La ubicuidad no es hoy una virtud política

Los intereses electorales cuentan. Lo mismo que las fortalezas o debilidades económicas. Pero también las presiones internas vinculadas con ideologías enfrentadas que conviven en una misma alianza de gobierno.
Según el diccionario, la ubicuidad es una capacidad divina de estar presente en todas partes al mismo tiempo. Por extensión, una persona ubicua pretende estar en todos los ámbitos y vive en continuo movimiento. A veces, el diccionario permite que una palabra defina la realidad política de un determinado momento en un país. Calificar de ubicuo al gobierno nacional, en especial al presidente de la Nación, no parece desacertado a la luz de los últimos acontecimientos, pero sobre todo por las posturas, muchas veces contradictorias, que su accionar exhibe.
El jefe de Estado viaja por estos días a Rusia y China. Dos potencias distintas: una que pretende influir política y militarmente tal como lo hizo en los tiempos soviéticos y la otra que domina la escena económica y tiene intención de tener mucha más influencia en los asuntos políticos internacionales. Ambas, no obstante, coinciden en la vigencia de regímenes autocráticos en los que el disenso está, si no prohibido, gravemente afectado. El viaje presidencial se hace en medio de la farragosa negociación con el Fondo Monetario y el intento -casi una súplica- para que Estados Unidos presione para facilitar los términos del necesario acuerdo. La reunión del canciller Cafiero con el secretario de Estado norteamericano fue el colofón -hasta ahora- de esa pretensión.
Quien observe la actual situación mundial tomará nota del enfrentamiento y la tensión que existe entre Estados Unidos y Rusia en el caso de Ucrania. Y la batalla económica que libra la potencia del norte con China. Es decir, con el objetivo conformar a todas las partes, incluso en el frente interno, nuestros gobernantes hacen honor a aquel dicho que invita a "no poner todos los huevos en la misma canasta". El interrogante es si esta enseñanza del refrán aplica para la acción diplomática en el mundo de hoy.
Aun cuando está comprobado que la coherencia no es una virtud que pueda engalanar a la gestión actual, aparece como dificultoso el intento obtener éxitos en todas las canastas donde se colocan los huevos. La política internacional actual, en la que asoman los vestigios de la Guerra Fría generando una situación geopolítica grave, desprecia cualquier intento de quedar bien con uno y con otro. Los alineamientos, forzados por las circunstancias o definidos ideológicamente, se imponen en un mundo fragmentado y en el que las tensiones proliferan.
Ejemplo de esto último se está viviendo en plena Europa. Mientras las amenazas de Rusia contra Ucrania se mantienen, todos los miembros de la UE observan la indecisión de Alemania en formar parte de la necesaria férrea oposición a los intentos expansionistas del régimen de Moscú. Las nuevas autoridades germanas, por ahora, mantienen actitudes ubicuas que dejan a ese país en una posición difícil frente a sus aliados continentales.
En este contexto, los intereses electorales cuentan. Lo mismo que las fortalezas o debilidades económicas. Pero también las presiones internas vinculadas con ideologías enfrentadas que conviven en una misma alianza de gobierno. Ante la complejidad de la realidad internacional, la ubicuidad no surge como una virtud política.