Trabajo, clientelismo, pobreza y dignidad
La errática realidad argentina de los últimos años muestra que la dignidad que confiere el trabajo no siempre es debidamente valorada. Intereses políticos e ideológicos y la acción de dirigentes que promueven prácticas clientelistas, son las causantes primeras de la indecencia.
Allá por 1979 cuando en Europa del este dominaban los regímenes totalitarios dependientes de la Unión Soviética, el papa Juan Pablo II llegó a Cracovia, Polonia, la ciudad donde ejerció como obispo. Allí, frente a miles de trabajadores -muchos de ellos nucleados en el sindicato Solidaridad, puntal de la lucha contra el autoritarismo comunista-, sostuvo que "la problemática contemporánea del trabajo humano en última instancia no se reduce ni a la técnica ni a la economía, sino a una categoría fundamental, a saber, a la categoría de la dignidad del trabajo. O sea, de la dignidad del hombre. La economía, la técnica y tantas otras especialidades y disciplinas tienen su razón de ser en esta única categoría esencial. Si no se inspiran en ella y se forman fuera de la dignidad del trabajo humano, están en error, son nocivas y van contra el hombre. Esta categoría fundamental es humana, profundamente humana".
En la nueva celebración del Día Internacional del Trabajo, estas palabras vuelven a resonar con fuerza como en aquel tiempo en el que el marxismo pretendía adueñarse del significado del trabajo como herramienta de la colectivización. Una visión alejada de la idea de que el trabajo dignifica a la persona y la hace trascender.
Hace dos años, en plena pandemia, el Papa Francisco publicó su Encíclica "Fratelli tutti" (Hermanos todos). En ese texto el Pontífice afirma que el gran tema de la vida en sociedad del hombre "es el trabajo". Puesto que "por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo". Y porque "no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo".
La errática realidad argentina de los últimos años muestra que la dignidad que confiere el trabajo no siempre es debidamente valorada. Intereses políticos e ideológicos y la acción de dirigentes que promueven prácticas clientelistas, son las causantes primeras de la indecencia que suponen prácticas destinadas a "mantener cautivos" a vastos sectores de condición vulnerable con el solo objetivo de preservar el poder. Por más que todas declaman su convicción por la necesidad de que el derecho al trabajo sea visible y efectivo en el país, las agrupaciones políticas usufructúan los "beneficios" de estos esquemas clientelares.
La ayuda social del Estado hacia los sectores más desprotegidos es una función innegable y valiosa para atender emergencias surgidas de las sucesivas crisis de se han vivido en la Argentina. Sin embargo, esta acción necesaria para proteger a una porción importante de la ciudadanía se ha desvirtuado en muchos casos. Establecida en una larga sucesión de programas con nombres pomposos y transparencia escasa, ha dañado seriamente la cultura del trabajo, valor del que nuestro país otrora se enorgullecía.
"Ayudar a los pobres con dinero tiene que ser siempre una situación provisoria, por supuesto que puede ser urgente; tenemos que acompañarlos ayudándoles a crear esa dignidad que da el trabajo", afirma el Papa Francisco en la Encíclica citada. Ingente será la tarea que deberán encarar el Estado y la sociedad toda para desenmarañar la intrincada red manejada por oscuros punteros que lucran con la pobreza, mientras gritan a viva voz que su tarea es combatirla, así como destruyen la dignidad que el trabajo brinda, pese a que, de modo hipócrita, rugen reclamando por la apertura de fuentes laborales.