La inundación en el Litoral
Antecedentes sobran para advertir que cuando las aguas bajen, el silencio se extenderá hasta la próxima inundación. Casi nadie se acordará de los miles de afectados, que deberán afrontar la reconstrucción de sus viviendas y que tendrán que lidiar con múltiples inconvenientes para salir adelante otra vez.
Las fuertes lluvias de este verano están
causando estragos graves en varias provincias del Litoral. Campos anegados,
pueblos bajo el agua, cientos de evacuados,
miles de cabezas de ganado libradas a su suerte en campos anegados, personas que sufren la pérdida de sus bienes
y desasosiego son las consecuencias primeras del devastador efecto del agua que
cubre una amplísima superficie del norte de Santa Fe y las provincias de Chaco,
Santiago del Estero y Corrientes, principalmente.
Las imágenes que por estos días "inundan" también los medios de comunicación ofrecen un panorama desolador. Los relatos de los pobladores de algunos pequeños pueblos cercados o directamente ya anegados en su totalidad dan cuenta del padecimiento que se genera cuando la fuerza de la naturaleza se abate de este modo. Y arrecian los debates sobre las razones por las cuales algunas obras que permitan evacuar más rápidamente, casi todos teñidos de intenciones proselitistas.
En este marco, la impresionante cantidad de lluvia que ha recibido la región citada es una muestra más de que se está viviendo un fenómeno de cambio climático cuyos efectos se pueden ver a simple vista. En territorios donde casi siempre la sequía impera ha caído el milimetraje de todo un año en pocos días. La deforestación hace su parte también para agravar las cosas y la carencia de canales y obras de infraestructura adecuadas termina de conformar un cuadro de situación muy difícil.
A todo esto podría sumarse un agravamiento del estado sanitario de la población. Si bien hasta el momento no se han reportado casos de enfermedades severas y parece estar controlada la situación, la posible contaminación de las aguas y, paradójicamente, la carencia de agua potable en algunos poblados podrían generar trastornos que obligan a las autoridades de Salud Pública a estar alertas.
Mientras tantos, las discusiones se suceden sobre lo que debe hacerse en torno al manejo de las cuencas hídricas en el Litoral argentino. Y se reclaman o propician decisiones que involucren estrategias preventivas de inundaciones o que -de ser éstas imprevisibles a raíz de las grandes lluvias- contemplen las medidas para asegurar un escurrimiento acelerado hacia los grandes ríos, así como una reparación digna y completa a las familias afectadas por el fenómeno.
Antecedentes sobran para advertir que cuando las aguas bajen, el silencio se extenderá hasta la próxima inundación. Casi nadie se acordará de los miles de afectados que no podrán criar animales o sembrar sus campos durante años, que deberán afrontar la reconstrucción de sus viviendas y que tendrán que lidiar con múltiples inconvenientes para salir adelante otra vez. Deberán, otra vez, resignarse a su suerte. Pero seguirán apostando, rumiarán su malestar y el trabajo esforzado será el único modo de salir adelante. Mientras tanto, los discursos y las arengas políticas quedarán arrumbados por la inacción y saldrán nuevamente a flote cuando, otra paradoja, las aguas vuelvan a cubrir vastas extensiones del sufrido Litoral argentino.