Los “hilos de oro” fabricados en la ciudad que le ganaron a las armas
En muchas casas todavía hay una máquina de coser Godeco, la extinta empresa fue un ejemplo de las tantas otras de aquellos años de gran expansión en San Francisco. En 1944 el mundo todavía se dedicaba al armamento, pero acá se cocía el futuro.
Por Ivana Acosta | LVSJ
La mejor ropa que tuve en mi vida fue la que hizo mi abuela, era fuerte, una tela hermosa a pesar de que no siempre era el color que me gustaba. Me acuerdo que siempre estaba sentada en el galponcito de casa, la radio era su infaltable amiga en una época donde no había teléfono y el televisor tenía las horas de transmisión contadas.
Se encerraba ahí mirando hacia la ventana del galpón y nosotros en el patio creíamos que siempre nos miraba concentrada, más con el tiempo descubrimos que ella solo miraba detenidamente cuando enhebraba la aguja, arreglaba algo flojo o simplemente apretaba el pedal de su máquina Godeco sin parar.
De ahí no salía hasta que el vestido estaba terminado y se sentía orgullosa de cortar el último hilo en la máquina y tenerme lista la ropa para que salga a pasear un sábado a la tarde a la heladería del centro.
Cuando ya fui más grande me empecé a sentar con ella en el galpón, escuchábamos la radio juntas mientras de a poco me enseñó cómo funcionaba la máquina. Me dijo: "Siempre recordá el manual cuando yo no esté y tengas que usarla".
Habré tenido unos 12 años y memoricé sus acciones, pero siempre me costó coser. Recién de grande pude agarrarle la mano porque obviamente siendo la única mujer de la familia la heredé. Y así fue como me interesé en buscar información sobre esta fábrica.
Los inicios
El inicio de las actividades de Godeco datan de 1944 cuando Atilio Godino, Alfredo Demarchi y Antonio Converso iniciaron Talleres Metalúrgicos San Francisco en la esquina de San Juan y Belgrano, recién en 1960 se mudaron al edificio (donde hoy funciona otra fábrica) de Independencia y Río Negro.
Diez años después pasó a llamarse Godeco, nombre que conservó hasta que las puertas se cerraron en 2007 con muchas historias por dentro como el hecho de que llegaron a trabajar más de 350 personas e incluso "se pagó doble aguinaldo" en una época.
Ésta no fue una fábrica cualquiera sino la primera en confeccionar estos equipos en el país y Latinoamérica, sencillamente porque hasta que se desató la Segunda Guerra Mundial todo venía desde Europa "como descarte" de ese mercado, pero el estallido cambió todo. Aquellas empresas se dedicaron a realizar armamento y acá las máquinas eran necesarias por lo que se presentó una oportunidad única para los tres socios que entendieron la viabilidad de crear un producto requerido para la época.
Eslabones de una cadena
La abuela solía decir que en ese momento San Francisco tenía mucho trabajo para dar y las máquinas de coser de Godeco ayudaron en eso porque todo, salvo el croché, bobina y aguja que eran importados, se realizaba acá.
Mis hermanos por ejemplo estudiaron en la Escuela del Trabajo y tuvieron amigos que llegaron a ser empleados allí, también venían egresados de las escuelas técnicas de Santa Fe. Lo que se necesitaba era un tipo de mano de obra que no había en gran cantidad pero que desde mediados de siglo XX en adelante fue creciendo.
Aportes
Crecer en esa época de oro para la ciudad da otro punto de vista a las cosas porque estas industrias le dieron trabajo a mucha gente, nacieron muchos talleres para crear piezas que necesitaban las fábricas.
La abuela, que era una persona muy sabia e interesada en aprender, me contó que había más de 100 talleres en las calles; incluso algunos los tenían en el garaje de casa a veces porque había muchos torneros, se hacían piezas muy chiquitas que se proveían a las empresas.
Después llegó una etapa difícil cuando traer todo hecho desde el exterior era más rentable que hacerlo acá.
Un día de 2007 leí en el diario que Godeco había cerrado definitivamente, de inmediato me acordé de la abuela. Esa tarde decidí que en vez de extrañarla podía desempolvar su máquina Godeco y recordar todo lo que me enseñó.
Manual en mano que estaba un poco amarillento pero intacto, empecé a fijarme cómo podía hacer ... y cuando al final le agarré la mano recordé el gran valor de ese modelo NM 344 que mi abuela me heredó.