Para no alimentar la grieta
La entrega de la Tarjeta Alimentar en San Francisco derivó, como en muchas otras poblaciones del país, en una fuerte discusión en las redes sociales El problema no es la tarjeta. Es mucho más profundo. El hambre es un flagelo inadmisible en cualquier sociedad que pretenda tener algún viso de humanismo.
Largas colas se pudieron observar por estos días en las inmediaciones del Superdomo, lugar en el que se comenzó a entregar la Tarjeta Alimentar, un instrumento lanzado por el gobierno nacional en el marco del muy promocionado Plan Argentina contra el Hambre. Unos 6.400 beneficiarios de toda la región han recibido este dispositivo que les permite comprar alimentos por un monto ya estipulado cada mes.
Como se ha difundido ampliamente, la Tarjeta Alimentar está destinada a madres o padres con hijos e hijas de hasta 6 años de edad que reciben la Asignación Universal por Hijo y también a embarazadas a partir de los 3 meses que cobran la Asignación por Embarazo, así como a personas con discapacidad que reciben la AUH.El tercer viernes de cada mes el gobierno nacional la recarga. Los montos a cobrar dependerán de la cantidad de hijos a cargo. Las personas con un hijo menor de 6 años percibirán mensualmente 4.000 pesos y las que tienen dos hijos o más 6.000 pesos. La tarjeta sólo se podrá utilizar para comprar alimentos-excepto bebidas alcohólicas- y con ella no se podrá extraer dinero en efectivo.
La entrega demandó tres días en el Superdomo de San Francisco
La entrega de la Alimentar en San Francisco derivó, como en muchas otras poblaciones del país, en una fuerte discusión en las redes sociales. Muchos portales y sitios de medios de comunicación de la región fueron escenario de debates que reflejaron, una vez más, la grieta social existente. Mientras algunos cuestionaban duramente este nuevo procedimiento de asistencia social, otros lo defendían con ardor. En el medio, desde una y otra vereda se emitían palabras agresivas y eran pocos los que argumentaban su posición.
En definitiva, lo mismo que siempre ocurre en las redes sociales cuando un tema divide las opiniones. Y vaya si éste lo es. No por la tarjeta que se ha entregado, quizás uno de los instrumentos más potables e interesantes en el marco de políticas asistenciales que, en las últimas décadas no sacaron de la pobreza a casi nadie. Todo lo contrario, la han reproducido hasta niveles intolerables por la vocación prebendaria y clientelar detentada por la dirigencia política, los gruesos errores de manejo de la economía y el deterioro evidente de la cultura del trabajo.
En verdad, la grieta social, política e ideológica parece ya ser estructural como la pobreza en este país. Y las plataformas digitales la renuevan cada día con discusiones como la que ocurrió -y sigue ocurriendo- en torno a la entrega de la Tarjeta Alimentar, un instrumento que merece algo de crédito -vaya paradoja- para observar cómo funciona.
Porque el problema no es la tarjeta. Es mucho más profundo. El hambre es un flagelo inadmisible en cualquier sociedad que pretenda tener algún viso de humanismo.El tema es que quienes dicen representar políticamente a esa sociedad no saben, no supieron, o no quieren, no quisieron, encontrar el camino para reducir la pobreza a niveles más o menos tolerables. Todos, casi sin excepción, han seguido el camino del clientelismo, agudizando la pendiente barranca abajo.
Reducir -eliminar suena hoy utópico- la pobreza exige que todos los niños estén en la escuela, que la droga no les arrebate su dignidad, que la ayuda social procure la inserción en el mundo del trabajo del beneficiario. Que, por ende, los planes sociales sean cada vez menos porque la vida laboral de muchas personas se ha reactivado. Que se recupere la movilidad social ascendente que alguna vez fue orgullo de este país.
Es cierto que el contexto económico y la coyuntura actual no ayudan. El tiempo dirá si la Tarjeta Alimentar es una buena medida o no para alcanzar esos objetivos. Pero no hay dudas de que la agresión y el insulto por las vías tecnológicas solo sirven para alimentar la grieta y desenfocar la mirada de la realidad.