Amia: el deber de no olvidar
Pasaron 26 años. La impunidad es el fruto venenoso de la inacción, la indiferencia, las sospechas más duras, los intereses mezquinos y las complicidades. A la tragedia del atentado más grave de nuestra historia se le suma la vergüenza de un proceso judicial lamentable y de sucesos gravísimos que acrecentaron la sensación de impunidad.
Pasaron 26 años. Las imágenes de aquella tragedia siguen presentes en la retina de quienes fueron testigos presenciales o lo vivieron a través de los medios de comunicación. El dolor de los familiares de las víctimas persiste. Las intrigas se mantienen. Los vaivenes continúan siendo pronunciados. La impunidad es el fruto venenoso de la inacción, la indiferencia, las sospechas más duras, los intereses mezquinos y las complicidades.
El atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (Amia) es un estigma que persigue a la Argentina. Que revuelve el lodo de lo más sucio de la política y de la Justicia. Que ensucia la imagen del país frente al mundo. Que permite el regodeo de algunos personajes nefastos, sin escrúpulos y antisemitas. Dos presidentes procesados, una "conexión" local que nunca se terminó de esclarecer, órdenes de captura internacionales que jamás se instrumentalizaron, el escándalo por la todavía no aclarada muerte del fiscal especial del caso, un acuerdo no menos indecoroso con el país en el que supuestamente se planeó el atentado, el reclamo permanente de los familiares de los asesinados por la bomba. Una pequeña síntesis de los hechos más relevantes de una causa que, a 26 años, se quedó incluso sin juez.
Sobre esto último, en efecto, el polémico magistrado que tenía a su cargo la investigación -si es que puede llamarse así a este aquelarre- presentó su renuncia en los últimos días. Lo hizo para evitar su enjuiciamiento en el Consejo de la Magistratura. En verdad, poco se podía esperar de su trabajo en este tema. Mucho más preocupado estaba por salvar su pellejo y mantener sus privilegios que rozan lo impúdico.
Así, a 26 años, la causa continúa desbarrancándose. El naufragio sería inevitable, pese a la insistencia de las víctimas para que, al menos, exista un juez que procure encontrar la manera de llevar adelante el intrincado proceso. Al respecto, el presidente de la Amia, Ariel Eichbaum, expresó su "preocupación" por la renuncia del juez federal Rodolfo Canicoba Corral, y reclamó que la causa que investiga el atentado a la entidad comunitaria judía sea adjudicada a un magistrado "firme". El lógico reclamo incluyó el señalamiento de que "la garantía de la consecución de la investigación es lo más importante".
Mientras tanto, pasó otro año. El oprobio de no haber alcanzado justicia es un faldón negro que acompaña la vida institucional de la Argentina. A la tragedia del atentado más grave de nuestra historia se le suma la vergüenza de un proceso judicial lamentable y de sucesos gravísimos que acrecentaron la sensación de impunidad. La ignominia sigue golpeando el espíritu nacional y devuelve con pavor aquellas imágenes del espanto ocurrido el 18 de julio de 1994. Por eso, se mantiene el deber de no olvidar.