Silvia, la que lucha para recuperar los valores de la inmigración
Hija de un italiano, Silvia Squaiera una vez al año reúne bajo un mismo techo a unas 300 personas en el evento "Hermanados por un sentimiento", que comparten su deseo de transmitir los valores de nuestros antepasados, para conocer de cerca la historia, cultura y costumbres de ese país.
Ser italiano es más que un pasaporte. Hija de inmigrantes que llegaron a nuestra ciudad escapando de la hambruna que dejó la guerra en Europa, Silvia Squaiera defiende las raíces de su padre y de muchos sanfrancisqueños.
Hoy tiene 54 años y a los 40 dejó todo para irse a Italia, donde permaneció casi una década y vivió difíciles momentos, pero le sirvieron para entender que tenía una misión: ser puente entre San Francisco y el terruno italiano, para que las costumbres de los antepasados no quedaran en el olvido.
Cuando regresó, creó "Hermanados por un sentimiento", un evento que una vez al año revaloriza las costumbres tanas abordando desde la gastronomía hasta la música y llega a reunir en un mismo salón a unas 300 personas movilizadas por un fuerte sentido de pertenencia.
-Todo un desafío, mantener viva la italianidad y despertar el interés de las nuevas generaciones. ¿Qué te motiva?
No quiero que se mueran nuestras raíces, y siento que sí se están muriendo. No sentimos la conexión con nuestros antepasados y no podemos dejar que la historia muera, por eso creé Hermanados por un Sentimiento.
- ¿Cómo defines a los encuentros que organizas?
Es un pequeño homenaje a esos inmigrantes que un día dejaron atrás todos sus sueños buscando nuevos horizontes. Estos eventos, por suerte, cuentan con el apoyo de la colectividad italiana en todo el país y eso me hace sentir feliz porque significa que estoy aportando algo a la cultura que heredamos. Estoy acompañada de buena gente y cuento con el apoyo de personas que quieren mantener viva la historia. Por eso sigo adelante.
"Si pudiera aportar algo, creo que sería incentivar a la gente a comprometerse con su antepasado", dijo Silvia Squaiera a VOZ MUJER
- ¿Pensaste llevar adelante esa lucha pero desde un lugar en la política?
Sí, porque creo que debemos concientizar a la gente que tiene ciudadanía italia que tiene derechos pero también obligaciones. Actualmente, en la Argentina hay 900.000 personas habilitadas para votar en las urnas para las elecciones de Italia, pero solo sufragamos 200.000. Eso sucede por distintas cuestiones, entre ellas, la pérdida de interés en participar activamente en la política italiana. Si pudiera aportar algo, creo que sería incentivar a la gente a comprometerse con su antepasado.
Una mujer tenaz
Silvia Squaiera junto a su padre Elio, testimonio vivo de la inmigración italiana
-Sos italiana por elección y por descendencia.
Mi padre - Elio Vitorio Squaiera (85) - es un hombre que vivió durante su infancia y adolescencia la crueldad de la Segunda Guerra Mundial y junto a su familia, no tuvo otra opción que escapar a la Argentina por la hambruna que dejó el conflicto. Vino a nuestro país a las 15 años. Él es el que me enseñó a mantener vivas las costumbres de Italia así como a entender la importancia del trabajo, pero por otro lado fue él mismo que no quería que yo fuera a vivir a Italia.
-¿Cuándo conociste la tierra de tu padre?
Mi primera visita a Italia fue en 1981, con 16 años. En esa oportunidad viajé con mis padres y mi hermana y fue en ese momento cuando me enamoré de las maravillas que tiene el país donde nació mi padre. Volví en el '87, cuando decidí que finalmente me quedaría, pero mis padres me contactaron y dijeron que mi madre estaba grave de salud. Por ese motivo regresé a la Argentina, pero luego me enteré que era mentira. Lo hicieron para que volviera. Allí se frustró mi deseo de vivir en Europa pero siempre dije que a los 40 regresaría para quedarme.
- Y lo hiciste...
Cuando cumplí 40 años fue mi momento de quiebre. Allí entendí que quería hacer algo diferente, que quería cumplir mis sueños. Dejé mi trabajo como programadora en sistemas informáticos y me fui con la ciudadanía italiana, dinero ahorrado y dos valijas con ropa de verano e invierno, el equipo de mate y cajas de sopa instantánea.
- ¿Fue difícil la vida allá?
Durísima. Apenas llegué a Italia en noviembre de 2004, me dirigí a Torino donde tenía algunos contactos hasta que me instalé en Padua para vivir en un hostel. Vivía del desayuno y de las sopas instantáneas que había llevado desde San Francisco. El 24 de diciembre me quedé sin lugar para dormir y un joven cordobés me dijo que en Verona había un lugar para vivir. Allá me fui con las valijas en vísperas de Navidad. Los ahorros se iban terminando hasta que un mes y medio después conseguí trabajo en una cooperativa, pero la tarea era esclavizante. Tenía que descargar camiones de ropa que llegaban desde Marruecos a las 5 de la mañana, en plena nieve. Después, tenía que cambiarles las etiquetas y embolsarlos para la venta. Luego pasé a limpiar máquinas que cocinaban pan dulce. Viví durante tres meses sin dinero hasta que me pagaron 100 euros, que fue mi primer sueldo. Pasé hambre y frío, pero seguí adelante.
- ¿Cambió tu suerte?
Soporté dos años y medio la crueldad de ese trabajo hasta que comencé a trabajar en una lavandería. Renuncié, me anoté en una agencia de trabajo y llegó la oportunidad de ser la encargada de vestuario del hospital de Negrar, a 14 kilómetros de Verona. Pasé de trabajar en la nieve a suministrar el vestuario a 1.800 empleados.
-¿Qué enseñanza te dejó esa experiencia?
Aprendí los valores que hacen grandes a las personas. La tenacidad, el esfuerzo por tener algo en la vida y valorar lo que uno logra.
- Viviendo varios años en Verona, la tierra de Romeo y Julieta, ¿conociste el amor?
Solo una vez me enamoré y no fue la mejor experiencia. Soy una mujer solitaria, que prefiere trabajar incansablemente por las raíces italianas. Esa es mi misión.