Metafísicamente “inocentes”
Metafísicamente “inocentes”
Argentina asiste
a un escándalo más. A la falta de dosis, de planificación correcta y de certera
difusión de lo que se hace se le ha sumado la demostración de que la
inmunización llegó para algunos privilegiados antes de que para quienes ponen
el cuerpo día a día para luchar contra la pandemia. Con una moral debilitada,
valores desacreditados y arrumbados en algún desván, viven los miembros de una
"nomenklatura" pretendidamente iluminada, para quienes la causa primera de su
existencia es la autopercepción de que son metafísicamente inocentes.
Argentina asiste
a un escándalo más. A la falta de dosis, de planificación correcta y de certera
difusión de lo que se hace se le ha sumado la demostración de que la
inmunización llegó para algunos privilegiados antes de que para quienes ponen
el cuerpo día a día para luchar contra la pandemia. Con una moral debilitada,
valores desacreditados y arrumbados en algún desván, viven los miembros de una
"nomenklatura" pretendidamente iluminada, para quienes la causa primera de su
existencia es la autopercepción de que son metafísicamente inocentes.
El país
asiste a un escándalo más. A la falta de dosis, de planificación correcta y de
certera difusión de lo que se hace se le ha sumado la demostración de que la
inmunización llegó para algunos privilegiados antes de que para quienes ponen
el cuerpo día a día para luchar contra la pandemia.
Queda la
duda de que si bastará para salvar la ropa algún retoque en los equipos
ministeriales o una simple reformulación de la política llevada adelante hasta
ahora en este tema tan delicado. El revuelo que existe, por lo pronto, ha
determinado que muchos actores de la política, tanto en la Nación como en las
provincias y también en la cercanía de los municipios tomasen nota de que había
que retirarse a cuarteles de invierno y paralizar, al menos por un tiempo, las
gestiones para vacunar a los amigos.
La trama del
denominado "vacunagate" salpica en todas las direcciones, aun cuando desde el
poder se estén haciendo ingentes esfuerzos para capear el temporal y que los
gobernantes salgan lo menos golpeados posibles del tembladeral. No debería
sorprender lo ocurrido. Desde hace mucho tiempo, algunos sectores políticos,
empresariales y gremiales consideran que el Estado es de su propiedad y que los
obscenos privilegios que detentan son solo una cuestión nimia, propia de una
cultura de la viveza y el acomodo.
Tampoco
llama la atención que la vacunación bajo cuerda de funcionarios públicos,
dirigentes sindicales y empresarios se haya producido en las circunstancias que
hoy se relatan en todos los medios de comunicación del mundo. Forman parte de
aquel entramado en el que una determinada casta se arroga estos beneficios,
demuestra estupor cuando se los cuestiona y ensaya explicaciones tan ridículas
como irritantes y contradictorias.
Más aún:
como si estuviese guionado, el escándalo se conoció luego de que el propio
presidente de la Nación dijera públicamente que "lo moral de la política
es precisamente llamar al otro a construir una sociedad más igualitaria, la
ética en la política no es solamente no robar". Pronunció esta frase en el
lanzamiento de un pregonado Consejo Económico y Social integrado precisamente
por muchos de quienes no solo se habían vacunado saltando por encima de la
dignidad de millones de ciudadanos que aguardan pacientemente la oportunidad de
ser inmunizados, sino que desde hace mucho tiempo vienen usufructuando su
condición de pertenecer a las facciones gobernantes o estar cerca de los
poderes de turno.
No se puede
conocer si el presidente de la Nación está convencido de que la ética en la
política no es solo no robar. Pero sí existen claras evidencias de que quienes
son protagonistas del escándalo de las vacunas VIP no lo entienden así. El
silencio de algunos habla. Las explicaciones de otros demuestran que han
naturalizado sus prerrogativas de tal manera que hace presumir que perdieron definitivamente
aquella voz de la conciencia que
Sócrates oía en su interior y le avisaba contra la acción que estaba a punto de
emprender, según cuenta Platón en su Apología.
La crisis
permanente en la que vive la Argentina nace de una moral debilitada, con
valores desacreditados y arrumbados en algún desván. Así viven quienes han sido
calificados como miembros de una "nomenklatura" pretendidamente iluminada, para
quienes la causa primera de su existencia es la autopercepción de que son
metafísicamente inocentes.
El país
asiste a un escándalo más. A la falta de dosis, de planificación correcta y de
certera difusión de lo que se hace se le ha sumado la demostración de que la
inmunización llegó para algunos privilegiados antes de que para quienes ponen
el cuerpo día a día para luchar contra la pandemia.
Queda la
duda de que si bastará para salvar la ropa algún retoque en los equipos
ministeriales o una simple reformulación de la política llevada adelante hasta
ahora en este tema tan delicado. El revuelo que existe, por lo pronto, ha
determinado que muchos actores de la política, tanto en la Nación como en las
provincias y también en la cercanía de los municipios tomasen nota de que había
que retirarse a cuarteles de invierno y paralizar, al menos por un tiempo, las
gestiones para vacunar a los amigos.
La trama del
denominado "vacunagate" salpica en todas las direcciones, aun cuando desde el
poder se estén haciendo ingentes esfuerzos para capear el temporal y que los
gobernantes salgan lo menos golpeados posibles del tembladeral. No debería
sorprender lo ocurrido. Desde hace mucho tiempo, algunos sectores políticos,
empresariales y gremiales consideran que el Estado es de su propiedad y que los
obscenos privilegios que detentan son solo una cuestión nimia, propia de una
cultura de la viveza y el acomodo.
Tampoco
llama la atención que la vacunación bajo cuerda de funcionarios públicos,
dirigentes sindicales y empresarios se haya producido en las circunstancias que
hoy se relatan en todos los medios de comunicación del mundo. Forman parte de
aquel entramado en el que una determinada casta se arroga estos beneficios,
demuestra estupor cuando se los cuestiona y ensaya explicaciones tan ridículas
como irritantes y contradictorias.
Más aún:
como si estuviese guionado, el escándalo se conoció luego de que el propio
presidente de la Nación dijera públicamente que "lo moral de la política
es precisamente llamar al otro a construir una sociedad más igualitaria, la
ética en la política no es solamente no robar". Pronunció esta frase en el
lanzamiento de un pregonado Consejo Económico y Social integrado precisamente
por muchos de quienes no solo se habían vacunado saltando por encima de la
dignidad de millones de ciudadanos que aguardan pacientemente la oportunidad de
ser inmunizados, sino que desde hace mucho tiempo vienen usufructuando su
condición de pertenecer a las facciones gobernantes o estar cerca de los
poderes de turno.
No se puede
conocer si el presidente de la Nación está convencido de que la ética en la
política no es solo no robar. Pero sí existen claras evidencias de que quienes
son protagonistas del escándalo de las vacunas VIP no lo entienden así. El
silencio de algunos habla. Las explicaciones de otros demuestran que han
naturalizado sus prerrogativas de tal manera que hace presumir que perdieron definitivamente
aquella voz de la conciencia que
Sócrates oía en su interior y le avisaba contra la acción que estaba a punto de
emprender, según cuenta Platón en su Apología.
La crisis
permanente en la que vive la Argentina nace de una moral debilitada, con
valores desacreditados y arrumbados en algún desván. Así viven quienes han sido
calificados como miembros de una "nomenklatura" pretendidamente iluminada, para
quienes la causa primera de su existencia es la autopercepción de que son
metafísicamente inocentes.