Síntoma del desorden social
La toma de terrenos, la violación de la propiedad privada y el uso interesado de las necesidades básicas insatisfechas y la manipulación del discurso para justificar este tipo de acontecimientos son demostraciones del desorden social que vive la Argentina, luego de décadas de retroceso, y de la anomia en la que nos movemos.
Frente a la ola de toma de tierras con fines que no están claros, la gobernadora de Río Negro, Arabella Carreras, enfatizó que "es hora de que el Gobierno nacional le ponga un límite a los sectores del mismo Estado como el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) que alientan la toma de tierras". Y advirtió: "Conviene frenar a tiempo estos conflictos porque nadie puede saber si no puede terminar muy mal".
Mientras tanto, en la provincia de Buenos Aires se suceden las jornadas sin definiciones frente a la toma de terrenos en el Conurbano, pese a que existe orden judicial de desalojo. Amparándose en el argumento de que se pretenden evitar hechos violentos -lo cual es correcto-, se avanza en negociaciones que son dinamitadas a poco de andar por algunos grupos que funcionan al margen de la ley y que, en determinados casos, también podrían tener entidad oficial.
Las dos situaciones difieren en algunos puntos. En la Patagonia, grupos radicalizados que se autoadjudican la representación de algunos pueblos originarios violan todas las normas con el reclamo de un supuesto derecho ancestral. En el Gran Buenos Aires, las tomas son resultado de la carencia de mucha gente producto de la falta de políticas públicas permanentes en materia de vivienda y de la manipulación de quienes han sido llamados "traficantes de necesidades", muchos de los cuales están relacionados con agrupaciones de ideología extrema y, lo que es más grave, también con organizaciones vinculadas a organismos del Estado.
La toma de terrenos, la violación de la propiedad privada y el uso interesado de las necesidades básicas insatisfechas y la manipulación del discurso para justificar este tipo de acontecimientos son demostraciones del desorden social que vive la Argentina, luego de décadas de retroceso, y de la anomia en la que nos movemos.
No hay futuro para una sociedad que no se rija por un cierto orden normativa, en el que la convivencia y la pertenencia se manifiesten en la práctica y estén reguladas por la ley. Sin el respeto por las normas, la anarquía se halla a la vuelta de la esquina. Podemos llegar a ella rápidamente si no se planifican decisiones políticas que procuren dignificar la vida de vastos sectores de la población hoy sumida en la pobreza más cruel y si no se pone coto a los trasnochados que desde la ideología extrema manipulan a los más necesitados o reivindican derechos inexistentes.
No es complicado identificar a estos grupos que conforman verdaderas asociaciones ilícitas, a los que nos les importa la dignidad de las personas y, mucho menos, el marco legal. Lamentablemente, muchas veces la política se ha servido de ellos para alcanzar sus fines.