Deporte infantil: aislar a los violentos

Ojalá el triste episodio que originó esta columna haya sido el último. Los dirigentes de la Liga de Baby Fútbol y de todos los clubes que en ella se integran tienen la responsabilidad de aislar a los papás gritones, insultadores y violentos. Es el único camino para que el deporte de los chicos preserve sus valores.
La noticia da cuenta de que el padre de un niño que juega al Baby Fútbol en la liga local agredió a un árbitro en medio de un partido de la categoría 2011. Por cierto, se trata de un hecho repudiable a todas luces. Y lamentable, porque refleja el panorama violento en el que se convive.
La Liga debió suspender la jornada que había previsto para el domingo 21 debido a este episodio que empañó, una vez más, el deporte infantil. Y que obliga a todos los involucrados a una profunda reflexión sobre lo acontecido y sus consecuencias perniciosas para los niños, quienes deberían ser destinatarios únicos del esfuerzo adulto para que crezcan en ambientes sanos y puedan desarrollarse como personas de bien.
Tanto la Liga de Baby Fútbol como el club en el que juega el hijo del padre agresor repudiaron de inmediato la agresión y se pusieron a disposición del colegiado golpeado. Esta saludable y lógica actitud es la que corresponde en estas circunstancias. Porque tolerar y llegar a aceptar acciones violentas como la ocurrida es inadmisible. La confusión social existente en la actualidad no puede ser excusa para evitar la adopción de medidas drásticas y definitivas contra el agresor. Asimismo, la protección del niño es una tarea impostergable.
Reflexionar sobre el hecho en cuestión implica repetir argumentos conocidos. La violencia no solo se encuentra en los escenarios del fútbol infantil, sino que es una característica del modo de vivir de estos tiempos. La frustración de los adultos por un sinnúmero de motivos se traslada a cualquier ámbito. La presión para que el hijo pueda ser el "salvador" lleva a conductas extremas: mi hijo tiene que ganar y no solo eso, tiene que ser el mejor. Y es necesario eliminar por cualquier modo todos los obstáculos que se presenten. Sin embargo, todas las tesis que se formulen intentarán explicar algo inexplicable. ¿Cómo puede ser que un padre degrade esa excelsa condición humana y se presente ante sus hijos, su familia y la comunidad como un energúmeno?
La actitud de muchos adultos que insultan y agreden en el fútbol infantil es propia de un fanático. Las quejas a las decisiones arbitrales, los gritos que evidencian desprecio por el adversario, las presiones para que sus hijos se destaquen y ganen son comunes en muchos ámbitos de competencias deportivas para la niñez. Y han llegado a extremos inconcebibles, lo que certifica que son cada vez más frecuentes y que están lejos de estancarse o eliminarse.
¿Resulta muy complejo entender que no se trata de una competencia profesional? ¿Es tan difícil entender que el deporte infantil se rige por códigos que en nada se vinculan con el negocio o con la necesidad de ganar? ¿Cómo puede ser que adultos, padres de familia, actúen de este modo violento frente a sus hijos, sin detenerse siquiera a reflexionar sobre el mensaje que están lanzando y sobre el mal ejemplo que brindan?
El deporte es una faceta esencial en la educación de un niño. Allí aprenden que el esfuerzo permite, a veces, conseguir la recompensa del triunfo, que la perseverancia es una virtud, que el rival no es un enemigo, que la derrota es una ocasión inmejorable para retemplar el ánimo, entre otras cosas. Es una herramienta imprescindible el deporte, pues prepara para los desafíos de la vida.
El fútbol infantil es un entretenimiento. No más que eso. Ha sucedido que un niño que tiene que convivir en un ambiente violento, en el mejor de los casos deja el deporte, en el peor puede entrar en la ansiedad, la frustración, la depresión, en síntomas de malestar que le acompañarán toda la vida. ¿Cómo puede ser que un padre no tome conciencia de ello?
Es de esperar que el triste episodio que originó esta columna haya sido el último. Los dirigentes de la Liga de Baby Fútbol y de todos los clubes que en ella se integran tienen la responsabilidad de aislar a los papás gritones, insultadores y violentos. Es el único camino para que el deporte de los chicos preserve sus valores.