen su costumbre de "volar bajito", mientras el país no puede despegar y continúa carreteando hacia el barranco.