¿Será posible el diálogo?
La grieta, acentuada desde sectores enfrentados y también por parte de algunos voceros radicalizados, es el obstáculo primero. Y no es menor. Querer el diálogo es una primera instancia. Pero el camino para lograrlo está, en este país, sembrado de vallas. Encontrar los recovecos por donde puedan saltarse es un desafío tan enorme como infructuoso para algunos.
Un grupo de dirigentes de la política, varios académicos y religiosos, así como representantes del sindicalismo difundió hace pocos días una declaración en la que pidió al gobierno la conformación de una mesa de diálogo con el objetivo de alcanzar consensos para enfrentar la crisis que dejará la pandemia de coronavirus. La declaración, titulada "Unidos en la diversidad, para afrontar el presente y construir un futuro digno para todos los argentinos", lamenta la desconfianza social en las instituciones, reclama la independencia judicial y asegura que el Congreso es el ámbito en el que se deberán "pactar consensos" en el corto plazo.
En la convocatoria aparecen figuras con peso político en la actualidad aunque hay que admitir que los firmantes más cercanos ideológicamente al gobierno actual no tienen hoy fuerte representatividad. No obstante, e positivo siempre que el diálogo asome como alternativa en medio de los acuciantes problemas que enfrenta y enfrentará la Argentina en el futuro cercano.
La grieta, acentuada desde sectores enfrentados y también por parte de algunos voceros radicalizados, es el obstáculo primero. Y no es menor. Querer el diálogo es una primera instancia. Pero el camino para lograrlo está, en este país, sembrado de vallas. Encontrar los recovecos por donde puedan saltarse es un desafío tan enorme como infructuoso para algunos.
En esta nueva convocatoria al diálogo para ajustar consensos sobre los principales problemas de la Nación, se volvió a hacer referencia a los Pactos de la Moncloa, logrados en España hace 42 años. Los acuerdos sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y sobre el programa de actuación jurídica y política, que se convirtieron en un paradigma mundial de diálogo y convivencia democrática. Permitieron a España iniciar el camino de la modernización y a tener uno de los tramos más largos de prosperidad.
Quien observe la política española del presente podrá apreciar con nitidez que aquellos consensos centrales se mantienen pese a la virulencia de la discusión política, aunque es válido admitir que han surgido nuevas agrupaciones que parecen no comulgar con aquellos principios.
Es que en estos nuevos tiempos, especialmente después de la pandemia, la apertura al diálogo no parecería mantenerse como una virtud valorada. En la Argentina no lo ha sido. La historia reciente lo demuestra. Basta un somero análisis del debate público actual, así como el fracaso de intentos como, por ejemplo, la denominada Mesa de Diálogo Argentino, surgida luego de la profunda crisis de 2001. En el documento de aquella propuesta se señalaba: "El diálogo no es propiedad de algunos, ni herramienta táctica de una coyuntura. El diálogo somos todos y ha sido y seguirá siendo necesario. Porque hay una sociedad que masivamente reclama cambios y una democracia que brinda o deberá brindar los caminos y mecanismos adecuados para las transformaciones".
Casi dos décadas después y a pesar de la pequeña esperanza que pueda abrirse ante esta nueva convocatoria, el diálogo sigue lejano. El verdadero. El que termine con los odiadores. El que, al menos, atenúe la grieta. El que, con un mínimo de sentido común, remiende las descosidas prácticas políticas e institucionales.