SÚPLICA HONESTA QUE DEBE CONTESTARSE CON LA ACCIÓN
SÚPLICA HONESTA QUE DEBE CONTESTARSE CON LA ACCIÓN
El relato de un sacerdote, Raúl Cortés, sobre la inseguridad
en Frontera conmovió por la impotencia que sentía ante un nuevo robo en su
parroquia y la falta de respuestas por parte de las autoridades.
El relato de un sacerdote, Raúl Cortés, sobre la inseguridad
en Frontera conmovió por la impotencia que sentía ante un nuevo robo en su
parroquia y la falta de respuestas por parte de las autoridades.
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Raúl Cortés, párroco de Nuestra Señora de Fátima.
Sufrir 20 robos en un año paraliza hasta al más entusiasta.
En la convicción de que nada cambiará, muchas víctimas deciden sumergirse en el
silencio. Este no es el caso. La queja del padre Raúl Cortés, párroco de
Frontera, no suena a resignación. Es un grito que pide ayuda. Una demanda que
intenta despertar conciencias y procura ser el puntapié inicial de la
modificación de una realidad en la que el hartazgo es denominador común.
"Una vez más como tantas en nuestra querida ciudad y en
esta querida parroquia en la que he sido ordenado tenemos la triste noticia de
que nos han robado. Otra vez han entrado de noche y se llevaron lo que
pudieron. Duele mucho queridos hermanos, duele todo lo que pasa, el abandono de
esta querida ciudad y hablo de políticos, policías, fiscal y de quienes tienen
que hacer y hacen poco y nada", afirmó el sacerdote en un video que se
viralizó en las redes sociales.
Su queja parte de que ha asistido a "montones de reuniones
con vecinos autoconvocados, participé en el Consejo de Seguridad, reuniones con
el oficialismo, autoridades policiales, el fiscal, pero creo honestamente que
hay cosas que sirven de excusa", detalló. Escuchó decenas de respuestas
políticas que se esconden en la condición de oficialismo u oposición para
explicar la inacción.
No entiende la razón por la cual se ofenden "los políticos,
el fiscal, la policía cuando uno le dice ciertas cosas". Y se pregunta: "¿Qué
tenemos que hacer la gente de bien, la gente honrada? ¿Tenemos que dejar
nuestra ciudad amada a los delincuentes?". Otra pregunta: ¿De qué se ofenden?
¿De que un ciudadano, en este caso representante de una comunidad religiosa,
plantee un reclamo frente a la circunstancia de haber sido su parroquia víctima
de dos decenas de robos en un año? A nadie puede ofender quien usa de su derecho
a expresarse libremente sobre la realidad que le toca vivir. Menos aún debería
ofenderse el que tiene la obligación de modificar las condiciones para que este
presente se revierta.
Pero, además, el cura no elude su responsabilidad. Su
reclamo no es ajeno a su propio compromiso, porque está convencido de que no
hay que esperar que el cambio se produzca "de arriba hacia abajo". Y mientras
reza por la conversión de quienes cometen estos delitos, también lo hace por
los que tienen que hacer algo para dar vuelta una situación "insostenible".
En La Divina Comedia, en el canto XXIV del Purgatorio, Dante
Alighieri ve "gentes alzar las manos y gritar hacia la espesura. Piden y a
quien piden no responde". Luego se alejan desengañados del "gran árbol que
tanto llanto desdeña". Si el genial florentino se encontrase en este purgatorio
generado por la inseguridad y frente al árbol de la impunidad denunciado por el
padre Cortés, no dudaría en exigir que "a la súplica honesta debe contestarse
silenciosamente con la acción".
Sufrir 20 robos en un año paraliza hasta al más entusiasta.
En la convicción de que nada cambiará, muchas víctimas deciden sumergirse en el
silencio. Este no es el caso. La queja del padre Raúl Cortés, párroco de
Frontera, no suena a resignación. Es un grito que pide ayuda. Una demanda que
intenta despertar conciencias y procura ser el puntapié inicial de la
modificación de una realidad en la que el hartazgo es denominador común.
"Una vez más como tantas en nuestra querida ciudad y en
esta querida parroquia en la que he sido ordenado tenemos la triste noticia de
que nos han robado. Otra vez han entrado de noche y se llevaron lo que
pudieron. Duele mucho queridos hermanos, duele todo lo que pasa, el abandono de
esta querida ciudad y hablo de políticos, policías, fiscal y de quienes tienen
que hacer y hacen poco y nada", afirmó el sacerdote en un video que se
viralizó en las redes sociales.
Su queja parte de que ha asistido a "montones de reuniones
con vecinos autoconvocados, participé en el Consejo de Seguridad, reuniones con
el oficialismo, autoridades policiales, el fiscal, pero creo honestamente que
hay cosas que sirven de excusa", detalló. Escuchó decenas de respuestas
políticas que se esconden en la condición de oficialismo u oposición para
explicar la inacción.
No entiende la razón por la cual se ofenden "los políticos,
el fiscal, la policía cuando uno le dice ciertas cosas". Y se pregunta: "¿Qué
tenemos que hacer la gente de bien, la gente honrada? ¿Tenemos que dejar
nuestra ciudad amada a los delincuentes?". Otra pregunta: ¿De qué se ofenden?
¿De que un ciudadano, en este caso representante de una comunidad religiosa,
plantee un reclamo frente a la circunstancia de haber sido su parroquia víctima
de dos decenas de robos en un año? A nadie puede ofender quien usa de su derecho
a expresarse libremente sobre la realidad que le toca vivir. Menos aún debería
ofenderse el que tiene la obligación de modificar las condiciones para que este
presente se revierta.
Pero, además, el cura no elude su responsabilidad. Su
reclamo no es ajeno a su propio compromiso, porque está convencido de que no
hay que esperar que el cambio se produzca "de arriba hacia abajo". Y mientras
reza por la conversión de quienes cometen estos delitos, también lo hace por
los que tienen que hacer algo para dar vuelta una situación "insostenible".
En La Divina Comedia, en el canto XXIV del Purgatorio, Dante
Alighieri ve "gentes alzar las manos y gritar hacia la espesura. Piden y a
quien piden no responde". Luego se alejan desengañados del "gran árbol que
tanto llanto desdeña". Si el genial florentino se encontrase en este purgatorio
generado por la inseguridad y frente al árbol de la impunidad denunciado por el
padre Cortés, no dudaría en exigir que "a la súplica honesta debe contestarse
silenciosamente con la acción".