Disculpas y esperanzas perdidas
El tobogán en el que se ha sumido al país en más de medio siglo continúa siendo muy pronunciado. La pandemia ha incrementado la pendiente hacia abajo. Mientras tanto, las acusaciones persisten, las discusiones estériles se mantienen y la inexistencia de un proyecto de país en el que todos se vean integrados se observa como una utopía.
El senador de Juntos por el Cambio Martín Lousteau aseguró que toda la dirigencia política del país debería "hacer fila para pedir disculpas" por el manejo de la política económica a lo largo de los últimos cincuenta años, que han multiplicado la pobreza y duplicado la desigualdad. Esta expresión la pronunció en una sesión del Senado de la Nación en la que se discutía la "restauración de la sostenibilidad" de los títulos de deuda emitidos bajo legislación local.
La frase tiene su lógica. El tobogán en el que se ha sumido al país en más de medio siglo continúa siendo muy pronunciado. La pandemia ha incrementado la pendiente hacia abajo. Mientras tanto, las acusaciones persisten, las discusiones estériles se mantienen y la inexistencia de un proyecto de país en el que todos se vean integrados se observa como una utopía.
Tanto es así, que un actor reconocido admitió públicamente haber perdido toda la esperanza en este país. Puso en palabras el sentimiento de muchos ciudadanos que tratan de encontrar explicaciones al derrumbe y se sienten angustiados frente a lo incierto del presente y lo oscuro del futuro cercano. No parecen ser expresiones de sujetos individuales estas afirmaciones. En el ambiente se palpa que la sensación de que algunos responsables, sean de la fuerza política que fueren, deberían pedir disculpas y la falta de esperanza en la recuperación son variables no solo sentidas sino también expuestas sobre la mesa, aunque no con tanta repercusión mediática.
Lo cierto es que la Argentina es un caso de estudio en el mundo entero. La historia demuestra que en 53 de los últimos 61 años, el Estado registró déficit fiscal. Esto hizo que la deuda creciera exponencialmente y se sucedieran las graves crisis que cada tanto se viven. Además, la pobreza ha crecido exponencialmente. Hay siete veces más pobres en porcentaje que en 1974. Y la desigualdad social llega a niveles nunca antes vistos en un país que se ufanó siempre de brindar igualdad de oportunidades a través de la educación pública y de mostrar una movilidad social ascendente que lo alejaba de los estándares de la región.
Para peor, estudios económicos dan cuenta de que el impacto del Covid-19 será fuertísimo. Luego de la pandemia, se estima que el ingreso por habitante de los ciudadanos argentinos será, en promedio, el mismo que en 1998. Es decir un estancamiento de más de dos décadas. Un atraso notorio que se verifica en índices negativos que, lamentablemente, reflejan el nivel de vida de vastos sectores de la población.
Nadie está en condiciones de tirar la primera piedra en este contexto. Sería bueno que se pida disculpas por haber postrado al país. O, al menos, que se tome conciencia de que la frecuente alusión a poner la Argentina de pie requiere de no seguir haciendo lo mismo y de encarar profundas e ineludibles transformaciones. Que no solo son necesarias en la Justicia, sino en prácticamente todos los ámbitos. De otro modo, la esperanza que se ha perdido difícilmente se recupere.