Pandemia, reuniones y libertad
La decisión del gobierno nacional de prohibir en todo el territorio las reuniones sociales y familiares ha provocado reacciones mayoritariamente negativas en la población. La incapacidad de ser responsables frente a la amenaza del virus es también una realidad. Muy triste. Y rechazable. Pero no es aplastando la vigencia de las libertades el modo de cambiar las conductas impropias.
La decisión del gobierno nacional de prohibir en todo el territorio las reuniones sociales y familiares ha provocado reacciones mayoritariamente negativas en la población. Al menos en nuestra región con recorrer las redes sociales alcanza para comprender que el rechazo suma muchos adeptos. Más aún luego de que la provincia de Córdoba anunciara que se ve obligada a acatar la medida.
El ritmo de contagios de coronavirus obliga a extremar los cuidados. Así se ha señalado en una columna editorial reciente. Sin embargo, las medidas de prevención, tras cinco meses de interminable cuarentena, no generan adhesión si se imponen con un decreto, sin explicaciones y uniforme para todo el mundo, sin tener en cuenta contextos o realidades sanitarias bastante disímiles.
En verdad, el cuestionamiento más agudo se relaciona con las reuniones familiares. Es sabido que han existido encuentros sociales que ignoraron las normas sanitarias dispuestas por la pandemia y han provocado contagios. Así lo refieren las autoridades, aunque no explican a veces todas las razones por las cuales la gente ya no respeta las medidas de distanciamiento. Muchos funcionarios, además, han tomado a la cuarentena como una estrategia política, apelando al miedo, pronunciando frases apocalípticas sobre el futuro cercano y esparciendo mensajes en el sentido de que las personas no son capaces de cuidarse solas y que para ello debe estar siempre el Estado presente. Esta verdadera profesión de fe populista es un hecho que genera repulsa en varios sectores de la vida nacional.
En lo que respecta a las reuniones familiares, no es difícil advertir el malestar ante ello. Una innumerable cantidad de padres no pueden ver a sus hijos desde hace casi 6 meses por imperio de las restricciones de circulación que impiden salir del departamento San Justo, por ejemplo. Son repetidas las voces que cuestionan procedimientos de control que impiden el ingreso de personas a las poblaciones o lo condicionan al cumplimiento de al menos dos semanas de cuarentena, destrozando en muchas familias la esperanza de poder tomar contacto con los seres queridos.
En este recorrido por situaciones que se observan en la realidad dominada por el aislamiento o el distanciamiento social subyace la discusión sobre la idea de la vigencia de las libertades. Muchas están amenazadas o cortadas por medidas polémicas como el último decreto que prohíbe las reuniones. Virtualmente -vaya paradoja en este tiempo en que los contactos son en gran parte mediados por la tecnología-, los límites a la discrecionalidad de los funcionarios han casi desaparecido. La última prohibición se puede parangonar con aspectos que solo se observan con la instauración del estado de sitio. Y, por lo mismo, es factible de ser tildada de violatoria de derechos consagrados en la Constitución.
Entonces, no es aplastando la vigencia de las libertades el modo de cambiar estas conductas impropias en una situación como la que se vive. La imposición del miedo como herramienta de sujeción política es propia de regímenes autoritarios. Por el contrario, la conciencia de nuestra libertad es lo que nos hace verdaderamente humanos. El malestar muy extendido por esta disposición prohibitiva se relaciona con esa conciencia que también exige responsabilidad.
La incapacidad de ser responsables de algunos ciudadanos en el cuidado y la prevención frente a la amenaza del virus es también una realidad. Muy triste. Y rechazable. Aunque en La Peste, Albert Camus nos dejó una frase esperanzadora:"Algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio".