La revolución cristera que engendró un pueblo de fantasmas
El gobierno mexicano quiere ser más alto que la iglesia más alta y los católicos se levantan al grito de "Viva Cristo Rey". En un pueblo ignoto, la familia que lo construyó, que hizo la iglesia, se queda sin nada. El niño que los sobrevive, Juan, construye su propio pueblo y lo llena de fantasmas.
Por Manuel Montali
México, un día de 1926. El presidente Plutarco Elías Calles eleva una modificación del Código Penal para limitar la influencia de la iglesia. Los católicos sienten minada su libertad de culto y se levantan al grito de "Viva Cristo Rey" como en una nueva cruzada contra los infieles. De los boicots económicos al gobierno pasan directamente a las armas. México, esa herida que todavía lloraba sangre, convulsiona durante tres largos años mientras la cruz choca contra las botas. Dice Galeano: los campesinos pobres que venían de morir por una revolución que les prometió la tierra, ahora mueren por una Iglesia que les promete el cielo.
Apulco. Un pequeño pueblo que no aparece en los mapas. Ahí vive desde 1917 o 1918 Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Ese joven tiene casi más nombres que vecinos. Para ser justos, son unos dos mil los habitantes que se descuelgan de los barrancos.
México. La revolución de los cristeros o la cristiada dejó un tendal, según algunas estimaciones, de alrededor de 250.000 víctimas. No faltó ni siquiera la participación estadounidense (en este caso apoyando al gobierno), un clásico en todo cruce de balas del siglo XX a esta parte.
Apulco. Muchas de sus primeras construcciones se las debe a las manos de la familia Pérez Rulfo Vizcaíno, entre ellas la iglesia. Eso no impide que la familia lo pierda todo durante la cristiada. El pequeño Juan pierde también al abuelo, al padre, a los tíos. Y en pocos años lo va a dejar la madre. El niño ya tiene más nombres que familia. Muchos más.
México. Las causas cambian, pero la gente se sigue matando. Año tras año.
Guadalajara. Huérfano, desarraigado del pueblo de sus abuelos, Juan termina en un correccional. Ya conocía a la muerte bien de cerca. Ahora va a conocer también la cara de la depresión. La tristeza se saca a golpes, piensa, y va peleando por las calles, en llamas. Después estudia contabilidad, algo que ni él se explica. "Como una muleta", dirá.
Mexico DF. Juan se hace agente de migración, el peor en la historia de su país, porque no atrapa ni a un solo inmigrante ilegal. Pasa por la recaudación de rentas, publicidad de neumáticos y fotografía. Le toma el gusto y el tiempo a la literatura. Escribe una novela. La rompe. Escribe unos cuentos sobre el duro pellejo de vaca que se conoce como llano. Con esos relatos tristes se siente un poco mejor.
Comala. Hambre, sequía, revolución aplastada, tierra partida, muerte. Un joven, llamado Juan Preciado, va por ahí preguntando por su padre. "¿Conoce usted a Pedro Páramo?". Y así, en un exorcismo, en una evocación de hechicería tan pobre que ni copa para jugar tiene (mucho menos un Brad Pitt que le ponga rostro a esa muerte, a ese "rencor vivo"), Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, casi con desdén, construye un nuevo pueblo, lo llena de fantasmas, y cuenta todo lo que hay que contar desde que un día, en México, el presidente Plutarco Elías Calles elevó una modificación del Código Penal para limitar la influencia de la iglesia.