La capilla que no fue
En 1972 se cumplió un anhelo de muchos vecinos: la construcción de una capilla en el cementerio local. No obstante, a poco de su bendición, surgió un problema: el obispo no autorizaba la celebración de exequias en ese espacio. Allí se inició un fuego cruzado entre el religioso, el intendente y los vecinos, que no pudo ser resuelto hasta hoy. "La quinta del Ñato", capítulo 9: "La capilla que no fue".
Era un sábado de principios de abril de 1972 cuando se inauguró y bendijo la capilla del cementerio. Tenía dos finalidades: eliminar los cortejos fúnebres para agilizar el tránsito, sobre todo frente a los templos, y brindar un oratorio a quienes concurren al cementerio. La inauguración, que debía brindar esa doble solución, se convirtió en motivo de disputa nunca resuelta.
El proyecto había surgido por iniciativa de la Federación de Centros Vecinales, siendo abordado por el gobierno municipal a cargo de Guillermo Peretti. Según consignan los historiadores Gustavo Beltramo, Walter Martínez y Carlos Pioli en su trabajo "La quinta del Ñato", la dirección estuvo bajo mando de Lilian Bauer y la construcción fue realizada por personal municipal a cargo de Antonio Bernarte. La capilla, situada a la izquierda de la entrada, donde antes había sanitarios que debieron ser trasladados, "se ejecutó con el fin de dotar al cementerio municipal de un servicio religioso acorde a las exigencias de sus instalaciones y siguiendo el ejemplo de las grandes urbes", detallan.
Desde el plano arquitectónico, con el ámbito físico-espacial se apuntaba a lograr un juego de volúmenes para enriquecer el espacio interior y exterior. En tanto, con los techos se buscaba una armonía con el corte neoclásico del pórtico de ingreso.
El edificio, de tipo tradicional y con ladrillos a la vista, cuenta con salón pensado para servicios religiosos, incluyendo dependencias y sanitarios para los oficiantes del culto, y un altar exterior que remata en torre, totalizando una superficie cubierta de 150 metros cuadrados. Se incluyeron vidrios de colores cálidos, una cruz calada, un Cristo obra de Rubén Canelo y un vitraux de Francisco Canale, para dar lugar a un juego de colores, pensando en el uso diurno que tendría. Amoblamientos de líneas simples creados en los talleres municipales y veredas de acceso con jardinería de plantas y césped terminaban de redondear un trabajo atractivo.
En la inauguración, ante un nutrido público conformado por autoridades políticas (presididas por el intendente), militares y eclesiásticas, el obispo Agustín Herrera brindó una celebración con la bendición de las instalaciones.
Así, el espacio quedó formalmente inaugurado. Pero nunca fue habilitado.
Los entredichos, en la prensa
Los vecinalistas que impulsaron la capilla comenzaron a reclamar públicamente que se aclarara el motivo de que no se usara con la finalidad con que fuera concebida. Distintas notas en prensa acompañaron este reclamo, que sembraba la duda de si se había consultado a las autoridades eclesiásticas al momento de emprender la obra. Con eso se inició un fuego cruzado con monseñor Herrera, quien envió de respuesta una serie de comunicados también a los medios.
En ellos, explicaba que no se puede construir ninguna iglesia sin el consentimiento expreso del obispo local. Y aseguraba que no había existido ningún trámite formal entre el municipio y la curia episcopal previo a la construcción de la capilla del cementerio. Aclaraba que había tomado conocimiento privado del proyecto cuando se le presentaron los planos para su supervisión, pero que no se había manifestado al respecto por no conocer el pensamiento de su comunidad, razón por lo cual no había dado aprobación formal ni compromiso implícito a la funcionalidad de la capilla, que además se erigía en terrenos no eclesiásticos y, por ende, considerados privados. Señalaba también que la bendición y supervisión del obispo no significaba que se abriera públicamente como una iglesia más, quedando su actividad restringida, sin la posibilidad de tener funciones públicas de carácter litúrgico pastoral.
La disputa pareció confinarse a un duelo de egos entre las autoridades municipales, vecinalistas y el obispo. No obstante, Herrera aclaraba a este medio en mayo de 1972 que, luego de haber recogido con interés la "sana inquietud" tanto de la autoridad como el deseo de los centros vecinales, "está abocado al estudio del caso a fin de darle la más adecuada solución".
En su libro "Memorias de un intendente", Peretti dejó su versión del episodio, recordando con tristeza el fallecimiento de un vecino conocido en la ciudad, Coco Faust, hermanastro de Villafañe, en cuyo sepelio "la empresa fúnebre se encontró con la sorpresa que el obispo no permitió las exequias, ante gran concurrencia de gente, enterándonos así que solo permitirían misas en el día de los muertos".
El mandatario afirmaba que el obispo había sido consultado antes y durante la ejecución de la obra, poniendo a su disposición a la arquitecta Bauer para que lo informara de todos los detalles. De allí la "sorpresa" cuando una vez culminada "se opuso personalmente a celebrar misas, quedando también sorprendidos los restantes sacerdotes ante dicha actitud".
Los años pasaron, las autoridades que protagonizaron esta disputa también pasaron. Siguieron publicándose de forma periódica diversos reclamos en la prensa sobre el deterioro de la capilla y la postergación de su habilitación bajo los fines para los cuales había sido ideada.
Si bien hasta antes del inicio de la pandemia seguía albergando actividades religiosas en el día de los muertos, hoy la malograda capilla funciona como depósito o espacio administrativo del cementerio, en el marco de tareas generales de acondicionamiento del predio, que también podrían abarcar su refuncionalización. Las exequias deben seguir siendo celebradas en iglesias, como ordenó Herrera, y las procesiones de vehículos continúan por fuera de "La quinta del Ñato".