De robar garrafas a gatillar en la cabeza

Casi como un ruego, se impone que quienes tienen poder de acción en las cuestiones vinculadas con el delito, recuerden que es una sensación horrible la de vivir con la casi certeza de que, en algún momento, alguien podría martillar un arma sobre la propia cabeza.
Un barrio de la ciudad de Córdoba fue, días atrás, escenario de una protesta vecinal contra la inseguridad. En Villa Retiro de Horizonte III los vecinos cortaron la avenida Rancagua para expresar su hartazgo después de un reciente hecho de violencia urbana. Se trata de una más de las movilizaciones vecinales que alertan sobre el auge de la delincuencia y la necesidad de encontrar soluciones a este flagelo.
La protesta se debió a que un hombre que venía de la Ciudad de Buenos Aires fue abordado en su auto por un grupo de ladrones. "Le martillaron el arma (en la cabeza), le dieron una golpiza, le robaron sus pertenencias y las llaves del auto", explicó uno de los vecinos. Este hecho de violencia desató el hartazgo general de la barriada que salió a reclamar mayor presencia policial y respuestas frente a la ola de robos.
En el marco de ese reclamo, una vecina graficó la mutación de la realidad que se ha producido en los últimos años. Dijo que los ladrones, en su mayoría muy jóvenes, pasaron "de robar garrafas a gatillar en la cabeza". La frase revela con elocuencia la consolidación de un fenómeno que se venía produciendo y que, ante la reiteración de casos similares, es hoy una preocupante realidad: la alta propensión de los delincuentes a ejercer la violencia en cada uno de sus actos. A martirizar, golpear y hasta agredir con armas blancas o de fuego a sus víctimas.
Este fenómeno se observa tanto en las grandes capitales como en cualquier población pequeña del país. Se afirma que mucho tiene que ver la droga en su concreción. Es verdad, la pérdida de la noción de realidad que significa haber consumido estupefacientes termina generando una espiral agresiva que se potencia frente a las urgencias que devienen de la comisión de un delito. La violencia, que está "a flor de piel" en la sociedad, se potencia a niveles dramáticos en buena parte de los robos que se cometen en la actualidad.
Así, las cámaras ciudadanas exhiben un pródigo listado de sucesos en los que la víctima de un asalto a mano armada cometido por una persona generalmente muy joven es golpeada con saña, pese a que no se resiste, que entrega resignado sus pertenencias. Incluso, recibe disparos que muchas veces terminan con su vida. La huida vertiginosa en poderosas motocicletas es el final de la trama espantosa que observamos a diario en las pantallas televisivas o en las redes sociales.
Es penoso constatarlo. Los asaltos violentos son el ejemplo dramático de la cultura violenta instalada en nuestra sociedad. Sujetos cada vez más jóvenes no trepidan en asesinar con tal de conseguir su objetivo de tener éxito en el robo, aunque el botín sea mínimo. Son la expresión más terrible de una realidad en la que la agresión parece ser el único modo de zanjar cualquier divergencia o conflicto. Y deja al descubierto las graves falencias de los sistemas de seguridad y de Justicia, al tiempo que devela la extraordinaria facilidad con la que se consiguen armas de fuego ilegales en este país.
Se podrá afirmar que el cóctel se completa con vacíos familiares, falta de expectativas de futuro, educación ausente y la aciaga influencia de la droga. También se dirá que el fenómeno delictivo al que se adscriben numerosos jóvenes tiene sus raíces en un complejo entramado de diversos factores. Sin embargo, casi como un ruego, se impone que quienes tienen poder de acción en las cuestiones vinculadas con el delito, recuerden que es una sensación horrible la de vivir con la casi certeza de que, en algún momento, alguien podría martillar un arma sobre la propia cabeza.