La intolerancia también se contagia
Mientras la crisis sanitaria se mantiene y la económica se agudiza, el debate público parece ingresar en terrenos movedizos en los que ya no se soporta el cruce de opiniones y visiones diversas sobre la realidad y su abordaje.
Provocó alguna controversia en los sectores más politizados la respuesta que el presidente de la Nación dio a algunas preguntas de la periodista Cristina Pérez en un canal porteño. El primer mandatario la mandó a leer la Constitución y le aconsejó no colocar adjetivos en sus preguntas. El cruce fue ampliamente comentado en los medios de comunicación y tuvo las más variadas repercusiones, siempre según el cristal con el que se observe la realidad.
Pero más allá de la anécdota, una más en una larga sucesión de expresiones que revelan las diferencias que la grieta expone de manera frecuente, es preciso señalar con claridad que el libre juego de las argumentaciones es central para la fortaleza de una democracia. En un contexto dominado por la pandemia existen algunas mentes que se solazan con la posibilidad de dominar el debate público cercenando la posibilidad de que se emitan voces discordantes a las que se pretenderían imponer.
En este marco, la historia argentina reciente demuestra que este tipo de conductas se expresa en las más variadas corrientes ideológicas, aunque en algunas de ellas con mucha más nitidez. Atisbos de intolerancia se observan tanto en el oficialismo como en voces de la oposición en este momento. Y mientras la crisis sanitaria se mantiene y la económica se agudiza, el debate público parece ingresar en terrenos movedizos en los que ya no se soporta el cruce de opiniones y visiones diversas sobre la realidad y su abordaje.
Por ello, se hace necesario insistir en la necesidad de respetar uno de los más elementales principios de la vida democrática como lo es la libertad de expresión. Al respecto, tomando como base el debate sobre la conferencia que debía dar el ex juez brasileño Sergio Moro en la Universidad de Buenos Aires -suspendida por presiones de varias corrientes ideológicas-, bien vale destacar la posición de la Universidad Nacional del Litoral para acoger esa disertación.
El decano de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de esa casa de altos estudios, Javier Francisco Aga, publicó en nuestro colega El Litoral un estupendo artículo en el que desgranó la trascendencia que tiene la vigencia de la libre expresión para la vida en comunidad. Luego de sostener que "a lo largo de la historia política e institucional de distintos países del mundo, pensar diferente siempre resultó ser un problema", planteó numerosos antecedentes en los que grandes personajes de la política mundial de todas las vertientes del pensamiento defendieron a rajatabla este derecho.
También evocó la triste historia de muchos argentinos que conocieron la dramática realidad de la censura. "Manuel Mujica Lainez fue descalificado oficialmente por ser homosexual; Alfonsina Storni, por ser madre soltera; Julio Cortázar, por ser de izquierda; algo parecido ocurrió con Manuel Puig y Mario Benedetti. Mario Vargas Llosa fue censurado por la dictadura militar por sus libros "La tía Julia y el escribidor" y "Pantaleón y las visitadoras" y luego fue censurado por la izquierda populista de este país, impidiendo su participación en la 37° Feria Internacional del Libro llevada a cabo en Buenos Aires en el año 2011. Y aún recordamos cuando alguna vez en una facultad de la UBA quisieron atropellar a Jorge Luis Borges".
Es necesario, por ello, celebrar que todavía en la universidad pública existan voces que defienden la libre expresión como manifestación de un derecho humano fundamental, pese a que parecen formar parte de una minoría. Porque la intolerancia también se contagia.