La Santa Popular
La historia del "milagro" por el que, al día de hoy, en la tumba de Antonia Montanari nunca faltan flores frescas ni plegarias.
Por Manuel Montali | LVSJ
San Francisco cuenta con su propia Santa Popular. En la ciudad acuna tanta devoción como el Gauchito Gil. En vida, se llamó Antonia Montanari. Era una inmigrante italiana nacida en Faenza el 17 de junio de 1880.
Se ignora en qué momento se radicó aquí con su familia. Corrió la versión de que supo trabajar para la familia Tampieri, aunque las fechas no permiten abonar demasiado esa teoría, pues faltaban algunos años para que don Ricardo empezara a levantar su imperio desde su fábrica fideera.
Lo cierto es que aquí falleció un 22 de febrero de 1900, tal como lo indica su placa, donde consta la despedida de su padre y un hermano. Las causas del deceso no se recuerdan, pero no resulta tampoco un hecho demasiado llamativo: en aquellos años se vivían azotes de cólera, peste bubónica y otras enfermedades derivadas en la mayoría de los casos por la falta de agua potable. Pocas personas, la mitad, llegaban a la edad adulta.
Los restos de esta joven de 19 años fueron depositados en el cementerio de la Estación cuando llevaba pocos años inaugurado y se empezaba a pasar de las inhumaciones directamente en tierra al uso de cajones.
El primer milagro y el fervor popular
La historia oral relata que, en algún momento, cuando la memoria de Antonia había quedado prácticamente olvidada, se hizo una exhumación de sus restos, quizá en uno de los típicos procedimientos de reducción. Entonces, los empleados se encontraron con que el cadáver estaba supuestamente intacto, sin signos de descomposición, milagro que no dejaba dudas -de acuerdo con el ideario religioso- acerca de la santidad de la que a partir de entonces pasó a ser conocida como "La Virgencita".
En consecuencia, alrededor de la década del cuarenta, los vecinos fueron tomando la costumbre de pedirle favores y hacerle promesas. Por su intervención real o no, lo cierto es que más de uno se debe haber sentido escuchado y respondido, pues la tumba de Antonia fue vistiéndose de placas en agradecimiento.
"Por gracia recibida", "Por gracia recibida", "Por gracia recibida". La frase se repite una y otra vez sobre las paredes metálicas, lo que ha devuelto a la inmortalidad a la figura de esta joven inmigrante.
No era raro, entre flores y otras ofrendas, que la gente dejara ropa de bebé, vestidos de novia... Una acción habitual era también ubicar velas encendidas. La combinación no resultó bien en términos de combustión y, algunos incendios más tarde, se prohibieron estos obsequios. Asimismo, se colocaron rejas para evitar desastres mayores y se instaló un cartel con el pedido expreso de no prender más velas.
También le han dejado íconos religiosos, sobre todo estatuas de la Virgen, una de ellas completamente negra, que según se cuenta fue robada y devuelta en varias oportunidades, como si fuera imposible separarla de Antonia.
Hoy, en la tumba de la joven italiana no queda lugar donde dejar una nueva placa. Entre quienes concurren al cementerio, nunca falta alguien que dedica un momento para pasar a dejarle una flor y una plegaria a "La Virgencita". La devoción traspasa fronteras y se ha vuelto motivo de visitas de personas de distintos puntos del país. Casi un santuario, es uno de los sitios más llamativos de nuestra "Quinta del Ñato".
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