Trabajar con papá: orgullo, aprendizaje y crecimiento mutuo, también en los negocios
Si para la paternidad no hay manual, menos aún lo hay para que padres e hijos trabajen juntos y que el negocio ande bien o sea un éxito.
Por Stefanía Musso
Trabajar con papá no es poca cosa. Si para la paternidad no hay manual, menos aún lo hay para que padres e hijos trabajen juntos y que el negocio ande bien o sea un éxito.
El secreto parece descansar en dos aspectos importantes y para eso se tiene que trabajar día a día: el respeto por lo logrado por el padre y el valor del apellido.
LA VOZ DE SAN JUSTO entrevistó a los soderos Víctor Trotti y su hijo Darío; al empresario gastronómico Macelo José Traffano y a sus hijos Marcelo Andrés y María Cruz; y al doctor Jorge Fassi y a su hija, la también médica María Virginia.
Historias varias de una relación que va más allá de las cuatro paredes de la casa.
Los Trotti: padre e hijo, soderos
En barrio Hernández hay un "Edén", un paraíso que creó Don Víctor Trotti hace 30 años y que hoy se mantiene en pie con el trabajo de él y que ya casi conduce su hijo Darío.
Es la sodería que lleva ese nombre, la que compró Don Trotti a la familia Acedo para dejar de trabajar en un tambo en Quebracho Herrado y en la cual su hijo Darío empezó a trabajar desde el principio, porque era el negocio familiar y había que salir adelante.
Víctor con 76 años ya dejó prácticamente la labor pero Darío, con 51, solo no puede y él lo ayuda. También está Matías, el nieto de Víctor que sigue la tradición.
"De lunes a sábado, se trabaja en la sodería. Papá es el que está en la fábrica, el que ayuda en la elaboración de la soda porque nosotros, los soderos, sabemos a qué hora salimos con el reparto pero no a qué hora volvemos y por eso necesitamos de su ayuda", cuenta Darío.
Los Trotti en la sodería Edén, en la que trabajan sin renunciar al esfuerzo
"Es un trabajo familiar y artesanal. Nosotros somos soderos; hacemos la soda, hacemos el reparto, arreglamos la máquina para hacer soda, la camioneta; todo lo hacemos nosotros. Este es nuestro trabajo, es lo que nos importa y eso me lo enseñó papá. Sin muchas palabras, con el ejemplo basta", agrega el hijo de Víctor.
En la sodería -dicen- hay distintas formas de pensar. "Esta papá de más de 70 años, yo de 50 y Matías, mi sobrino, y todos pensamos diferente, pero el fin es siempre el mismo, cuidar el negocio".
La historia marca que pasaron del Ford A a una nueva camioneta para el reparto; del sifón de vidrio y la canasta de alambre al de plástico con cajón irrompible. Los tiempos fueron cambiando, las crisis acecharon pero padre e hijo siempre se mantuvieron juntos a pesar de todo. "Lo más importante para sobrepasar cualquier crisis y mantener la clientela es la cordialidad y el buen trato con la gente", sostienen.
"En esos momentos más difíciles hay que llevarse bien. Si en este país, no sos uno, lo que tenés lo perdés en un momento. Acá hay mucho esfuerzo por parte de mis padres, de todo lo que hicieron. Si yo arruino esto, arruino todo lo que hicieron, por eso tengo que tirar para adelante", destaca Darío.
"La vida te lleva a actualizarte, hay que seguir hacia delante", sostiene Don Víctor, el iniciador del negocio. Y Daríó agrega: "Trabajar con papá es una relación que no se puede agotar. Es un orgullo y lo disfruto mucho, aunque él es de Racing y yo de Boca".
La cocina de los Traffano: padre e hijos
Marcelo José Traffano, de 64 años, desde muy chico está dedicado al complejo mundo de la gastronomía. Sus hijos, Marcelo (38) y María Cruz (36), dejaron sus carreras y profesiones para seguirlo a papá desde hace 10 años y hoy el apellido es sinónimo de trayectoria y prestigio cuando de cocina se habla.
Marcelo en la logística y la cocina, María Cruz en la administración y papá atento a todos los movimientos. Así funciona el negocio familiar.
La cocina es el lugar más familiar de una casa. Allí se ponen en juego todos los sentimientos y alrededor de la mesa se disfruta la unión de todos los integrantes. Los Traffano llevaron ese amor por la cocina al salón de Salsa Verde y se convirtieron en un nombre con trayectoria en la gastronomía.
"Todos cocinamos pero tenemos los roles más marcados", dice Marcelo padre, quien está orgulloso de que sus hijos lo acompañen en el negocio familiar.
Aunque reconoce su carácter fuerte, señaló que "tengo más paciencia y dejo que ellos hagan las cosas a su manera".
"Papá es más estructurado para trabajar y hoy en las fiestas los jóvenes buscan diversidad. Ahí entramos nosotros para mantener el negocio y seguir creciendo", cuenta María Cruz.
La gastronomía en la vida de los Traffano no es nueva. El abuelo de los chicos, también llamado Marcelo, fue quien comenzó el negocio. "Mi papá me enseñó el oficio cuando tenía 7 años. Luego falleció cuando tenía 19 y ahí tomé las riendas yo, hace 45 años atrás", cuenta el padre de familia.
En 2008 los chicos se convirtieron en dueños y ellos son la continuidad del negocio bajo la mirada atenta de quien les dio la vida. "Mi generación fue más golpeada. No todo fue color de rosas y ellos se incorporan con el camino más allanado. Les pido que conserven lo que uno les deja porque todo lo logrado en más de 40 años puede desaparecen en un instante", detalla.
"Para aprender hay que equivocarse. Yo ya me equivoqué y les enseño, pero a su edad, mis hijos son independientes y cuesta que acepten un reto. Lo único que les pido es que cuiden el apellido Traffano. Hay que hacerle honor", asegura.
"Mantener 60 años de gastronomía, mantenerse y que la gente te lo reconozca es muy importante", admite su hijo.
De profesión: médicos
Los doctores Rubén Omar, de 67 años, y María Virginia Fassi, de 31, dedican su vida a la medicina. Como un legado familiar, papá Rubén en la medicina clínica y la gerontología y María Virginia en la dermatología, se complementan a la hora de atender en el Sanatorio Argentino, el mismo que alguna vez, hace 57 años fundaba Alfonso Carlos Fassi, padre de él y abuelo de ella.
"El ser humano es un todo. La especialidad en la medicina sirve para formarse mejor en un aspecto pero es una sola. Todas las ramas se complementan ante una enfermedad", argumenta Rubén.
Esa regla de oro en la medicina parece respetarse entre padre e hija. Ambos trabajan juntos y complementan sus conocimientos. "Nos llevamos perfecto dentro del sanatorio porque tenemos dos especialidades muy diferentes pero que se complementan. Gran parte de las enfermedades internas suelen tener manifestaciones cutáneas. Siempre nos consultamos todo", cuenta Fassi.
"Los chicos jóvenes te dan las energías para seguir. Te aportan la tecnología y la informática aplicada a la medicina que es lo nuevo y nosotros, la experiencia", agrega.
Médicos y familia. Rubén Fassi y su hija, María Virginia, mantienen vivo el legado familiar
En la familia Fassi la medicina está desde el primer momento con el abuelo Alfonso Carlos, quien junto a Eladio Pedro Casermeiro fundaron el Sanatorio Argentino, hoy ya con 57 años de existencia.
"Que papá haya sido médico, hizo que me gustasen las Ciencias Biológicas; por eso nunca tuve duda de estudiar algo relacionado a la medicina y me convertí en médico clínico y gerontólogo", manifiesta Rubén.
Rubén no es el único. Sus otros dos hermanos, Jorge Alberto y Carlos Alfonso, también se dedicaron a la medicina especializándose en traumatología y cardiología, respectivamente.
María Virginia siguió los pasos de su papá y también lo hizo la otra hija del médico, María Lucrecia, de 39 años, que es nefróloga. "De chica siempre dije que iba a ser médica. Cuando me enviaron a hacer test vocacionales papá tenía miedo de sentirme presionada, de tener que ser médica como todos los de la familia, pero tenía una tendencia a hacerlo. Me fui enamorando de la profesión desde muy chica", dice María Virginia.
"Jamás presioné a las chicas para que sean médicas. Les dije que tenían que tener vocación, porque acá vivís con problemas y todo el tiempo te tenés que capacitar", agrega el padre.
"A papá lo vi llorar tres veces en mi vida. La primera cuando ingresé a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba; segundo, cuando me recibí de dermatóloga y tercero, cuando ingresé a la residencia que era muy difícil", recuerda María Virginia.
"Fueron grandes satisfacciones", devolvió el doctor.