Lomos de burro: renovado debate
En nuestra ciudad, los reductores de velocidad se esparcen por varios ámbitos. En la región, basta circular por la ruta nacional 19 para encontrarlos pero no siempre con la señalización que deberían tener.
Un atleta que había sobresalido en competencias internacionales en el lanzamiento de jabalina y que había demostrado un espíritu de superación notable, falleció recientemente como consecuencia de las heridas que recibió en un accidente de tránsito. Su muerte provocó conmoción en los ámbitos deportivos y su figura fue destacada en todos los medios de comunicación.
Brian Toledo perdió la vida cuando perdió el control de la motocicleta en la que se desplazaba cuando atravesó un lomo de burro. Ese reductor de velocidad había sido colocado solo un par de días antes y no tenía -según las crónicas periodísticas- las necesarias señales de advertencia. Solo había sido pintado, pero no había señalización vertical.
El accidente volvió a colocar en escena un tema que se discute en todas las poblaciones del país y que cada tanto trae a colación un debate que por momentos se torna "caliente". Los propios vecinos del lomo de burro en el que murió el joven deportista señalaron que tiene una altura muy elevada y si no se advierte su presencia se torna muy peligroso. El luctuoso saldo del siniestro en cuestión así parece certificarlo.
En San Francisco, los reductores de velocidad se esparcen por varios ámbitos
En nuestra ciudad, los reductores de velocidad se esparcen por varios ámbitos. En avenidas como la 9 de Septiembre, en algunas calles pavimentadas y también en barrios residenciales con arterias de tierra. En la región, basta circular por la ruta nacional 19 para tomar nota de elevados lomos de burro en Devoto y El Tío, por ejemplo. En todos los casos, las variaciones de altura del reductor, de señalización y de extensión son evidentes.
No cabe duda de que se trata de dispositivos que permiten reducir la velocidad y, por lo tanto, menguar la posibilidad de que se produzca algún accidente. Sin embargo, si no se construyen con las especificaciones técnicas que los especialistas recomiendan, pueden convertirse en verdaderos obstáculos para la circulación.
En 2011 la municipalidad de San Francisco aprobó una ordenanza al respecto. En su texto establecía que los reductores de velocidad serán de "cemento, 50 centímetros de ancho y 3 de alto". Sin embargo, como ya se señaló, son varios los "modelos" que se pueden hallar en las distintas zonas de la ciudad. Los hay de material plástico, los hay muy pronunciados -en especial en algunas calles de barrios residenciales-, existen los más alargados como en avenida 9 de Septiembre y también se encuentran los demasiado angostos que a veces ni siquiera tienen identificación.
Si la idea es reducir la velocidad, los lomos de burro y otros dispositivos similares deben ser portadores de la garantía de que ello ocurra. Y por eso no basta con construir la lomada. La señalización es fundamental. De lo contrario son factibles de convertirse en un serio peligro para quien circula. Casi a diario sucede que algún conductor desprevenido se "traga" un reductor. La rotura del vehículo o consecuencias personales más serias pueden presentarse de inmediato.
En San Francisco, los reductores de velocidad se esparcen por varios ámbitos
Ante todo ello y a raíz del doloroso suceso que protagonizó Brian Toledo sería importante que quienes son entendidos en el tema, junto a las autoridades competentes, trabajen en el diseño y emplazamiento de reductores de velocidad que reúnan las necesarias condiciones de seguridad para los conductores y de esta manera los lomos de burro sirvan efectivamente a la función de aminorar la marcha y prevenir de este modo la posibilidad de algún accidente.